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Listos para pasar página a la pandemia

Un paseo por Madrid y Barcelona permite comprobar que, después del susto de la variante ómicron, los españoles relajan las medidas de contención de la covid-19

Clientes de un bar de la zona de Ponzano, en Madrid, el pasado viernes.
Clientes de un bar de la zona de Ponzano, en Madrid, el pasado viernes.JUAN BARBOSA
Enric González

Esto ya no es lo que era. La mascarilla, que nos ha acompañado y protegido durante dos años, empieza a ser algo opcional según el lugar y las horas. A diferencia de otros países europeos, en España se mantiene la obligatoriedad en interiores. Pero la cosa se relaja. ¿Uno quiere permanecer en el cine a cara descubierta? Pues compra unas palomitas, mastica alguna de vez en cuando y solucionado. Un paseo por Madrid y Barcelona permite comprobar que, pasado el susto de ómicron, nos alejamos poco a poco de las rutinas de la pandemia.

Hay quien sigue prefiriendo la protección facial. Dos mujeres que viajan en el metro de Madrid hablan de si seguirá siendo obligatoria por mucho tiempo. “Si la quitan, que sea después de Semana Santa, que la gente en vacaciones se alegra y luego tenemos otra oleada”, dice una. “Yo ya me he acostumbrado”, dice la otra, provista de una flamante FFP2 blanca. ¿Y sus hijos? “A esos les da igual, en cuanto pueden la pierden”, suspira la primera. En un comercio de la barcelonesa Rambla de Cataluña, una dependienta le ve ventajas: “Es cómodo ir con la cara tapada porque no hace falta sonreír a las clientas”, comenta.

Transeúntes por la Rambla de Barcelona, el pasado viernes.
Transeúntes por la Rambla de Barcelona, el pasado viernes. Albert Garcia (EL PAÍS)

En general, cuanto más nocturna es la hora y más joven es el personal, menos mascarillas. Pongamos como ejemplo la calle Ponzano de Madrid, con una extraordinaria concentración de bares y restaurantes: pasada la medianoche, resulta fácil olvidarse de que hubo, y hay, una pandemia. “Al principio, en 2020, la clientela tomaba muchas precauciones y quien se movía por el local sin mascarilla era recriminado; ahora es distinto”, explica el dueño de un bar de copas cercano a Ópera, en Madrid. “Yo mismo atiendo sin mascarilla”, añade. “Y solo me la pongo si, por ejemplo, tengo que servir las copas en un sofá donde los clientes la llevan”.

“Estamos muy cansados”, reconoce el viceconsejero de Asistencia Sanitaria y responsable del Servicio Madrileño de Salud, el doctor Antonio Zapatero. “Llevamos con esto dos años y cada vez que parecía terminarse ha llegado una nueva oleada”, dice. “Por lo que además del cansancio se mantiene una cierta desconfianza. Pero creo que la presión baja y que conviene ir quitándose las mascarillas de forma gradual. Debería dejar de ser obligatorio su uso en interiores, salvo en hospitales, transporte público y residencias de ancianos”.

También el consejero de Salud del gobierno catalán, el doctor Josep María Argimon, cree que ha llegado la hora de recuperar la normalidad. “Tenemos que ir acabando con la mascarilla; si las cosas volvieran a empeorar, daríamos marcha atrás”, declara. Tanto Zapatero como Argimon coinciden en señalar el verano de 2021 como momento clave de la fatiga colectiva y como inicio de “la disociación entre el comportamiento de la gente y la tarea de los profesionales”, en palabras del consejero catalán. La ciudadanía acometió ese verano con muchas ganas. Volvieron los viajes de fin de curso, los festivales de música, las cenas multitudinarias. Pasado el verano llegó la quinta oleada. Fue un golpe moral para todos, en especial para los sanitarios.

El miedo a la variante ómicron

La última fase de máxima precaución se registró a mediados del pasado diciembre. Lo dicen el dueño del bar de copas en Ópera, un camarero de un restaurante cercano a la Diagonal barcelonesa y los responsables de la salud pública. “La gente no quería contagiarse antes de Navidad, había ganas de celebrar las fiestas en familia y se temía la nueva variante del virus, ómicron, de la que decían que tenía más peligro que todas las anteriores”, explica el camarero. El 23 de diciembre, la mascarilla volvió a ser obligatoria en la calle.

El hecho, constatado después, de que ómicron contagiara a muchos pero dañara seriamente a pocos contribuyó al relajamiento a partir de finales de enero. En febrero, el gobierno español suprimió de nuevo la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores. Para muchos, aquella vuelta de tuerca había sido excesiva.

