Lo bueno de Twitter
Twitter nos permite emitir opiniones sobre cosas que nadie nos ha preguntado. Frente a nosotros, millones de personas deseando decirte que te calles
Aunque a estas alturas parezca mentira, recuerdo perfectamente la primera vez que reparé en Twitter. Estaba con otras compañeras, en el camerino, antes de actuar. Salió el tema de las redes sociales, cosa normal, pues muchas eran influencers. Yo por aquel entonces las miraba como quien mira a tres extraterrestres. Ahora sé que no es tan fácil como parece.
Eso fue hace tres años. La segunda vez que reparé en Twitter fue porque se viralizó un meme (“viralizó un meme”, tú fíjate cómo hablamos ahora). Un meme que hacía una relación de las redes sociales con su correspondiente pecado capital. Twitter era la ira. Y ¡joder si es cierto!
Al final me animé. Ya tenía un perfil abierto en Twitter desde marzo de 2019 y por fin iba a disponer de tiempo, porque, al parecer, nos confinaban, así que tenía 15 días por delante para trastear. Luego resultó que fueron cinco meses, pero claro, eso lo sabemos ahora.
Me metí en Twitter y en poco tiempo comprendí que, efectivamente, era la ira. Por una razón muy sencilla: Twitter nos permite emitir opiniones sobre cosas que nadie nos ha preguntado. Frente a nosotros, millones de personas deseando decirte de mil maneras, tonos e ideologías, que te calles. De ahí la ira.
Sin embargo, hay algo de esa época que en mi opinión siempre pasamos por alto: Y es que, si bien es cierto que no hemos salido mejores, en la época en la que lo decíamos, yo en Twitter sí sentí muchísima solidaridad. Y me reí muchísimo con cada una de vuestras ocurrencias.
Yo creo que en parte se debió a que en aquella época no compartíamos nuestras opiniones, sino nuestro día a día y nuestros miedos y experiencias y eso es todo lo contrario a la ira. Recuerdo que había personas que compartían recetas, personas que se ofrecían para hacer de enlace telefónico con hospitales… Cada vez que pienso que yo escribí buscando a alguien se me pone la piel de gallina.
Ahora tengo pendiente ir a comer al restaurante marroquí del padre de un chico que lo puso en Twitter. Necesitaban más clientela y se viralizó. Os quiero decir, a todas las personas que compartisteis la noticia de algún modo, que esta mañana he llamado al restaurante y me han dicho que gracias a lo que hicisteis están vendiendo mucho más. ¡Bravo!
Las cosas han cambiado mucho desde el confinamiento, a peor. Yo recuerdo muchísimo los aplausos. Nadie nos obligó, pero nos pusimos de acuerdo para unirnos a hacer algo bueno en lo que no quedábamos por encima de nadie.
Sin embargo, a medida que se disipa la confusión, el desconcierto y el miedo que trajo aquella época, las ganas de tener razón vuelven a sustituir las ganas de tener esperanza. Aún así, yo confío porque es obvio que no hemos salido mejores, pero al menos sabemos que podemos serlo.
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