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EFECTO MARIPOSA
Columna
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‘Caput mundi’

Con los años me acostumbré al agua de grifo de la capital y a la veneración de los huevos rotos, algo menos al madrileño

Huevos estrellados de Lucio.
Huevos estrellados de Lucio.Capel
Laura Delle Femmine

Lo confieso: creo que los huevos rotos son una guarrada. No digo que estén malos, al contrario. Nada más me parecen uno de esos platos para niños quisquillosos que no comen verduras, que se eliminan del menú familiar en cuanto los retoños crecen. No entiendo cómo aparecen en la carta de casi todos los restaurantes, entre los platos favoritos de algunos cocineros estrella. Probablemente ahora me lloverán insultos, alguien exigirá mi repatriación a Italia. Pero me mantengo firme. Esta postura ya me ha causado suficientes encontronazos con autóctonos como para renegarla.

En realidad, una de las primeras veces que ilustré de manera elocuente mi opinión sobre los huevos rotos no fue para tanto. Lo hice delante de unos amigos gallegos. Hubo un silencio incómodo; yo ajusté el tiro diciendo que están “ricos, pero un poco pesaditos”, ellos me miraron como si acabaran de descubrir que Papá Noel no existe y la siguiente vez que quedamos para comer me dijeron que mejor no fuéramos a un restaurante español.

Muy distinto fue detallar la misma tesis ante un público madrileño. Hubo indignación, improperios, se menospreció a la tradición culinaria de mi país. “¡Solo coméis pasta y pizza!”, me soltaron en represalia. Algo comparable ocurrió cuando, recién llegada a Madrid, pregunté sin malicia―lo prometo― si era seguro beber agua del grifo. Le había dado un trago y me supo tan mal que pensé haber comprometido mi sistema digestivo. La respuesta fue una mezcla entre desconcierto e ira: “¡Si es la mejor agua de España!”.

Con los años me acostumbré al agua de grifo y a la veneración de los huevos rotos, algo menos al madrileño. Lo de “a Madrid solo le falta el mar” al principio me hacía gracia, luego ya no tanto. Lo mismo con eso de que la capital tiene “el mejor metro del mundo”, la “mejor fiesta”, el “mejor chocolate con churros”, el “mejor cielo”. Ya se llega a la apoteosis cuando algún madrileño que está de vacaciones fuera de su urbe suelta cosas tipo: “Aquí no hay nadie en verano”. ¿Aquí? Ajá, claro: Madrid caput mundi. Pensaba que yo, procedente de la periferia italiana, ya tenía suficiente con la chulería de los romanos. Me equivocaba.

También hay que reconocer que los medios contribuimos a ello. Hay días en que parece que más allá de la Puerta del Sol no hay nada. Todos estamos concentrados en lo que pasa aquí, como si existiera una fuerza centrípeta incontrolable, una suerte de efecto mariposa a lo bestia. Lo cierto es que en otros países ocurre lo mismo: las capitales se están convirtiendo en unos monstruos acaparadores de titulares, empresas, personas e ilusiones.

Ya se llega a la apoteosis cuando algún madrileño que está de vacaciones fuera de su urbe suelta cosas tipo: “Aquí no hay nadie en verano”. ¿Aquí? Ajá, claro: Madrid caput mundi.
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Con el tiempo también conocí a españoles que viven en otras comunidades, que como yo perciben con resignación el madridcentrismo y me hacen sentir un poco menos culpable hacia mi ciudad de adopción. A la que amo, así como a sus habitantes cuando no se empecinan con lo súper molona que es su ciudad. Porque cuando ocurre me pasa como con los huevos rotos. Me resultan un poco pesaditos.

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Sobre la firma

Laura Delle Femmine
Es redactora en la sección de Economía de EL PAÍS y está especializada en Hacienda. Es licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Trieste (Italia), Máster de Periodismo de EL PAÍS y Especialista en Información Económica por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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