“Para sobrevivir en la calle hay que currar mucho y ser creativo”
Además de alcalde de Valdepiélagos, Pedro Cabrera es profesor de Sociología y experto en pobreza extrema, exclusión social o sinhogarismo y así explica las consecuencias de la pandemia
“Durante el confinamiento nos dijeron a todos que nos quedásemos en casa… pero muchos no tenían casa en la que quedarse”, dice Pedro Cabrera, profesor de Sociología de la Universidad Pontificia Comillas y uno de los mayores expertos en asuntos como la pobreza extrema, la exclusión social o el sinhogarismo. Es, además, alcalde del pueblo de Valdepiélagos, que tiene la particularidad de ser gobernado por los vecinos desde la Transición, sin que los partidos políticos se presenten a las elecciones. La pandemia ha evidenciado el problema del sinhogarismo y la crisis económica en ciernes puede condenar a muchas personas a esta situación. Unas 2.800 personas viven en la calle en Madrid, según datos del Ayuntamiento de 2019, un 24% más que dos años antes. “Es la exclusión máxima: aquellos que no tienen dónde radicar una biografía”, señala Cabrera.
Durante el confinamiento se apreció una mayor visibilidad de asentamientos de personas sin hogar en las calles.
Puede que haya habido más permisividad: “Ocupa el espacio público ahora que no hay gente. Como no interfieres… luego ya te lo quitaremos”. Es curioso, pasó igual con los animales silvestres que volvieron a verse en la ciudad.
Se trasladó a las personas sin techo a Ifema. Luego muchos no querían regresar a los albergues, donde las condiciones no son de su gusto.
Más que como lucha contra el sinhogarismo, Ifema se hizo atendiendo a problemas de salud pública: el miedo al contagio y al pobre como contagiador. No forma parte de un compromiso de solidaridad a medio o largo plazo.
¿Qué es la arquitectura hostil?
Aquella que trata de hacer la vida más difícil y expulsar a la gente que vive en la calle. Se trata de los bancos antimendigos, con apoyabrazos para que no se tumben, pivotes en las superficies, planos inclinados, etc. Se desarrolla desde lo privado y desde lo público. Pero esto no es la guerra contra la pobreza: esto es la guerra contra el pobre.
¿Estigmatizan la pobreza los dogmas actuales sobre el individualismo, el esfuerzo y la competición?
Sí. Una de las maneras en las que se ha visto tradicionalmente a los pobres es como vagos, como merecedores de su situación: esto es una forma de inculpar a la víctima. Con los pobres siempre ha sido elegir entre la compasión o la horca. Pero para sobrevivir en la calle hay que currar mucho, tener ingenio, creatividad y desplegar mucha energía. Saber sacarse las castañas del fuego. Lo que en nuestra sociedad llamamos mérito es simplemente la multiplicación de los privilegios que algunos ya tenemos desde el principio.
¿Se puede erradicar la pobreza extrema?
Se dice que siempre va a haber pobres y es cierto, porque las circunstancias y las malas decisiones pueden abocarte a esta situación en cualquier momento. Eso siempre va a pasar, siempre va a haber rupturas y caídas. Lo que podemos conseguir es que estas situaciones no se cronifiquen. Hay más de 30.000 personas viviendo en la calle en España y varios millones de viviendas vacías. Esto no dice nada bueno de nuestra sociedad.
¿Qué hace falta?
Lo primero es tener unos datos afinados, dimensionar el problema. Luego desarrollar políticas públicas basadas en derechos, con facetas asistenciales, preventivas y de reinserción. Se han hecho estrategias nacionales por mandato de la Unión Europea, pero son prácticamente papel mojado. Y el ser humano no está hecho para vivir a la intemperie, como los elefantes. Busca refugio desde la época de las cavernas. La calle puede restarte hasta 30 años de vida.
Algunos han llamado “la paguita” al Ingreso Mínimo Vital.
Se habla desde la ignorancia, de forma despectiva, sin conocer la situación real. Me parece interesante un modelo que se llama Housing first. Dice que lo primordial es darle una casa al que lo necesite, antes que cualquier otra meta, siempre con ayuda personalizada y seguimiento social. Viviendas pequeñas y tuteladas en vez de albergues. Al final sale más barato, porque tener a alguien en la calle no es gratis, genera sus gastos. Con el Ingreso Mínimo Vital esa persona ya tiene dinero para hacer la compra. Y eso es ya estar en el camino de la reinserción. Una acción social realmente moderna y transformadora tiene que basarse en derechos: derecho a una vivienda digna (que recoge la Constitución) y derecho a una renta mínima.
¿Es la pobreza un reflejo de la sociedad que la produce?
Sí, estas situaciones de pobreza y sinhogarismo hablan de las contradicciones de nuestra sociedad. Parte de las causas de la suerte de los pobres tienen que ver con la estructura social: bajo nivel de protección social, poca capacidad de redistribución de la riqueza, escasísima vivienda pública, mal funcionamiento de los servicios sociales, avance del individualismo posesivo en vez de una solidaridad de corte republicano. Un fracaso personal es, en gran medida, un fracaso social.
La mujer de la calle
Las personas que viven en la calle son, mayormente, hombres. “Se trata de una extensión de los roles tradicionales a esta situación: el hombre es el que se arroja a la calle y la mujer se queda en casa. Además, la mujer en la calle se asocia a la prostitución”, señala Cabrera. Por lo general, las mujeres sin hogar (a veces con hijos) tienden a recurrir a opciones como pensiones, albergues o centros de acogida. Las asociaciones también suelen tratar de modo diferente según el género.
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