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Barrionalismos
Columna
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A cubierto

Algo que nunca hubiera imaginado es que mi gran alternativa de ocio diaria sería salir a las ocho a aplaudir desde el balcón al personal sanitario

Una mujer desde la ventana de su casa en Madrid, en los aplausos diarios de las 20.00 horas.
Una mujer desde la ventana de su casa en Madrid, en los aplausos diarios de las 20.00 horas.Fernando Alvarado (EFE)

No sé si nos hemos acostumbrado a nuestra existencia de interior, sin embargo, es la que nos toca vivir, por el momento. En algunos casos, no se parece en nada a la de antes del COVID19. Nos hemos quedado sin los olores de fuera, al café y pincho de tortilla de los bares por las mañanas, a flores, justo ahora que ha empezado la primavera, o a tierra mojada. Si llegan las fragancias, lo hacen mitigadas por la distancia.

La vista tampoco es la misma, puesto que ahora no podemos explorar más allá de lo que nos permiten observar nuestras ventanas. Enfrente, cortinas en tonos marfil, televisiones gigantescas de las que únicamente intuimos colores saturados, bicicletas estáticas que algunos tenían olvidadas en la terraza, pero que usan en la actualidad para no perder la costumbre de moverse. Los sonidos nada tienen que ver con lo que dejamos el día que nos encerramos, ni coches ni voces de niños en las plazas, solo aves y pocas que estoy a más de cincuenta kilómetros de la montaña. El tacto, si el confinamiento nos pilla en solitario, se limita al de los objetos inanimados que limpiamos, movemos o cocinamos. ¡Qué lejos las caricias y los abrazos!

La actividad se ha trasladado al patio de luces, desde donde me llegan los sonidos de los cubiertos cayendo sobre los platos y los olores de lo que han cocinado. Oigo ladridos, y música y risas y enfados. También reconciliaciones. Estoy deseando que se vayan las nubes para tender mi ropa en la lía por si, con suerte, coincido con alguna vecina. Por vez primera en semanas podría charlar con alguien mirándole a la cara sin que nos separe una pantalla.

La vida ha cambiado en muy poco tiempo y, a pesar de lo mucho malo, también hay cosas buenas. La gente trata de cubrir necesidades inmediatas imprimiendo en 3D el material que no llega; los carteles en los portales pegados por personas que se prestan a ir a comprar o a pasear las mascotas se han multiplicado y se han creado grupos de whatsapp en los que completos desconocidos con ideologías opuestas y edades dispares se organizan para ayudar.

Algo que nunca hubiera imaginado, antes de la pandemia, es que mi gran alternativa de ocio diaria sería salir a las ocho a aplaudir desde el balcón al personal sanitario. Todas las jornadas son diferentes. En la última se gritaron de un bloque a otro lo de “camarero, ¿qué?”, se dieron las buenas noches dejándose los pulmones y alguien puso con los mejores altavoces del universo, ya que su potencia era indiscutible, la canción de “We are the champion” de Queen. Cada tarde nos regala un tema distinto, con el fin de no sumirnos en la rutina.

Mientras, el pequeño comercio se reinventa para continuar funcionando y se enfrenta a los todopoderosos supermercados, que tienen las webs colapsadas y a la gente haciendo cola en la entrada, ofreciendo la posibilidad de comprar por teléfono y entregando la mercancía a domicilio en menos tiempo que las grandes superficies.

Los barrios siguen vivos, eso sí, a cubierto.

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