No tener casa mata
La pandemia y la crisis económica incipiente dejan sin hogar a un perfil cada vez más amplio de personas
Alexandra Gutiérrez, de 27 años, es licenciada en Química Farmacéutica, cantante y actriz. Llegó a España en 2019 y es solicitante de asilo: había salido de su Colombia natal escapando del acoso político y homófobo (es lesbiana). Reside en un piso tutelado de la Orden San Juan de Dios. Es una persona sin hogar. “Vivía en Vallecas, pero hubo inestabilidad laboral y se acabó el dinero”, cuenta, “acabé en la calle. Sientes que tu dignidad, tu estabilidad emocional se quebranta. Estás sola contra el mundo”.
No tener hogar es una circunstancia que afecta a todas las facetas de la vida. “La falta de vivienda recorta la esperanza de vida hasta diez años y también trunca los sueños, las oportunidades, los proyectos vitales”, dice Enrique Domínguez responsable de la Campaña de Persona Sin Hogar de Cáritas, “pero además la vivienda es el primer elemento de protección contra el coronavirus”. Cuando, llegado el virus, nos dijeron que nos quedásemos en casa, muchos no tenían donde quedarse. Hay 33.000 personas en esta situación en España.
Durante el confinamiento fue necesario alojar a 150 personas en Ifema. Paralelamente, Asociaciones como Solidarios para el Desarrollo o Acción en red denunciaron una campaña de hostigamiento a las personas sin hogar por parte de la policía municipal en el distrito centro de Madrid: en junio la presencia de estas personas en la calle cayó del 40 al 28,6%, a base de multas y desalojos. 80 personas que dormían en el aeropuerto de Barajas fueron desalojadas en abril. La pandemia supuso un movimiento sísmico en el mundo paralelo del sinhogarismo.
El pasado 22 de octubre fue el Día de las Personas Sin Hogar y se presentó en el centro de día Luz Casanova la campaña No tener casa mata, organizada por Cáritas y apoyada por otras organizaciones como Faciam, XaPSLL y besteBI. Quieren destacar que la vivienda es un derecho humano. Otra de sus prioridades es romper el estereotipo que pesa sobre este colectivo, ese que pinta a las personas sin hogar como hombres mayores, muy deteriorados físicamente, tirados en la calle, entre cartones y bricks de vino barato.
Sebastián Verdesoto es un hombre trans de 28 años que se quedó en la calle, por conflicto familiar, hace solo cuatro meses. “Cuando eres trans y lo juntas con la situación de calle, los problemas se multiplican”, dice. Tiene que dejar el albergue en el que vive dentro de unos días. “No sé qué voy a hacer”, se lamenta, “necesito encontrar trabajo: tengo el bachillerato hecho en Estados Unidos, un grado superior de Turismo, idiomas, pero no sale nada estable”.
En realidad, las personas sin hogar son tan variadas como las personas con hogar. Hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, cis y trans, jóvenes y mayores, con estudios y sin estudios, con esperanza y sin ella. La pandemia ha castigado especialmente a este colectivo y es previsible que haga que crezca notablemente en los próximos meses. La crisis económica dejará a muchos en la calle, muchos que nunca se lo hubieran imaginado, porque el tópico de que esto “le puede pasar a cualquiera” es cierto. Y cada vez más cierto.
Ana Rivas tiene 60 años y trabajaba cuidando, como interna en una casa familiar, a un hombre mayor. Como a tantas internas, la pandemia le dejó sin trabajo… y sin techo. “Fue de improviso, no me lo esperaba”, cuenta. Sola con su perro y su maleta, durmiendo en estaciones de autobús. Se acuerda sobre todo del frío. Ahora vive en el Centro de Servicios Sociales Luis Vives.
“Esta crisis ha sacado a la luz todas las fragilidades de la sociedad”, dice Rosalía Portela, presidenta de Faciam, “la diversidad de personas sin hogar cada vez es más amplia, y vamos a empezar a ver familias enteras sin hogar. Siguen los que estaban y llegan más”. Hay una pobreza emergente en la que están cayendo nuevas capas de la sociedad. La vulnerabilidad crece.
Rossana Macioci, de 59 años y nacida en Argentina. Es Licenciada en Filología Inglesa y trabajaba como profesora hasta 2019, cuando perdió el trabajo y se vio en la calle, durmiendo en una sucursal del Banco Santander en la calle San Bernardo. “O alquilaba o comía, no me daba el dinero”, cuenta, “en la calle tuve que hacerme fuerte, soportar mucha discriminación, no te dejan ni usar el baño. También había gente generosa”. Ahora vive en un piso de la Fundación Luz Casanova. “Me ha vuelto el alma al cuerpo”.
“Para erradicar el sinhogarismo hace falta voluntad política”, concluye Portela. Por ejemplo, España carece de un parque adecuado de vivienda social en alquiler, de solo el 1,5% del parque viviendas principales, según señala un informe de la Defensoría del Pueblo. El desempleo, la precariedad, la especulación, la debilidad de la red de cobertura social influyen en que se llegue a la exclusión y se vulneren los derechos humanos de miles de personas.
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