Twitter, haz tu magia: devuélvenos la esperanza
A las redes acudimos con el deseo de encontrar a alguien, para encontrar ayuda o para ser conocidos más allá de los límites de nuestro territorio
“Afición, me gustaría encontrar al hombre que he abrazado en el gol y regalarle la camiseta. Twitter, haz tu magia”. Álvaro Giménez, el jugador del Real Zaragoza, pide ayuda a Twitter después de un partido para encontrar a un aficionado. No es el único que pide deseos a Twitter, al contrario, muchas personas creen en la magia de la red social y lanzan sus plegarias al ciberespacio. “Hemos perdido una mochila como esta en la plaza María Pita. Su contenido son unas cartas de Pokémon muy importantes para nuestro hijo, que lleva media vida coleccionándolas. Twitter haz tu magia”, suplica @maruxiiiiiiii. El resultado fueron 19.000 retuits, 29.000 me gusta y muchas cartas Pokémon para el pequeño.
Afición, me gustaría encontrar al hombre que he abrazado en el gol y regalarle la camiseta.
— Alvaro Gimenez (@alvarogimenez1) November 4, 2021
Twitter, haz tu magia 🙏🏼✨ @RealZaragoza pic.twitter.com/0vb0M9txKo
“Christopher perdió a su perrito Douglas en Cumbayá y lo está buscando. Si lo ven llámenlo. Twitter, haz tu magia”. “Mi padre necesita una oportunidad laboral. Tiene 62 años, comercial de profesión con amplio CV en sector farmacéutico. Twitter haz tu magia”. El río de peticiones de gente que ruega por la magia de esta red social se actualiza en tiempo real y es hipnótico observar cómo personas de todo el mundo se conectan, colaboran y consuelan en un nuevo ritual comunitario que no entiende de fronteras, espacio, ideologías o creencias. El número de participantes no deja de crecer porque lo cierto es que funciona, Twitter hace magia. O al menos lo parece.
Es curioso cómo en un momento en que la comunidad está resentida en las grandes ciudades y el espacio público se ve mermado, el viejo sueño de la humanidad sigue intacto: seguimos pensando que, aunque lo que tenemos es insuficiente o precario, hay alguien más allá de alguna frontera dispuesto a ayudarnos. Antes, cuando los no lugares no tenían presencia en nuestra vida, los llamábamos utopía o Shangri-La, como en la novela de James Hilton. Ahora en cambio la utopía está aquí, todos la habitamos y es virtual.
Las redes sociales nos permiten sentir pero no vivir, nos permiten soñar pero no tocar y consecuentemente han propiciado un crecimiento exponencial de la esperanza y la magia. Uno de los efectos más interesantes de las realidades virtuales es que nos permiten creer más allá de lo que vemos, más allá de nuestro cuerpo y de cualquier idea de territorio convencional. Trasgredir las leyes del tiempo y el espacio es tanto como decir que allí es donde puede pasar cualquier cosa, donde los deseos se hacen realidad. Este sentimiento implica que la gente puede no necesitar políticas concretas o materiales, sino creer simplemente que algo bueno se puede cumplir en algún sitio. Las redes sociales habrían servido para que los deseos carezcan de territorio, de comunidad, de ley o de constitución… Están mucho más allá, en un lugar que no existe, pero donde vamos a rezar, a pedir, a suplicar la magia a un pájaro tan azul como el genio de una vieja lámpara.
La caída de la comunidad está directamente relacionada con el crecimiento de la esperanza y las nuevas tecnologías habrían encontrado en ese vacío de comunidad (y solidaridad) un espacio extraordinario para crecer, desarrollarse e invadir nuestros deseos. A las redes acudimos con la esperanza de encontrar a alguien (Tinder), con la esperanza de encontrar ayuda (Twitter), con la esperanza de ser conocidos más allá de los límites de nuestro territorio y ser reconocidos por encima de las estructuras tradicionales (Instagram, YouTube, TikTok, Twitch…), con la esperanza de no estar solos después de todo. Sin embargo, como ya contara Charles Dickens, las grandes esperanzas pueden ser el abrigo de grandes tragedias.
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