Una exposición para leer
‘Discursos de incertidumbres’ muestra las reflexiones, los diarios y las preocupaciones de una treintena de artistas durante el primer confinamiento
Hay discursos que se leen como hay exposiciones que se leen y más, si la exposición es un discurso. Entrar en la galería 1 Mira Madrid es introducirse en un cuaderno, uno que se ha utilizado para escribir el diario de esta pandemia que monopoliza y voltea todo. Discursos de incertidumbres se lee y; a pesar del momento confuso, triste, caótico y cambiante; está escrita con una letra armónica y ordenada que facilita su comprensión aunque plasme una situación desconocida. Los renglones perfectos en los que se narra una experiencia torcida contagian calma y desprenden empatía. Todo el mundo pasó por lo mismo.
Soledad, familia, hogar, abrazos, penuria, miedo, distancia, muerte, tiempo, paseos, encierro… son conceptos que cualquiera ha usado para hablar de la covid, en los telediarios, en la calle, hasta para echarse cosas en cara en alguna rueda de prensa y, como no puede ser de otra forma, también en el arte. Porque el arte contemporáneo es eso: contemporáneo. El aquí y el ahora y quien piense que está alejado no tiene más que observar la obra de LUCE y esa correspondencia con su abuela ante la imposibilidad de visitarla. “Cuando podamos salir, cogeré la bici...”, dice el nieto. “Tendré que volver a aprender a andar por la calle…”, responde “iaia Maruja”. Unió tres palos de fregona y puso una especie de pinza en uno de los extremos y así se pasaban las cartas de una casa a otra. La distancia: tres palos de fregona y una pandemia. Una enfermedad que ha hecho protagonistas, sin quererlo, a las personas de avanzada edad.
Cuando Mira Bernabeu, galerista y comisario de esta muestra ―su primera colectiva―, se puso en contacto con sus artistas para proponerles la idea que le rondaba por la cabeza y que marcará un punto de inflexión en los proyectos de la galería: que quedara Discursos de incertidumbres como un hito, una muesca que hablase del concepto pandemia, que no solo va a marcar el 2020 sino que ya forma parte de lo más intrínseco de cada uno, recibió respuestas de todo tipo. La de Inmaculada Salinas fue un “no puedo”. Su prioridad era su madre que estaba en una residencia. No tenía la mente y el cuerpo para crear, y este es un sentimiento que han tenido muchos: la falta de concentración, el no poder. Vuelve a ser una señora mayor la protagonista de su serie: Diario vírico, cada ficha que la conforma es un sueño, es color, es un paisaje y es un reloj que va pasando en todas ellas un mantra “besos, abrazos, caricias”. La falta de estas muestras de cariño era la distancia que tenía con su madre. Esther Ferrer, Premio Velázquez y Nacional de las Artes Plásticas, a sus 82 años se saltó las pautas que Bernabeu les marcó: ni envió una serie (uno de los requisitos es que fuera obra seriada), ni en formato pequeño. Ferrer mandó un retrato donde se la ve de perfil, es una obra característica suya, pero marcada por la covid-19. Lleva mascarilla y sujeta una regla de un metro “como si fuera quizá un catalejo, quizá un arma. Observa a quién se acerca, que se ha convertido en el enemigo, y para defenderse usa el arma de la distancia”, interpreta el galerista.
Otra arma fue el paseo diario para no desesperar esperando. Porque sí, los hogares se convirtieron en pistas para caminar, así el diario coronavírico de la brasileña Ana Amorin no solo es temporal, también es espacial. La artista ya realizaba mapas de su actividad cada jornada, una especie de registro jeroglífico de su vida. Siguió con él. Del 14 de marzo al 11 de julio realizó 120 mapas de sus movimientos, a veces están en blanco, solo con un cuadrado donde indica “casa”, en otros cuenta los pasos y marca las líneas para ir al supermercado o al médico. Anota los muertos y los infectados en Brasil, la cifra va subiendo. Algún día también apunta alguna sentencia del presidente Bolsonaro. “El artista es testigo de las conductas de su época y puede señalarlas y denunciarlas”, dice el pequeño catálogo de la muestra, que no han dejado de editar en papel para que cada uno que la visite se lo lleve. Casi un acto de insumisión en tiempos de códigos QR.
Lo material, lo que se puede tocar ha adquirido un matiz diferente. La textura, el volumen de las montañas de Bleda y Rosa, proyecto en el que estaban inmersos los fotógrafos, es replicado con especias en su cocina. Un trampantojo en el que el ras el hanout adquiere la apariencia de paisaje montañoso.
Una muestra polifónica con una treintena de voces que se leen como si de Rayuela se tratara: en el orden que el visitante-lector prefiera. Y en el que de repente otros aspectos de la vida, porque el mundo no se ha parado del todo, saltan como en la obra de Tadej Pogacar, 8 min 46 sec, el tiempo que tardó en morir George Floyd mientras un policía de Mineápolis le retenía con la rodilla presionándole el cuello. O el recuerdo que Cabello y Carceller hacen de otra pandemia reciente, el sida, usando la frase de Susan Sontang “la enfermedad no es una metáfora”.
Un encierro que finalizó para volver a empezar, sin ser conscientes de que es un recurso intermitente. Hoy es por el SARS-CoV-2, pero que en 1968, en la pieza Encierro de la argentina Graciela Carnevale quiso plasmar el régimen opresor de su país. Una obra que hoy cuelga en el MoMA y en 1 Mira Madrid hasta el 7 de noviembre (si no hay nuevo aviso).
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