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BARRIONALISMOS
Columna
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El juego también es una droga

¿Qué sucede para que la gran adicción de nuestro tiempo, el juego, se publicite por la tele ? ¿Por qué, de manera alegre, las casas de apuestas continúan al lado de los colegios?

Manifestación contra las casas de apuestas en Madrid.
Manifestación contra las casas de apuestas en Madrid.VICTOR SAINZ (EL PAÍS)

Cuando yo era pequeña, había muchos más descampados que ahora. No vivíamos rodeados de edificios ni había tantos parques.Te bajabas a la calle a jugar y la calle era el asfalto, las baldosas de la acera, una arena que parecía tener dientes o la hierba sin cortar. Sin florituras, sin la mirada atenta de nuestras madres ni de nuestros padres, más que desde la ventana, con chándales cubiertos de parches, con miles de amigas porque las vecinas coetáneas se convertían en compañeras inseparables, y con mucha imaginación para suplir la falta de casi todo. Lo anterior, a pesar de las carencias, era lo bueno. Sin embargo, también había cosas malas. Hubo una época en la que en esos espacios que decidimos que fueran lúdicos por obstinación y por no haber otros, encontrábamos jeringuillas por doquier.

A mí me pilló muy niña, pero recuerdo que los mayores nos advertían antes de salir de casa, normalizando aquello que nunca deberíamos haber considerado normal. “Cuidado, no os pinchéis”, nos decían antes de salir. En efecto, durante mi infancia, el consumo de droga por vía intravenosa estaba muy extendido. Azotó a todas las capas de la sociedad, pero en las periferias, se vivieron situaciones familiares dramáticas y se produjeron ingentes pérdidas imperdibles, la de los seres que se amaban.

Había zonas especialmente complicadas. Yo me acuerdo de un parque, que estaba situado frente a una tienda de deportes y cerca de una pista de patinaje, que solía llenarse de niños cada tarde, al salir de clase. Todo el mundo lo llamaba “el parque del elefante” debido a que tenía una estructura metálica, tipo tobogán, con la forma de ese animal y estaba atestado de jóvenes que sentían que les daba la vida quitársela con cada pinchazo.

En esa época me daban miedo, porque la desesperación que les generaba la necesidad de un nuevo chute les llevaba a pedir algo de dinero o, directamente, a atracar a los transeúntes para poder seguir drogándose.

No obstante, había una conciencia global del daño que la heroína estaba infligiendo en la gente y hasta en el colegio, nos hablaban del tema para que tuviéramos cuidado y no cayéramos. Hay una generación entera que aún la teme porque es consciente de cómo actúa y de sus estragos.

¿Qué sucede para que la gran adicción de nuestro tiempo, en cambio, se publicite por la tele ? ¿Por qué, de manera alegre, las casas de apuestas continúan al lado de los colegios? ¿Qué hace falta para que los programas que admiten esos anuncios entiendan que la ludopatía también, aunque de otro modo, puede destrozar por dentro?

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El otro día, escuché cómo un joven le decía a otro que le dejara tres euros para apostar y que enseguida se lo devolvería puesto que iba a ganar. Me impresionó cómo rápidamente, ambos chavales empezaron a autonarrarse el cuento de la lechera. Ganarían esto y podrían comprarse lo de más allá y con eso logrado, el paso siguiente sería obtener algo aun mayor.

¡Qué importante sería contarles lo que se pierde! Y no hablo solo de dinero sino del tiempo, que nunca vuelve, de las amistades que dejan de entenderte y de la salud mental.

El juego también es una droga y como tal, resulta devastadora.

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