Del Calvario al Aleatorio: los bares de micro abierto encienden las noches madrileñas
Los bares de música y poesía, centros de reunión y hermanamiento de artistas de toda índole, otorgan cobijo cada noche a la cultura urbana
Todo club tiene sus códigos. “Lo de estar una hora ahí fuera, fumando... como que no. Aquí hemos venido a contar lo nuestro, sí, pero también a escuchar lo que el resto tenga que decir”, asevera Gabriel Vidanauta, presentador del micro abierto del Calvario, garito situado en el número 16 de la calle homónima, en el barrio de Lavapiés. Al norte, allá por Malasaña, las cosas funcionan de manera similar. Escandar Algeet, dueño del Aleatorio, embadurna el micro en gel hidroalcohólico antes de introducir la ceremonia. “Los poetas ya tenemos mucha fama de ser pesados, como para que encima la alimentemos: yo no voy a estar cronometrando para ver si os pasáis, pero, por favor, intentemos no adueñarnos del escenario más de cinco minutos cada uno”, ruega. Los poetas, claro, se sonríen, conscientes del imposible.
De vuelta en Lavapiés, Pamela Morante, dueña del Calvario, toma la palabra para pronunciar la última norma: “Y lo más importante de todo: al Calvario no venimos a juzgar lo que sucede en el escenario, sino a agradecer, con la mente, el corazón y los brazos abiertos, lo que cada artista nos está regalando al subirse ahí arriba”. Escandar, tras leer un poema de Ana Pérez Cañamares en el “estrado” del Aleatorio, ruega por lo mismo: “La poesía es un trueque de desnudeces. Aquí el poeta viene a declarar ante el ágora aquello que ha escrito en la intimidad, así que creemos una atmósfera de respeto y de confianza hacia un ejercicio tan valiente como es la exposición de los sentimientos.”
Y entonces, ahora sí, comienza a crepitar la hoguera de las palabras.
El Aleatorio y el Calvario son dos de los bares culturales que encabezan la escena madrileña de los micros abiertos. El primero de ellos, heredero del tristemente desaparecido Diablos Azules, continúa siendo punto de encuentro entre poetas y literatos desde el año 2014, momento en que abrió al público y comenzó a organizar jams de poesía cada miércoles. El bar de Lavapiés, por su parte, tiene una atmósfera más jocosa y dicharachera: a su tarima suben monologuistas, cantautores y garrapateros de toda índole los lunes y viernes por la noche.
“Y luego está La Fídula, que tiene dos escenarios, uno para música y otro para poesía, y el Madreams, fundado hace nada por el poeta Max Çapiro en la zona de Carabanchel, y donde se están descubriendo unos vozarrones impresionantes”, cuenta Thomspon, artista de variedades ovetense que, desde hace unos años, frecuenta noche sí y noche también los mil y un micros abiertos de Madrid. “Y también está el micro del Libertad 8, que lo inició Andrés Sudón hace ahora diez años, y al que suelen acudir cantautores de edad más avanzada, o el del Teatro de las Aguas, que es los domingos a medio día y suele terminar en jarana”, añade.
Ermitas de la música y la poesía
Hace poco que el Calvario ha cumplido su sexto aniversario de micros abiertos ininterrumpidos. “Incluso en verano, cuando parece que no queda nadie en esta ciudad, seguimos haciéndolos”, cuenta Pamela Morante, que era nueva en Madrid cuando, animada por Andrés Sudón, abrió el local en junio de 2015. “El micro abierto es el lugar idóneo para que los artistas prueben canciones nuevas o entablen relación con otros músicos”, asegura. Pese a la enorme variedad de estilos que confluyen, llama la atención el puro sentimiento de hermandad que se respira. “Hay una serie de parroquianos que nunca fallan y que, en más de una ocasión, han hecho amistad y creado bandas y grupos a raíz de haberse conocido aquí”.
Todos los lunes y viernes pasan por sus tablas artistas multidisciplinares. Es el caso de Borja Picó, antaño vocalista de Papawanda y hoy cantautor en solitario, Quique Montero, que recientemente ha estrenado Natural, su último EP, el maestro de la improvisación vocal Kevin Dudable o el poeta y rapero Alejandro Millás, que, tras cantarle a mil y un micros durante años, asegura haber encontrado su hogar ahora, aquí, en el Calvario. Un graffiti en la fachada de enfrente homenajeaba hasta hace poco — lo han borrado, cuenta Thomspon — a Valentín Nueda, apodado El Vampiro, uno de los grandes feligreses del micro abierto que falleció por Covid el pasado mes de abril.
“Lo que yo más destaco es que cada semana, en cada nueva sesión de micro abierto, siempre hay gente nueva”, cuenta Miriam Martina, camarera del Calvario desde el pasado mes de abril. Antes, durante cinco años, trabajó en el Aleatorio, que continúa frecuentando para recitar sus poemas en un ejercicio de interpretación visceral donde su rostro y su cuerpo son piezas protagonistas.
Allí se conocieron, precisamente, Diego Skanderberg y Thompson, y allí fue donde tramaron Distopía pa tu tía, un espectáculo a dos voces que, por el momento, no han podido representar a causa de alguna que otra puñeta ocasionada por el Covid-19. Skanderberg, abogado diurno, cambia esmoquin por chupa de cuero cuando al fin despacha su jornada laboral; a Thompson, psicólogo de formación, es habitual verlo recorriendo el centro de Madrid con un enorme oso de peluche a la espalda, de nombre Federico, y ataviado con su ukelele.
En el bar cultural que regenta Escandar ambos se dan cita cada miércoles con Eva de las Heras, poeta que prepara oposiciones para el INE, o Archimaldito, artista único apasionado por todo lo que tenga algún tipo de relación con Prince. También es común toparse allí con el poeta Rafael Carvajal, al que la escritura rescató, tal como él cuenta, de su adicción a las drogas, y cuya vida se narra en el documental Yo maté a Ralph Green, disponible en Filmin.
“Si no fuera por lo que están haciendo estos bares, mucha cultura de calle se habría perdido”, añade Miriam, dando fuego a un cigarrillo cuando el Aleatorio echa la persiana. “¡Y mañana jueves al Madreams!”, aúlla Thompson. Poetas, cantautores, músicos, intérpretes y otros espíritus libres toman rumbo hacia la próxima hoguera de palabras, que a punto está de comenzar a crepitar.
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