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Litus, retrato del joven maduro que doblegó todos los fantasmas

Hoy es cantante, actor y estrella televisiva, pero ha tenido que sobreponerse a muchos miedos y una gran ruina. En 2022 estrena disco y un documental reconstruye su vida azarosa

El cantante, compositor y guitarrista Litus en el estudio de grabación Music & Team, Madrid.
El cantante, compositor y guitarrista Litus en el estudio de grabación Music & Team, Madrid.JUAN BARBOSA

Ahora puede resultar difícil imaginarlo, porque el rostro afable, risueño y bigotudo de Carlos Ruiz Bosch se ha convertido en cotidiano y recurrente en las pantallas televisivas y los escenarios. Pero hubo un tiempo no tan lejano en que el artista mucho más conocido como Litus estuvo a punto de rendirse. Dejarlo todo. Asumir que había seguido el camino equivocado. Aprobar de una vez por todas el puñado de asignaturas que le faltaban para convertirse en licenciado en Filología Hispánica, y a las que no se había presentado por pura desidia, y reinventarse como profesor de literatura en algún instituto. No le desagradaba la idea. Se le daría bien. Y, sobre todo, se ahorraría muchos disgustos, sobresaltos e ingenierías microeconómicas para pagar todas las facturas a fin de mes.

La que sigue es la historia de entrega y superación de un hombre que ha acabado doblegándole el pulso a todos sus fantasmas. Y, sobre todo, el retrato de un artista polifacético y torrencial que se sabe mucho más joven ahora, recién incorporado a la cuarta década de la vida, que aquel veinteañero inseguro y de vida azarosa que fue.

La cita transcurre en pleno fin de semana en Music & Team, el estudio de grabación coqueto e indetectable desde la calle que el productor de origen ruso Sasha Alexander Pantchenko ha montado en el corazón del Alto de Extremadura. Por los altavoces atruenan los últimos compases de Chadanaca, las 10 canciones que en febrero llegarán a las tiendas y las plataformas digitales para convertirse en el séptimo elepé de Litus. Su artífice asume que todo está bien como está, suspira profundamente y ordena a Álvaro, el joven asistente de grabación, que envíe todo el material a la masterización definitiva. La suerte está echada. “O alea jacta est, que para algo estudié latín en el BUP y en la carrera”, anota con la primera de las carcajadas –casi siempre cómicas, pero alguna amarga– que se le escaparán a lo largo de dos horas de conversación.

“Creo que nunca había conseguido rematar un disco tan pop como este”, resume nuestro hombre de Terrassa. “Era un viejo anhelo. Quería seguir el ejemplo de ídolos como Crowded House, escribir canciones bellas a partir de pocos acordes, buenas melodías, muchos estribillos y estructuras aparentemente sencillas. Yo siempre había sido más de complicarme la vida, pero la madurez me ha ido despojando de miedos. El disco anterior [Hablo tu idioma pero no lo entiendo, 2019] me había quedado oscurete, complejo, enrevesado. Y tocaba encontrar algo más guitarrero y luminoso”.

—¿Es, en el fondo, un ejercicio de escapismo?

—Uf. No lo había pensado, así que deberíamos hablar de un proceso inconsciente. Pero supongo que sí. Yo también necesitaba huir de toda esta mierda que nos ha estado ocurriendo. Un disco triste resultaría demasiado duro de digerir en estos momentos, así que… ¡vamos a bailar y a saltar un poco, joder!

Carlos Ruiz sopló la tarta con sus flamantes 40 velas en mayo de 2020, casi en lo más crudo de la pandemia. Aquella misma tarde, pese al azote de la enfermedad y la zozobra, hizo íntimo recuento vital consigo mismo y llegó a la conclusión de que nunca se había sentido tan joven como entonces. “Yo era un tipo más viejo a los 25″, se sincera. “Fui un chaval encerrado en sí mismo, atrapado por sus propios miedos. Me lo recordaba hace poco el productor de mi primer disco [El sur del cielo, 2006], Josep Maria Llongueras: todos estaban emocionados durante la grabación menos yo, que viví aquella experiencia acobardado como un gilipollas. En el fondo, era más sencillo no exponerse, seguir haciendo bolos en tu comarca y refugiarte en las excusas habituales: el mundo es injusto, te ha faltado un buen padrino. Todas esas frases de mierda. Con la edad te quitas de encima muchas paranoias.

