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BARRIONALISMOS
Columna
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El Madrid que vi

Ojalá Madrid, que ya es bonita, se vuelva más hermosa y más limpia y más humana tras esta experiencia

La Gran Vía, vacía tras la declaración de estado de alarma por el Covid-19.
La Gran Vía, vacía tras la declaración de estado de alarma por el Covid-19.Jesús Hellín (Europa Press)

La semana pasada me tocó ir a trabajar un día. Tenía ganas de abandonar mi hogar, de alejarme del salón, que a ratos ha sido oficina y a ratos, muchos, dormitorio. Estaba perdiendo las huellas dactilares, gastándolas en redes sociales. Fui a la típica hora en la que la A5 solía estar a reventar y no la encontré vacía pero sí irreconocible, con pocos coches en los que viajaba un único pasajero. Esto último, en realidad, no era algo tan inusual antes del encierro.

Pasé por delante del barrio de Campamento y, poco después, cerca de la Casa de Campo, vi bajo el puente a las familias que siempre están allí, inmersas en su rutina. Para ellas, hablar de confinamiento carece de sentido ya que las paredes de su vivienda habitual son de cartón.

Proseguí y se extendió ante mí la Gran Vía, holgada, desconocida, con sus semáforos activos controlando un flujo de vehículos ligerísimo. Todos sus locales cerrados, salvo el estanco y algún hotel a menos de medio gas y edificios de esos enormes en los que hay oficinas, probablemente vacías. Llamaban la atención los luminosos a pleno rendimiento de los cines anunciando películas que ya nadie puede contemplar y los teatros con musicales que ahora nadie puede oír.

Vi a personas con las manos cubiertas, los pies envueltos en bolsas del supermercado y las bocas tapadas con mascarillas, caminando de esa guisa por lo que cualquiera hubiera dicho, hace solo tres semanas, que se trataba de un escenario. También me fijé en los que estaban en situación de calle, sin protección, puesto que en muchos casos, su vida, su precariedad, sus riesgos están ahí siempre, solo que ahora son aún peor.

Por un momento se me pasó por la cabeza que echaba de menos los atascos y el sonido del claxon, pero no. Ojalá este encierro masivo nos sirva para pensar en la ciudad que queremos, en la que el transporte público, ya sin riesgo, sea la principal opción, en la que valoremos a quienes tenemos cerca, que trabajan de forma silenciosa para que nuestra vida sea más sencilla, incluso en el peor de los momentos. Por supuesto a ese personal sanitario que se está dejando la piel con el fin de cuidarnos y curarnos, pero también a las personas anónimas que vi el día que tuve que salir, a quienes no pueden quedarse en casa y no siempre son reconocidos o recordados. A las y los conserjes, conductores de autobús, de metro y de Cercanías, repartidores, transportistas, carteros, reponedores, cajeros, cuidadores, limpiadores y teleoperadores al otro lado del teléfono al que mucha gente llama angustiada. Ojalá Madrid, que ya es bonita, se vuelva más hermosa y más limpia y más humana.

A todas las personas a la que aplaudimos cada tarde y que hace que Madrid siga en pie hasta cuando le falta su bullicio. Al Madrid que sigue en pie, aunque esté convaleciente.

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