‘Filomena’ y los niños (de 0 a 99 años)
La nevada ha resucitado la infancia de los madrileños, para bien y para mal
Como los niños tienen ambiciones materiales, de guaje yo soñaba con tener un grifo de Coca-Cola en la cocina, llegar a ser ministro de Hacienda (sin saber lo que era ser ministro o ser de Hacienda) o quedarme encerrado de noche en El Corte Inglés. Los sueños de unos son las pesadillas de los otros: Filomena dejó a cien personas encerradas todo el finde en un centro comercial de Majadahonda, durmiendo en el suelo y comiendo donuts.
Uno se imagina encerrado en un centro comercial, saltando sobre los colchones viscoelásticos, abriendo las conservas de la sección gourmet, peleando por los pasillos con espadas láser de juguete, asaltando la tienda de las golosinas en pos de las gominolas más ácidas. Luego, como hemos visto, la cosa no es tan chispeante y la gente quiere irse a su casa a aburrirse en el sofá.
El espíritu infantil, aun así, fue convocado por la lenta caída de la nieve que dejó Madrid gomosa y encantadora como un cuadro invernal de Thomas Kinkade. El alcalde sugirió, una vez más, quedarse en casa, junto a la chimenea (si la hubiera o hubiese), así que los madrileños, siempre pueriles e insurrectos, se echaron en tromba a la calle a recoger entre los copos algunos likes que rentabilizar luego en Instagram. Está visto que apelar a la responsabilidad y al libre albedrío, como insisten algunos, no funciona a gran escala. Sobre todo, si ¡mamá, hay nieve!
El sol, la lluvia, el viento, el fuego, el mar no son solo palabras para decorar poemas o rellenar los telediarios con catástrofes lejanas
Unos montaron una party en la Puerta del Sol (“a quién le importa lo que yo haga”, cantaban), otros una batalla de bolas en Callao (a cuyos batallones invernales tuvo que escorrer, porra en mano, la policía municipal). Por su parte, los árboles se tronchaban melancólicos, y los más preparados sacaban botas, esquís o trineos para convertir las calles en Baqueira Beret. Algunos conspiranoicos rezagados trataban de quemar con el mechero puñados de nieve, para demostrar que es falsa: una maniobra de geoingeniería para no sé qué. Los más pobres, las personas sin hogar, los habitantes de la Cañada, trataban de sobrevivir al frío como si fueran cazadores recolectores y no vivieran en una civilización supuestamente avanzada.
Que la vida iba en serio, como dijo el poeta, uno lo empieza a comprender más tarde. Nuestras inocentes generaciones van envejeciendo en el siglo XXI descubriendo su vulnerabilidad al terrorismo internacional, al desmadre financiero, al hecho microbiológico y, ahora, hasta a las inclemencias del tiempo. En nuestro seguro hogar europeo, que cantaron los Clash, tenemos que comprender que también podemos ser víctimas de fenómenos aparentemente controlados. El sol, la lluvia, el viento, el fuego, el mar no son solo palabras para decorar poemas o rellenar los telediarios con catástrofes lejanas. El cambio climático los puede poner aún más en nuestra contra. O la nieve, el material del que están hechos los sueños de los niños.
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