—¿Qué le faltaba entonces que ahora sí tiene?

—Reconocimiento. Lo echaba de menos, es verdad, y ahora lo he conseguido. Hay que alimentar un poquito ese ego, porque solo en ese momento sale lo mejor de ti. El ego no es malo en sí mismo. Es horroroso revolcarte en él, pero, en las dosis justas, sirve mucho para coger impulso.

Puede que nunca encabece las listas de ventas ni le convoquen para una edición televisiva de Master Chef, como le ha sucedido a su buen amigo Arkano, el rapero con el que compartió una gira insólita hace tres temporadas. Pero Litus ha engordado su currículo de manera espectacular desde que Andreu Buenafuente le contrató en 2017 como cantante y rostro más visible en la banda de Late Motiv, el programa de Movistar+ que el próximo 23 de diciembre vivirá un abrupto y amargo final. El artista de los bigotes dalinianos ya había registrado algunos trabajos tan adorados por la crítica (Autoreverse, Miércoles 14) como clamorosamente ignorados entre el común de los mortales. Pero la popularidad televisiva le catapultó hacia otros proyectos como Lehman Trilogy, la cruda sátira teatral de Sergio Peris Mencheta sobre la hecatombe financiera, o una incipiente carrera cinematográfica que se explicitará con el estreno en el próximo Festival de Málaga de la comedia Dos vacas y una burra, donde comparte plantel con Miguel Ángel Muñoz, Pablo Puyol o Adriana Torrebejano. “Y espera a verme haciendo de yonqui junto a Jimmy Barnatán en Cerdita”, avisa durante la eterna espera de un Cabify que no acaba de acertar con la calle.

El artista Litus posa con una guitarra.
El artista Litus posa con una guitarra. JUAN BARBOSA

—Ahora que la suerte le sonríe, ¿podría confesar cuántas veces sopesó tirar la toalla?

—Buah, muchas. Hace tiempo que no lo pienso, pero hasta 2015 o así sufría una crisis anual. Era matemático. Me despertaba un día con esa idea recurrente: qué estás haciendo, estás loco, qué pintas en esto. Yo he llegado a arruinarme, a estar inmerso en un gran marrón. Pero es entonces, una vez que la vida te ha colocado al límite, cuando se te pasan las tonterías, dejas de quejarte y te lanzas a por ello. A muerte.

Sucedió hace algo más de una década, cuando aún residía entre Barcelona y Terrassa. Litus se disponía a grabar su segundo elepé, Si tiene que llover, que nieve, pero atesoraba también un buen puñado de canciones en catalán y su compañía le persuadió de que las grabara bajo el título de Maleta de pedres. El único problema fue que aquella discográfica quebró, desapareció del mapa sin más explicaciones y dejó al cantante, compositor y guitarrista con dos elepés inéditos en el bolsillo y una larga ristra de facturas pendientes de pago.

Era el momento de plantarse y emprender el camino de la docencia, pero Litus apretó los dientes. Y sobrevivió. Desde entonces, resiliencia es uno de sus términos favoritos del diccionario.

Aquel final habría resultado prematuro y demasiado cruel, reflexiona ahora. Y no le habría hecho justicia a aquella infancia tarrasense en la que los elepés giraban sin descanso a 33 revoluciones en el salón. “Teníamos un mueble de vinilos inmenso, la envidia del barrio”, evoca entre sonrisas. “Mi padre había tenido un grupo de jovencito e incluso llegó a tocar con Los Mustang cuando el guitarrista se fue a la mili. Al final optó por montar una gestoría y le ha ido mejor así, pero fue él quien me enseñó los primeros acordes. Y cuando ya supe los suficientes, empezó a mostrarme los más difíciles, a razón de uno por semana. Siempre con un reto: escribir una canción que incluyese cada acorde nuevo. Así empecé yo…”.

Padre e hijo aún hoy amenizan no pocas sobremesas familiares canturreando a dos voces canciones propias y ajenas, orgullosos de una alianza melómana que ha tenido –albricias– final feliz. A menudo se les suma Quimi, el hermano mayor, que le saca cinco años. Él era el gran abastecedor de elepés en la familia, el que se fundía pagas y sueldos en las tiendas de discos. A él también le debe mucho Litus en esta historia con final razonablemente feliz.

