El Madrid alegre y brutal de Santos Yubero
El fotógrafo de Lavapiés recogió celebraciones populares y numerosos oficios que componían el paisaje urbano del siglo pasado
Un fotoperiodista sabe cuándo permanecer cerca y en qué momento alejarse. Las instantáneas de Martín Santos Yubero (1903-1994), madrileño de rancio abolengo, prueban el valor de conjugar lo uno con lo otro. Fruto de las distancias cortas es aquel retrato a un tabernero que sirve licor de café en vasos con pátina, esa otra escena de un niño que se calza en la alpargatería de la calle de Toledo, los operarios del antiguo matadero de caballos en Legazpi que posan orgullosos junto a una descomunal pieza de carne o el primer plano de la actriz estadounidense Ava Gardner en el graderío de las Ventas. Sin embargo, Santos Yubero aprendió a retroceder sobre sus pasos cuando el objeto de interés no era otro que el común.
Buscaba entonces un alto y su mirada se volvía panorámica con el objetivo de captar un mercadillo en la calle de Mesón de Paredes, el brillo del teatro, los trabajos en Nuevos Ministerios o aquellas verbenas de manolos en la pradera de San Isidro. La muestra Oficio de vivir recoge ahora más de medio centenar de estas fotografías sobre el paisaje y paisanaje del siglo pasado. Se trata de una colaboración entre el Centro de Arte de Alcobendas, sede de la exposición, y el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, al que pertenece desde los ochenta el fondo ya digitalizado de Santos Yubero. Más de medio millón de instantes inmortalizados entre 1925 y 1975, lo que duró su carrera profesional en El Imparcial, Ya, Abc y el Diario de Madrid. Antes había fundado su propia agencia gráfica, activa en los primeros compases de la Guerra Civil.
Su equidistancia durante la contienda le permitió adquirir un carné de prensa tras el triunfo franquista. Al contrario que su mentor Alfonso Sánchez, en cuyo estudio de la Gran Vía había entrenado Santos Yubero su mirada. A esa época pertenece el extenso número de oficios ya erradicados que se enseña en Alcobendas. Barquilleros y castañeras, traperos y carboneros. La comisaria Paz Guadalix, coordinadora del centro, refiere un “viaje visual hacia el Madrid del siglo XX”. Escenario también del asueto popular, cuando grandes y pequeños tomaban las aceras. Guadalix diserta: “Son imágenes que desprenden cierta nostalgia. Aunque hemos experimentado una evidente mejora en nuestra calidad de vida, también se ha modificado la forma de disfrutar en común. Hoy el ocio es mucho más individual”, algo que puede apreciarse con un simple vistazo a parques y plazas.
Retratos de la cultura de la República
Un espacio público en el que Santos Yubero fue capaz de parar el tiempo. Captó a los niños jugando a ser milicianos en la calle de la Cabeza y a José Antonio Primo de Rivera tras un mitin celebrado en el Teatro de la Comedia. Margarita Xirgú, Enrique Jardiel Poncela, Ramón del Valle-Inclán, el torero Manolete o la vedete argentina Celia Gámez llenaron las páginas de la información cultural durante la República y él los retrató.
Después llegaron los fastos nacionalcatólicos, las monjas alzando el brazo, los militares victoriosos que marchaban por el Paseo de la Castellana y las imágenes del dictador en su casa del Pardo. Santos Yubero estaba llamado a ser un bandarra de Lavapiés, donde había transcurrido su infancia y adolescencia tras dejar atrás el pueblo de Vallecas. El destino quiso, sin embargo, convertirlo en uno de los mejores reporteros de aquel tiempo.
Su madre había encontrado empleo en Casa Lastra, cuyo letrero permanece aún en Lavapiés. Aquella casa de comidas servía como punto de reunión para periodistas de toda la ciudad. Tal vez allí comenzó el pequeño a familiarizarse con la profesión que más tarde ejercería. Él se movía por los arrabales capitalinos como el hambriento aguililla que era, aunque con 12 años pudo asomarse a otra realidad gracias a un empleo en la Casa Loewe, donde atendía tras el mostrador de los guantes. Con esa primera nómina Santos Yubero adquirió una Kodak de cajón que aprendió a utilizar gracias a sus mentores retratistas. A ellos les pidió asesoramiento a cambio de trabajo sin remuneración. A partir de ahí, logró subir peldaño a peldaño la cúspide del sector. En la cima, fue acusado de atribuirse el trabajo de otros compañeros. Su legado, sea como fuere, recoge un Madrid que parecía hecho para vivirse en la calle.
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