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Las colas del hambre siguen los sábados en Aluche

Las asociaciones de vecinos siguen atendiendo a familias sin los recursos más elementales y se quejan de la insuficiente acción municipal

Esquizofrenia y pobreza
Vecinos a la espera de que les entreguen alimentos en la Asociación de Vecinos de Aluche, este sábado.INMA FLORES (EL PAIS)
Antonio Jiménez Barca

En pleno confinamiento, en marzo de 2020, algunos miembros de la Asociación de Vecinos de Aluche se movilizaron para ayudar a unos cuantos ancianos localizados, llevándoles comida porque los ancianos no podían salir de casa. La noticia de que una asociación entregaba alimentos gratis corrió por el barrio y, a los pocos días, ya había varias personas esperando en la puerta del local de la agrupación diciendo que no tenían para comer. Algunos bajaban con gorros y con bufandas, tapándose la boca y la cara porque les daba vergüenza que les reconocieran sus propios vecinos. Pronto eran centenares los que, en un parque cercano, hacían cola con el carrito vacío de la compra. Un vídeo viral les mostraba esperando en fila india. Habían nacido “Las colas del hambre”, la expresión que a partir de entonces simboliza a los expulsados repentinamente a la miseria debido a la parálisis total de la economía. Llegaron a ser 100.000, según la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid (FRAVM).

Este sábado, la Red de Apoyo Mutuo Sociocultural Solidaria de Aluche, heredera de la asociación, atendió a 300 familias. Tiene en lista a 600. “Esto no ha remitido. A lo mejor hay menos gente, pero con problemas peores”, dice Rogelio Poveda, presidente del colectivo. “Desde entonces no hemos parado. Todos los sábados hay entrega de comida. Ni siquiera el día de la nieve se paró”, recuerda Enrique Serrano, tesorero. Aquella mañana de sábado, mientras Madrid amanecía aterido y paralizado, el grupo de voluntarios de Aluche se abrió paso hasta el local y bajo la nevada del siglo repartió las bolsas de la semana. Serrano describe que a sus puertas han llamado camareros en paro, obreros de la construcción, cocineros, empleados de tiendas sin trabajo y empleadas del hogar despedidas. “Pero también ingenieros, y dos pilotos que no tenían qué comer”, añade.

Los voluntarios reparten comida este sábado en la Asociación de Vecinos de Aluche.
Los voluntarios reparten comida este sábado en la Asociación de Vecinos de Aluche. INMA FLORES (EL PAIS)

Un pelotón de ocho voluntarios organiza la cola. Otros tres, sentados a tres mesas pequeñas, anotan en los portátiles a los solicitantes, les piden algunos datos —pocos—, les dan un vale verde en el que se apunta el número de personas que viven en casa. Otro grupo les entrega las bolsas de comida: fruta y verdura en las bolsas rojas; latas, pasta y arroz en las blancas y azules. El ritmo es incesante. Sólo en leche se distribuyen 1.200 litros semanales. La historia de Fátima El Masoudi, de 39 años, sirve para ejemplificar el perfil que puebla estas colas: gente que de un día para otro ve que su mundo se viene abajo. “Mi marido había dejado de trabajar en el Vips en febrero de 2020 para hacer un curso y ponerse a llevar un taxi. ¡Estaba tan contento…! Yo era camarera. Tenemos dos hijas pequeñas, de tres y cinco años. Llevamos 15 años en España. Nos iba bien. En marzo, el curso se suspendió. Mi marido se quedó en el paro y yo, en ERTE. Ahora tengo media jornada. Cobro 450 euros. Ése es todo el dinero que entra en casa, aparte de algunas chapuzas de mi marido. Y tenemos que pagar el alquiler, que es de 600. Las niñas van a un comedor social. Hemos tenido mala suerte, pero confío en salir adelante…”

Un estudio del Ayuntamiento de Madrid revela que antes de 2020, sólo el 4,8% de la población había acudido a los servicios sociales