“Sí, ya sé que no hago una música que esté de moda, pero ya no me importa”, resume. “En mis inicios no me agradaba la idea de ser un artista underground, pero hace años que lo acepté y ahora lo llevo con orgullo. Hay un público al que le gusta mi música, me da igual si son jóvenes o no. Ya viví con Arkano la experiencia de tocar en festivales ante 15.000 personas, ya sé que también hay tipos brillantes entre quienes actúan en chándal y no tengo ninguna necesidad de pronunciar frases como ‘Los jóvenes no tenéis ni puta idea’. Pero no, el reguetón no figura entre mis planes. Honestamente”.

—¿Y cómo ha vivido el fenómeno de C. Tangana?

—Tampoco me vuelve loco, la verdad. Me gustaba y sorprendía más El mal querer, el disco de Rosalía. Lo de Tangana no lo veo; ni siquiera sus colaboraciones con Drexler, al que admiro. Lo siento.

Su reino es otro, y más ahora que le ha fichado la oficina de Morgan Britos, el mismo representante de otras luminarias del pop adulto como Marlango o Coque Malla. Lo comprenderemos mejor cuando se difundan los 10 nuevos temas de Chadanaca, que a ratos suenan casi californianos. O cuando en 2022 se estrene La historia de un cantante de pub, el apabullante documental que Óscar Vilanova, un realizador de Reus (Tarragona) de solo 20 años, acaba de rematar esta misma semana. Para que luego digan que Litus no puede llamar la atención también entre mileniales y generación Z. Entre las muchas voces participantes, Leonor Watling protagoniza una de las intervenciones más hilarantes cuando advierte: “De mayor, no sé bien si Litus engordará a lo Elton John o se convertirá en un Bowie vestido de mujer…”.

—¿Usted qué cree más probable?

—Esa idea del Bowie travestido me seduce más, la verdad. Solo espero cumplir los 60 dedicándome aún a esto y repitiendo esta charla para explicar de qué va mi nuevo disco.

Un misterioso término de origen bengalí

Que nadie se acompleje si no tiene muy claro el significado de Chadanaca. La palabra es de procedencia bengalí y sus cuatro sonoras sílabas encierran un significado imposible de resumir en castellano: “El gozo aterrador de bailar al borde del tejado”. Esta traducción, de hecho, servirá como subtítulo para el álbum, “porque no era cuestión de bautizarlo con un término tan misterioso que no lo conociera nadie”, admite su firmante.  
 
Litus escuchó por primera vez su nueva palabra fetiche en una entrega de Late Motiv, cuando se la mencionó a Buenafuente el escritor Juan Gómez-Jurado. El cantante, que acostumbra a tomar notas en su libreta durante las entrevistas, se quedó fascinado con aquel vocablo “con sonoridad de novela latinoamericana”. Y que encapsulaba de manera tan gráfica una sensación que él ha experimentado muchas veces. “Yo he vivido así, bailando y disfrutando, pero a sabiendas de que te puedes pegar un gran tortazo a poco que des un mal paso”. 
 
El álbum aporta varios aldabonazos instantáneos, casi en la estela de los Eagles (Pájaros del desván, Cuántica), un mano a mano con El Kanka en Kreptafibia, alguna escueta apelación al funk-soul de sus orígenes (Voy) y virguerías acústicas y más reflexivas como La hora azul, el título favorito de su autor. Y sirve, de paso, como antídoto frente al mal sabor de boca que deja la despedida abrupta de Late Motiv, que desaparece de la parrilla del canal #0 a mitad de temporada. La Banda de Late Motiv, el sexteto que Litus integra junto a otros pesos pesados como el guitarrista Pablo Novoa, el teclista Santi Comet o el saxofonista Luis Mari Moreno “Pirata”, seguirá girando con su apabullante repertorio de versiones de clásicos de los años sesenta a ochenta. Litus quiere confiar en que la música en directo recupere hueco, de una u otra manera, en la oferta de la plataforma. “Hemos demostrado que esa vieja cantinela de que la música quita audiencia era falsa. Solo se cumplía en los tiempos del playback y las realizaciones cutres”. 

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