El doctor Zapatero se alinea con quienes se mostraron escépticos respecto a la utilidad de la mascarilla en exteriores y considera “absurda” la larga prohibición de actividades al aire libre. Matiza, sin embargo, que desde el principio de la pandemia los responsables sanitarios tuvieron que recurrir “al sistema de prueba y error” porque “la situación era desconocida”. “Unos y otros nos equivocamos en eso o aquello, pero considero que las cosas se han hecho bien, dentro de lo posible, y que debemos sentirnos orgullosos por el comportamiento general de la ciudadanía”, agrega.

El viceconsejero madrileño reconoce que en la actual situación se dan situaciones absurdas: “Entro al restaurante con mascarilla, camino dos metros hasta la mesa y, una vez allí, me la quito durante toda la comida. No tiene mucho sentido. La otra noche fui al cine. Yo llevaba mascarilla, pero a mi alrededor los demás comían y bebían tranquilamente y no se pusieron la mascarilla en ningún momento”.

Volver a la normalidad

No menos paradójicas son algunas situaciones en el transporte público. En el AVE entre Madrid y Barcelona, por ejemplo. Quien desee comprobar lo que es un espacio sin ventilación, abarrotado, con grupos de gente conversando casi a gritos y completamente ajeno al uso de mascarillas, solo tiene que acudir al vagón de la cafetería. Únicamente los empleados llevan la cara cubierta. “Llega un punto en que nos da ya un poco igual, ¿no?”, se justifica un viajero trajeado con un refresco en la mano. “Y es peor si tomas algo en el asiento, porque el vecino puede mirarte mal o echarte una bronca”.

Ni en los países escandinavos ni en el Reino Unido es obligatoria la mascarilla, con excepción de situaciones muy concretas. En Francia deja de ser obligatoria la semana próxima. El gobierno español prefiere esperar, pese a que la mayoría de las comunidades autónomas consideran que ha llegado el momento. “Espero que esto termine pronto, porque cargar cajas cansa más con mascarilla y paso la jornada jadeando”, se queja el reponedor de un Mercadona cercano a Galapagar.

En Cataluña, las restricciones fueron más severas y prolongadas que en Madrid. Ahora, el jolgorio y la despreocupación son similares en la barra de un bar madrileño o barcelonés. “Es curioso, pero los más cautelosos suelen ser los extranjeros, muchos de ellos me enseñan el pasaporte covid antes de pedir la consumición”, señala el responsable de un céntrico bar en Madrid.

“Esto ha sido muy duro”, remata el viceconsejero madrileño. “Ha llegado el momento de volver a la vida normal y a que solo lleve mascarilla quien lo desee. También me parece llegado el momento”, añade. “De evaluar lo que hemos hecho, los errores y los aciertos, porque los responsables sanitarios hemos tenido demasiadas peleas unos con otros y sería bueno disponer de unas normas de acción comunes por lo que pueda pasar en el futuro”.

Madrid y Cataluña, las regiones más afectadas por la covid-19

BERTA FERRERO

Madrid y Cataluña siguen a la cabeza como las regiones más afectadas por el coronavirus. El pasado viernes, el número de casos confirmados del Coronavirus en España superaba los 11,2 millones. Según datos del Ministerio de Sanidad, que recaba los de las Comunidades Autónomas, Cataluña destaca ahora mismo al superar ya los 2,3 millones de casos de infectados confirmados y Madrid le va a la zaga con 1,6, una diferencia que se ha disparado sobre todo en la sexta ola, que ha hecho mella especialmente en tierras catalanas. En total, desde que comenzó la pandemia se han registrado un total de 101.135 fallecimientos a causa de la COVID-19 en el país, 18.528 en Cataluña y 17.567 en Madrid, donde la letalidad es algo mayor (1,1% frente a un 0,8%). La variante ómicrom, la que se ha extendido con más rápidez en la sexta ola, ha hecho especial daño en ciudades como Barcelona, donde el número de infectados ha crecido exponencialmente con respecto a las anteriores, aunque no los de fallecidos. 

De hecho, en el punto álgido de la primera ola, en mayo de 2020, España contaba con más de 26.000 fallecidos, con Madrid en la parte alta de la tabla, con 8.600, muy por encima de los 5.500 de Cataluña, la segunda región en la que se registraron más muertos en aquel momento. 

Los primeros casos sospechosos fueron anunciados oficialmente por la Organización Mundial de la Salud el 31 de diciembre de 2019 tras la aparición de este nuevo coronavirus unas tres semanas antes en uno de los mercados de la región china de Wuhan, de donde adquirió su nombre. Por su parte, en España el primer afectado por la covid fue un turista alemán en La Gomera, y su caso se confirmó a finales de enero de 2020.

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