El bar madrileño de ‘Twin Peaks’ logra recaudar fondos para garantizar su futuro
Los dueños de Estupenda Bar, un local inspirado en la serie de David Lynch, reabren el 15 de enero tras meses de cierre por la pandemia
La planta superior luce como una típica cafetería americana. El icónico diner con sillones acolchados y mesas de formica que se alargan sobre el suelo ajedrezado. Unas escaleras conducen al sótano decorado con cortinas de terciopelo, donde la luz roja y tenue ilumina los techos abovedados. Dos fotografías de Laura Palmer descansan sobre un altar excavado en la pared. Nadie diría que la difunta es solo un personaje de ficción. Hasta el más mínimo detalle del garito alude a la impronta simbólica de Twin Peaks, aquella serie que David Lynch y Mark Frost estrenaron en 1990 y cuya tercera temporada se emitió en 2017. La postmodernidad televisiva tiene aquí un decorado único en Europa: se llama Estupenda Bar.
El establecimiento se encuentra en el madrileño barrio de Malasaña, en la calle de San Roque, 14. Una sede oficial del universo lynchiano —reconocida por la productora del director— que permanece cerrada desde marzo, cuando la pandemia asestó su primer golpe a muchos negocios rentables. La propiedad del Estupenda comenzó a recaudar fondos a principios de diciembre y ha conseguido evitar un traspasado gracias a sus clientes. La campaña de micromecenazgo que lanzaron ha reunido 4.000 euros con los que cubrir gastos fijos de la reapertura, como las nóminas de los cuatro camareros, actualmente en un ERTE. Parroquianos y cinéfilos donaron a cambio de un trago cuando se levante el cierre del bar, que retomará su actividad este viernes 15 de enero.
El horario será de tres y media a 11 de la noche todos los días, aunque hasta marzo alcanzaba las dos de la madrugada. “La clientela fija es muy fiel y nos está apoyando en este trance. Toca arriesgarse e intentar reabrir. Por ellos, aunque pueda resultar deficitario”, explica Silvia Prieto, la propietaria de 43 años, enfundada en un vestido oscuro de corte sesentero. Conocida como Estupenda Jones en su faceta de estilista para cine y publicidad, la empresaria se resistió a reanudar la actividad porque su local no tiene posibilidad de instalar terraza. Además, la caja se alimentaba, en gran medida, de una barra donde ya nadie puede apostarse.
El último informe de la Comunidad de Madrid sobre el impacto económico de la covid-19 revela que la actividad de la hostelería descendió en septiembre un 38,7% con respecto a febrero. Sentada en un sofá burdeos, Prieto relata cómo el cierre temporal cambió su día a día: “Aproveché para volcarme en los rodajes. Pero vives el futuro con cierta angustia. Aquí hay muchas horas y dinero invertido. Por eso creo que hay que intentarlo todo. No considero que el crowdfunding sea una manera de pedir limosna, sino un método para reflotar algo que mucha gente siente como propio”. El Estupenda Bar es una forma de culto.
Sirven batidos, perritos y hamburguesas, aunque la estrella es siempre el postre: la misma tarta de cereza que el agente Dale Cooper acostumbraba a pedir en la cafetería de aquel pueblo ficticio y repleto de abetos llamado Twin Peaks. El policía, que vestía la piel de Kyle MacLachlan e investigaba el asesinato de una estudiante de secundaria, no se separaba de su humeante taza de café. Tal vez por eso la carta de combinados del Estupenda le homenajea bautizando con su nombre a una mezcla de moca, vodka y sirope de azúcar. También destaca el cóctel Audrey Horne’s american belle —licor de marraschino, amaretto y bourbon—, inspirado en la atractiva joven que se enamora del agente.
Cualquier jornada en el Estupenda acababa siempre al ritmo de la misteriosa sintonía de cabecera de la serie emitida por Telecinco que armonizó en los noventa el compositor Angelo Badalamenti. “La gente viene para introducirse de lleno en el ambiente de Lynch”, apunta el director cántabro Nacho Vigalondo, paladín de la causa de este bar temático y amigo de Prieto. “Yo mismo ayudé a decorarlo, está repleto de detalles. Igual que Twin Peaks, el producto cultural que más me zarandeó de adolescente”. El garito se inauguró mientras se emitía la última temporada de esta serie que concilió las convenciones del medio televisivo, concebidas para pelear por los índices de audiencia, con los caprichos revolucionarios de su autor.
“Supuso algo verdaderamente rupturista que invadía el salón de casa a través de Telecinco y con tus padres en el sofá”, prosigue el director de Los Cronocrimenes (2007). Twin Peaks narraba los roces de una pequeña comunidad. La telenovela costumbrista se trufaba con una investigación policial al más puro estilo americano. Pero pronto quedó claro que la respuesta al interrogante que lanza la trama —¿Quién mató a Laura Palmer? — era solo una excusa, porque la serie conducía al espectador más allá de toda frontera narrativa. Se adentraba en un mundo surreal e impredecible que bien podría identificarse con la Habitación Roja; un espacio alucinógeno que el Estupenda reproduce en su sótano con suelo de zigzag y cortinas carmesí.
Hasta marzo ese salón acogía los monólogos del Estupenda. Cada martes se celebraba un micrófono abierto de comedia en directo y con público. Los miércoles, shows programados, como el de Lorena Iglesias, que trabajó en Magical Girl (Carlos Vermut, 2014). El fin de semana el ambiente se volvía apto para noctívagos y buen parte de eso volverá a partir de esta semana. El productor Enrique Lavigne, chaqueta de cuero y pelo canoso revuelto, es uno de los habituales. “La noche en la filmografía de David Lynch es un lugar de encuentro donde nunca sabes con qué te puedes encontrar. Lo mismo sucede en el Estupenda. Aquí he conocido a guionistas a los que luego he contratado”, cuenta el recién nombrado académico de los Premios Óscar estadounidenses.
El mito contemporáneo de Twin Peaks sigue vivo tres décadas después y alimenta el encuentro entre cineastas y aficionados. “Madrid sería mejor si hubiera más lugares como éste”, dice el productor de Lucía y el sexo (Medem, 2001) o La Llamada (Ambrossi y Calvo, 2017). “Para eso las administraciones tendrían que cuidar a la noche madrileña”, replica la propietaria mientras enciende las luces de su local vacío. Tras comprobar que en el interior todo está en orden, enchufa una gramola marca Renolle. ¡Clac! Suena el botón del mecanismo y la aguja se posa sobre uno de los discos. “Venga, hagamos como si estuviésemos abiertos”, sugiere Prieto. Y por unos instantes el rock and roll vuelve a apoderarse de su bar.
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