Un estudio del Ayuntamiento de Madrid revela que antes de 2020, sólo el 4,8% de la población había acudido a los servicios sociales. En octubre del año pasado, un 20% respondía que, si la economía no mejoraba, no descartaban tener que acudir a algún tipo de institución para pedir socorro. Casi el 28% de los solicitantes de ayudas públicas municipales del segundo semestre del año pasado lo hicieron por primera vez. Antes, el principal grupo que se atendía en muchos barrios era el de ancianos solos y pobres; ahora es el de familias jóvenes con hijos pequeños. Y entre ellas, las familias monoparentales. Una de cada diez familias compuestas solo por una madre y sus hijos ha tenido ya dificultades graves para pagar el alquiler, la luz o el agua. Es decir, se encuentra a un paso de la pobreza absoluta.

Reparto de comida en un centro de Cáritas en Orcasitas.
Reparto de comida en un centro de Cáritas en Orcasitas. INMA FLORES (EL PAIS)

En el corazón de Orcasitas, Nieves García Moreno, de 64 años, miembro de la asociación de vecinos, deja su puesto y sale a la puerta del local a fumarse un Marlboro. A descansar un poco. Solo un poco. Al principio de la pandemia la asociación se encargaba de procurar comida a las cuatro o cinco familias de siempre del barrio. Ahora, Nieves tiene en la cabeza a 200. Y hace más cuentas que un asesor fiscal y más llamadas que un ministro para casar el número de menús que le donan a la semana, con las necesidades de cada una de las familias, a las que avisa una por una cuando les toca.

Hoy ha llamado a Mercedes González, de 65 años, que cobra una ayuda estatal de 450 euros de la que viven todos en su casa: “Mi hijo, que es cantante en el metro y que lo ha tenido que dejar; mi hija, que trabajaba en un restaurante y a la que han despedido; y mi ex, al que hemos recogido. Hasta lo del confinamiento íbamos tirando. Pero ahora, si no es por los paquetes de comida…”.

De siete familias a 200

En Carabanchel ocurre lo mismo: la despensa de comida de la asociación de vecinos atendía a siete familias en marzo de 2020. Hoy atiende una vez por semana a de 200 familias. Y han decidido plantarse ahí porque no dan abasto. El resto se encuentra en lista de espera. Todas estas organizaciones se quejan de la inacción del Ayuntamiento. Un portavoz municipal admite que al principio del confinamiento se vieron desbordados pero asegura que desde entonces se han dado 91.000 ayudas para comida y que cada mes distribuyen unas 800 tarjetas Familia, un método que permite comprar a crédito en un supermercado, a raíz de unos 370 euros para familias de tres miembros. Las agrupaciones vecinales aseguran que es insuficiente y se se ponen a ellos mismos como prueba. “Si el Ayuntamiento hiciera su trabajo nosotros no existiríamos”, asegura Rogelio Poveda, de Aluche.

Los vecinos esperan el reparto de comida este sábado en la Asociación de Vecinos de Aluche.
Los vecinos esperan el reparto de comida este sábado en la Asociación de Vecinos de Aluche. INMA FLORES (EL PAIS)

En un local de Cáritas, en Alcobendas, reconocen que suplen al Ayuntamiento, sobre todo, al parar un primer golpe. “Las instituciones arrastran una burocracia que es inevitable pero hay familias que no pueden esperar un mes a que les tramites el expediente. Necesitan comer ya”, explica David Jorge, de Cáritas. En este local no hay colas. Se convoca a la gente muy espaciadamente. Y se ha establecido un sistema de vales y puntos por el cual el solicitante, con un número de puntos determinado, pide lo que se le ofrece en los estantes. Todo está tasado. Es lo más parecido a una tienda que puede concebir un local caritativo. Y se ha hecho así, eliminando las colas, según explica Jorge, “para dar dignidad a las personas que vienen”. Lo consiguen. Pero esto no evita que se produzcan situaciones embarazosas: hace unos meses, una voluntaria que acababa de empezar a atender y a dar paquetes de pasta (un punto) y latas de atún (dos puntos) se encontró frente a frente con su camarero de toda la vida, despedido del trabajo, sin nada que comer.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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