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Bocata de calamares
Columna
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La vergüenza de la ocupación

La verdadera deshonra es un país que cae vertiginosamente en la pobreza y en el que la gente no tiene dónde vivir

Agentes de Policía Municipal vigilan una concentración contra el desalojo de un bloque okupado en el Palacio de la Infanta Carlota, a 25 de noviembre de 2020.
Agentes de Policía Municipal vigilan una concentración contra el desalojo de un bloque okupado en el Palacio de la Infanta Carlota, a 25 de noviembre de 2020.Ricardo Rubio (Europa Press)
Sergio C. Fanjul

Con frecuencia vemos a políticos de la derecha dándose golpes en el pecho y rompiéndose la camisa por la ocupación. Prometen mano dura y “tolerancia cero” contra esos sinvergüenzas que quieren pegarse la vidorra a costa de los demás. En realidad, la ocupación que estamos viendo es cosa de individuos y familias pobres. Las más emprendedoras, por cierto, que en vez de quedarse a la intemperie prefieren entrar en el piso vacío de una entidad financiera. Ese es el perfil mayoritario del ocupa. El ocupa no vive bien, sino todo lo contrario: vivir en constante riesgo de desalojo es una forma de sinhogarismo. Los ocupas, por mucho que ocupen, son personas sin hogar.

El tono de esos políticos cae dentro de la aporofobia, el rechazo al pobre que acuñó la filósofa Adela Cortina. Tratar el drama de la ocupación, que es el drama de la pobreza, con estos discursos es como tratar el coronavirus dándole una paliza al enfermo, a ver si sale el bicho. La ocupación (que ni siquiera saben distinguir del movimiento okupa, este sí, con ‘k’, de orígenes contraculturales y carácter político) no precisa mano dura, sino soluciones y, sobre todo, prevención.

España apenas tiene vivienda pública, hay desigualdad, desempleo y pobreza. Hay colas de hambre, 40.000 personas sin hogar y subiendo. Solucionar esto es luchar contra la ocupación, más allá de las chuscas tácticas de la empresa Desokupa, que algunos podrían considerar una política de vivienda. Ahora el Ayuntamiento de Madrid ha lanzado un (en apariencia bienintencionado) plan de alquiler: 30 millones para ayudar a que vuelvan los vecinos a lo que eran los pisos turísticos del centro. Ha tenido que venir una pandemia mundial para que el alcalde se diera cuenta de la destrucción de la urbe. Pero tiene una particularidad: solo pueden acceder personas que ganen más de 32.200 al año, mientras se avecina un pico de pobreza.

El Sindicato de Inquilinas ya lo ha puesto claro: es una medida para ayudar a los propietarios a que rentabilicen sus abandonados AirBnB con gente que no sea demasiado pobre. En época de crisis podemos permitir que la “clase media trabajadora” recupere las calles centrales de la ciudad, claro que sí. Luego ya veremos. Con estas medidas, desde luego, no se frena esa hipotética avalancha de ocupación con la que nos asustan los medios sensacionalistas y las empresas de alarmas. Al parecer bajas a comprar un repollo y cuando vuelves tienes a cinco toxicómanos fumando plata en tu sofá.

La vergüenza de la ocupación no es que haya gente que entre en casas vacías. La vergüenza de la ocupación es que haya personas que se vean abocadas a ello y que haya políticos que parezcan orgullosos de tener un país que cae vertiginosamente en la pobreza. Y, encima, pretendan sacar rédito político a través de perversas soflamas aporofóbicas.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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