_
_
_
_
Bocata de calamares
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Árboles maltratados

Nuestros compañeros en las calles, que tanto nos dan, necesitan mejores cuidados y, sobre todo, más espacio

Vista del parque de Atenas, donde se han caído varios árboles a causa de las fuertes rachas de viento, este viernes en Madrid.
Vista del parque de Atenas, donde se han caído varios árboles a causa de las fuertes rachas de viento, este viernes en Madrid.Kiko Huesca (EFE)
Sergio C. Fanjul

La otra noche, cuando los vientos borrascosos, los árboles de mi calle agitaban violentamente sus ramas, y yo no sabía si trataban de asustarme o de pedir ayuda, horrorizados, como en El grito de Munch. Parecía que el viento iba a arrancar a la ciudad del mapa como se arranca una pegatina: la ciudad resistió (más o menos), pero los árboles cayeron. Hasta un millón de ellos han sido afectados, hasta el 60 o 70% en zonas como Casa de Campo o Retiro. Filomena y el viento han supuesto un bombardeo a unos árboles que tampoco vivían en las mejores condiciones.

A mí los árboles urbanos antes me daban paz. Hasta que me di un paseo con el paisajista Ramón Gómez, del estudio Herba Nova. “Es cierto que Madrid es una de las capitales con más árboles, pero no se trata de poner muchos, sino de ponerlos bien”, me dijo, “dejemos de contar árboles: más calidad y menos cantidad”.

“Dejemos de contar árboles: más calidad y menos cantidad”, dice Ramón Gómez.

Me habló de las estrecheces de los alcorques en los que difícilmente caben las raíces, me mostró cómo en ocasiones esas raíces no pueden extenderse y rompen el asfalto con la fuerza de un Hulk vegetal, con una desesperación silenciosa. Me habló del daño que les hacen las podas, que les asfixian, y tienen que echar rama por sitios raros. Me dijo, en definitiva, que los árboles urbanos, que tanto nos dan, necesitan mejor trato, sobre todo, más espacio.

Ahora miro los árboles y me da angustia.

Dicen que los poetas tienen que saberse los nombres de los árboles. Un servidor, criado en los efluvios de los tubos de escape y al abrigo del hormigón armado, es bastante malo en eso, pero Ramón me contó que estos hermosos árboles municipales que tengo delante del balcón y que cuya copa considero en primavera mi jardín particular, se llaman olmo de Siberia y acacia del Japón. Esta acacia se plantaba en la tumba de personas ilustres y de ella se sacaban tintes amarillos que solo usaba el emperador nipón. Hay muchas historias dormidas en las ramas de esos árboles.

En estos árboles veo pasar el flujo de las estaciones con todo detalle, la caída de la hoja, la floración, y también las enfermedades y plagas que les aquejan, sobre todo al olmo con frecuente galeruca que le agujerea las hojas y le quita de comer, porque el olmo, los árboles, comen luz.

Todavía se ven por las calles y los parques las consecuencias del destrozo, los troncos caídos, grandes montones de ramas, como escombro, como daños colaterales, como los restos de una feroz batalla. Muchos de ellos, debilitados o propios de otros climas, no estaban preparados para esto. “Después de este desastre tenemos una oportunidad”, me dice ahora Ramón, “la ciudad está cambiando en estos tiempos, hacia el peatón: no seamos tan egoístas y pensemos en el árbol como algo más que mobiliario urbano”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_