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Los comercios centenarios nunca se pasan de moda

La Casa del Abuelo, La Duquesita y Golda son tres establecimientos que triunfan en la capital por su buena gastronomía y su tradición

Fachada del local de La Duquesita, especialistas en confitería y repostería.
Fachada del local de La Duquesita, especialistas en confitería y repostería.
Lucía Franco

En Madrid hay comercios que llevan en un mismo sitio y pertenecen a una misma familia desde hace más de 100 años. Durante un siglo han destacado por ofrecer una experiencia inolvidable, siempre fieles a la gastronomía madrileña. Sobrevivir no ha sido fácil para ellos, pero eso les ha dado más valor. Ahora entienden que para poder seguir 100 años más, además de conseguir quien continúe con el negocio, necesitan enamorar al público joven.

Desde hace unos años, por coincidencia, se encontraron varios dueños de estas tabernas centenarias en un evento y decidieron unirse. Ahora, se promocionan como la Asociación de Tabernas y restaurantes Centenarios de Madrid. Saben que en bloque son más fuertes. Están dando sus primeros pasitos en el mundo de las redes, pero ya son tendencia. Porque lo centenario nunca muere.

Unas gambas al ajillo en cuenco de barro

Desde hace más de 100 años, en la Calle Victoria, a la altura del número 12, está La Casa del Abuelo. Entrar por sus puertas es sentir que nada ha cambiado desde entonces. En la taberna se preparan las tradicionales gambas al ajillo en cuenco de barro, y los clientes se pueden sentar en las mesas altas con los antiguos servilleteros y sus tradicionales vasos de chatos de vinos a ver cómo se cocinan. El tiempo no ha pasado y eso es gracias a las cuatro generaciones de la misma familia que han respetado la autenticidad del negocio. Eso sí, ahora tienen siete locales de la Casa del Abuelo por todo Madrid. En ellos venden y sirven su propio vino y cerveza.

Interior del local de la Casa del Abuelo.
Interior del local de la Casa del Abuelo.

En sus primeros años, La Casa del Abuelo empezó a ser famosa por sus rosquillas y su vino dulce. Después, el restaurante se convirtió en la primera taberna que vendió chorizo, anchoas o sobrasada dentro de un pan en Madrid. En su momento llegó a vender más de 1.500 bocadillos en un solo día, recuerda su dueño, Daniel Waldburger, en un libro que escribió sobre la historia del local y su familia publicado por el Ayuntamiento.

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El plan perfecto para ir a La Casa del Abuelo es irse a tomar el aperitivo allí y pedir un vermú o un chato de vino antes de tapear. Sin duda, hay que pedir las gambas al ajillo, a la plancha o una ración de rabo de toro. No hay que irse sin probar su helado de violeta. El precio por persona ronda los 25 euros.

Una palmera de chocolate de infarto

La Duquesita (Calle de Fernando VI, 2) es el lugar por excedencia de los glotones. A pocos pasos del metro de Alonso Martínez, es el sitio ideal para terminar o empezar cualquier paseo por el barrio de Salesas.

La pastelería abrió en 1914 y se convirtió en un lugar mítico de la repostería madrileña. Sin embargo, más de 100 años después la familia Santamaría tuvo que cerrar. En ese momento tres socios y amigos decidieron comprarla y mantener su esencia. Oriol Balaguer, uno de los pasteleros más premiados de España, se puso al frente del negocio, y gracias a su trabajo ahora sigue siendo un referente de la escena pastelera de la capital.

Los croissants de la Duquesita.
Los croissants de la Duquesita.

El local sigue intacto. Los espejos, las vitrinas y las rosquillas trasladan a los clientes a una época más simple. La especialidad y la recomendación de los dueños es pedir chocolate. En todas sus formas, pero sobre todo en forma de palmera de chocolate. Para los amantes de lo salado, en la Duquesita venden el croissant que se ganó el premio al mejor de España en 2014 hecho por el chef Balaguer.

El año pasado compraron el local de al lado y, conservando la esencia de La Duquesita, decidieron abrir un salón con mostradores llenos de pastas de té y chocolate. En el lugar se encuentran varias generaciones con un amor en común: el cariño hacia los comercios centenarios.

Una cueva para refugiarse del calor

Mientras la luz del sol ilumina Golda (calle Orellana, 19), el local es una cafetería con café de especialidad y comida saludable israelí. Sin embargo, apenas cae la noche, se ponen manteles, bajan las luces y prenden las velas: Golda se convierte en Golfa.

Todas las tardes un empleado del local hace una intervención en el letrero de la entrada y tacha la lecha D para escribir encima una F. Dejan de servir café y pasan a ofrecer una carta de comida de autor. Ahora, acaban de abrir un nuevo local en Malasaña y buscan atraer a más gente que disfrute de su espacio en sus diferentes versiones. En este nuevo local además tienen en la planta de abajo un sitio llamado la Cueva en donde se pueden hacer eventos y refugiarse del calor.

Interior de la cafetería Golda, en Madrid.
Interior de la cafetería Golda, en Madrid.

Golda/Golfa lleva durante el día el nombre de la primera mujer primer ministro israelí: Golda Meyer. Es el homenaje que quieren hacer los dueños a todas las mujeres con personalidad, como su local. Por otra parte, los jefes explican que el concepto de Golfa solo funciona por las noches de martes y domingo, días en que el local responde, dicen, a su alterado nombre.”Es un sitio muy canalla”.

El plan es ir a merendar a Golda para degustar sus cafés con sus bollos de pistacho y quedarse hasta por la noche, cuando se convierte en Golfa para disfrutar de unas copas con los amigos. El precio medio por persona es de 12 euros.

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Lucía Franco
Es periodista de la edición de El PAÍS en Colombia. Anteriormente colaboró en EL PAÍS Madrid y El Confidencial en España. Es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Javeriana de Bogotá y máster de periodismo UAM-EL PAÍS. Ha recibido el Premio APM al Periodista Joven del Año 2021.

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