Aquel grito del pueblo
En el 125º aniversario de la fundación de la Asociación de la Prensa de Madrid, el periodismo es más necesario que nunca ante los bulos y la desinformación
El 31 de mayo de 1895, 173 periodistas, y entre ellos los directores de los principales diarios de la capital, se reunieron para fundar la Asociación de la Prensa de Madrid. Su objetivo era dar asistencia sanitaria a los profesionales de la información y respaldar a los que estaban siendo objeto de persecución política.
De ese mismo día tiene fecha la carta que Pablo Iglesias, fundador del PSOE, dirige a Miguel de Unamuno. Comentan las circunstancias de las elecciones municipales en las que Unamuno resultó elegido concejal del Ayuntamiento de Salamanca, aunque el empate a votos con el candidato conservador le dejó sin escaño.
Otro 31 de mayo, cien años más tarde, la portada de EL PAÍS recogía la crisis interna del Partido Socialista que acababa de sufrir una importante derrota en las municipales y autonómicas de 1995. Es el año en el que internet empieza a comercializarse en el mundo para el gran público. Asistíamos al comienzo de una nueva era que transformaría las relaciones laborales y sociales, que cambiaría nuestra vida y abría el tiempo de un nuevo periodismo.
Si damos un nuevo impulso al calendario llegamos, 25 años más tarde, a este 31 de mayo, ya en el siglo XXI, con titulares de prensa que siguen analizando el comportamiento del poder político y los partidos pero en un mundo distinto, con nuevas reglas, nuevos lenguajes y sobre todo a un ritmo diferente. Es como si los tiempos se hubieran acelerado sin control. Tanto que un líder prometedor tarda menos de un año en protagonizar la crónica de un fracaso. O las siglas de una formación emergente pasan a firmar un pacto de gobierno inesperado. Todo es efímero, nada es estable y en este mundo cambiante el periodismo se bambolea buscando su espacio.
Solo la información contrastada puede compensar la manipulación de nuestros temores y preocupaciones
La crisis económica del 2010 sorprendió a los periodistas intentando entablar una nueva relación con su público en medio de un bosque de comunicaciones directas e instantáneas entre gobernantes y gobernados. Las redes sociales anunciaban una nueva era de la comunicación en la que los periodistas tendríamos un papel secundario. Algo así como el coro que confirmaba o contrastaba las informaciones que llevaban minutos circulando por internet. Los teléfonos eran periódicos, radios y televisiones portátiles que se actualizaban al segundo. Si cada ciudadano podía ser emisor o informador, ¿qué papel quedaba a los periodistas? ¿cómo asegurar un valor económico al trabajo de informar?
Volvamos brevemente a la historia. Sólo unos días antes de que aquellos 173 periodistas madrileños se reúnan en un salón de actos para fundar la Asociación de la Prensa de Madrid, un diputado sube a la tribuna del Parlamento para suplicar la puesta en libertad del director de un periódico de Alicante, condenado por delito de imprenta. En su intervención, el diputado y periodista Soler y Casajuana pide un indulto para los informadores procesados por la publicación de un artículo titulado “El grito del Pueblo”.
Volvemos a asomarnos a una crisis económica con nuevas incertidumbres y sin encontrar la fórmula que garantice la supervivencia de este oficio de forma digna
125 años más tarde intentamos identificar las voces del pueblo y cuesta interpretarlas entre tanto grito. Volvemos a asomarnos a una crisis económica con nuevas incertidumbres y sin encontrar la fórmula que garantice la supervivencia de este oficio de forma digna, remunerada acorde al esfuerzo y a la exigencia que conlleva. La pandemia nos ha sorprendido tratando de dar valor a la información como alternativa a la divulgación de argumentarios y bulos. Nunca fue tan necesario el periodismo para combatirlos. Solo la información contrastada puede compensar la manipulación de nuestros temores y preocupaciones a base de mensajes impactantes, que mezclan datos imprecisos con frases fuera de contexto, que divulgan textos recortados, declaraciones amañadas, imágenes de otro tiempo y otro lugar… ¿qué es el periodismo si no colocar todo eso en su justo orden y momento?
Entre tantas vidas robadas en estos meses está la de un compañero que ha dejado huella como maestro de periodistas. En un emocionante artículo publicado en este diario, Peio H. Riaño, recuerda al profesor José María Calleja a través de sus apuntes. Un puñado de perlas que servirán siempre para marcar las pautas de una profesión demasiado obsesionada y juzgada por una objetividad imposible. Su fórmula, compensar la subjetividad inherente a cada individuo con una alta dosis de profesionalidad. “Los periodistas no podemos ser neutros, eso es para los detergentes. Y en según qué temas tampoco podemos ser neutrales”.
Calleja hablaba del terrorismo y de un compromiso que marcó su vida y le obligó a trabajar y a enseñar con escolta. Pero sus lecciones valen para sostener cualquier causa que un periodista quiera defender de forma honesta. En el tiempo del ruido y de la precipitación, Calleja enseñaba a sus alumnos que esta profesión sólo se puede ejercer desde "la tenacidad y la paciencia”. Y cabría añadir, con permiso del maestro, nunca desde las trincheras.
María Rey es periodista y vicepresidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid
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