Se vende bicicleta invisible
La red social es un inmenso mercado de postureo, egos y noticias falsas. Solo tiene salida por el sentido del humor y la buena onda
Hace muchos años, en Sevilla, el dueño de un local que se había quedado vacío adecentó la fachada con pintura blanca y anunció con grandes letras negras de molde: “Se vende”. No pasaron muchos días hasta que un espontáneo, tal vez un vecino, seguramente alguien con más guasa que mala uva, escribió debajo:
—A que no...
Se le olvidó patentarlo, pero había inventado Twitter o, al menos, una de las tribus que pueblan la red social. Hagan la prueba. Asómense a esta máquina de perder la tarde y esperen a que alguien ponga un tuit. Elijan uno sencillo, sin grandes pretensiones ni voluntad de polémica, uno de esos tuits de marca blanca que no pretenden atacar ni ensalzar a nadie, sino expresar un sentimiento, un halago, una campaña a favor de alguna buena causa o, como el pasado domingo, difundir una carta a la directora del periódico en la que una madre reflexiona sobre la felicidad de su hija, que no aspira a ser el primer violín de la orquesta.
Esta carta a la directora de @el_pais pic.twitter.com/jijbJo6VVL
— Pablo Ordaz (@pablo_ordaz) October 30, 2021
No tendrán que aguardar mucho rato hasta que, en medio de los retuits, los “me gusta” y los “qué carta más bonita”, aparezca el escéptico de guardia, cuando no el cínico o el mal pensado, esa caterva de “pedantones al paño” que ya describía Antonio Machado. En las dosis adecuadas —nunca conviene exponerse demasiado a la radiación—, tienen su gracia. Uno se los imagina asomados al balcón, con el sacapuntas siempre dispuesto para buscarle los tres pies al gato.
No hace falta esperar mucho hasta que, por ejemplo, un tal Jorge Eduardo Jiménez conteste al tuit con un “va a ser difícil ser segundo violín con una mamá que cacarea tanto...”. El tuitero aguafiestas —en muchas ocasiones anónimo— no busca aportar otra perspectiva al debate, ni siquiera una crítica constructiva, solo deja constancia pública de su descontento o de sus prejuicios. Los de Jiménez quedan al descubierto en otro tuit anterior: “Las feministas de aquí [parece que tuitea desde México] manejan muy bien el martillo y los petardos. Podrían irse a Afganistán como Rambas del siglo XXI...”.
Otra de las características del tuitero malaje es su falta de sentido del humor. De ahí que, de vez en cuando, se agradezca el aire fresco que aportan tuits como el que el fotógrafo gallego Iago Prada publicó la tarde del martes y que solo un día después ya cosechaba más de 7.000 retuits y más de 33.000 “me gusta”.
Contaba Prada que hace más de 10 años imprimió 100 copias de un cartel que distribuyó por A Coruña y en el que se leía: “Desaparecida bicicleta invisible”. El centro del cartel lo ocupaba un recuadro sin nada dentro y, abajo, un mensaje: “Si la ven, envíen un correo electrónico a la siguiente dirección... Se recompensará”. El fotógrafo relata en un hilo de su cuenta de Twitter (@iagoprada): “Una chorrada, sí, pero la gente se lo tomó en serio y, mientras yo aún pegaba carteles, la gente comenzó a responder. Pero con fotos y todo, eh. Aquí dejo algunos ejemplos”. Y publica algunos de los mensajes que entonces, hace unos 10 años, le llegaron a su correo electrónico. No les arruino el final, pero tiene su encanto e incluso su pequeña moraleja.
Twitter, como el resto de las redes sociales, es un inmenso mercado de bicicletas invisibles, de postureo, de impostura, de egos desaforados, de noticias falsas y de buñuelos de viento sin rellenar. El añorado Carlos Cano cantaba en su Habanera imposible: “Granada vive en sí misma tan prisionera que solo tiene salida por las estrellas”. Se podría decir que Twitter solo tiene salida por la buena onda y el sentido del humor. A que sí...
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.