Última Rapa das bestas antes de que Naturgy se adueñe del viento
La tradición secular de los montes de Pontevedra se torna en reivindicación contra los proyectos eólicos, autorizados ya por la Xunta para invadir el hábitat de los caballos salvajes
Candela Peña no es una actriz, sino una amazona de nueve años que el fin de semana ha sido capaz de mover a toda su familia desde Madrid para ver los caballos salvajes que habitan el corazón de monte de la provincia de Pontevedra. El músculo verde galopado por una de las razas equinas más ancestrales del planeta late en unas 3.000 hectáreas entre los municipios de A Estrada, Campo Lameiro, Cerdedo-Cotobade y Cuntis. Un territorio sobre el que tienen clavadas sus chinchetas compañías energéticas que suman, al menos, 13 proyectos eólicos (y 77 molinos de casi 200 metros de altura), de los que nueve ya fueron aprobados por la Xunta de Galicia en abril.
Candela, su hermano Edu, de 13 años, y sus padres son cuatro de los 14.000 visitantes que han acudido a presenciar la tradición secular de la Rapa das bestas; secular o más bien milenaria en Galicia, si se tiene en cuenta que tanto aquí como en otros lugares de la provincia hay petroglifos con caballos, e incluso una representación de 4.000 años de antigüedad en la que aparecen 78 supuestos équidos y algunos humanos, casi todos avanzando en la misma dirección, hacia una especie de cercado (Outeiro dos Lameiros, Baiona). Esa es la viva imagen del ritual que todos los años se repite en el pueblo de Sabucedo (60 vecinos, A Estrada), fotografiado por reporteros de todo el mundo y declarado fiesta de interés internacional desde 2007.
Durante cuatro días, las manadas “de bestas” que viven siempre en libertad, alimentándose de la biomasa del monte, son guiadas por caminos tradicionales (que caen en áreas de explotación eólica) para ser desparasitadas y rapadas en el “curro” o ruedo de piedra de Sabucedo. Hoy las calles están tomadas por los puestos de pulpo. La tradición es un espectáculo y para acceder al curro hay que pagar entrada que se puede comprar online, pero el resto sigue siendo como antes, con los avezados “aloitadores”, hombres y mujeres que realizan el trabajo sin más armas que sus propias manos para doblegar a más de 200 animales a los que hay que eliminar las garrapatas y cortar las crines para un año entero. Candela, que ama los caballos, está sorprendida de que aquí se llame “bestas” a unos animales pacíficos, “más buenos que los domados”, tan mansos que antes de la hora de la Rapa ella se les acerca con briznas de hierba en la mano, mientras otros turistas se acuestan a tomar el sol entre yeguas y potros que aún maman. La niña madrileña dice que de mayor quiere ser “aloitadora”. “Ya vendrás dentro de unos años con alguna amiga, o con el novio”, le responde su madre. Pero todo apunta a que, dentro de muy poco, algo va a cambiar en Sabucedo y la comarca de Tabeirós-Terra de Montes.
De los nueve proyectos ya aprobados por la Xunta en abril (“pero publicados en el Diario Oficial de Galicia después de las elecciones municipales”, recuerda la Asociación Alarma na Terra de Montes) cuatro se desarrollarán, si no se logran frenar, sobre el mismísimo territorio de las manadas. Habrá menos aerogeneradores que en los parques que se conocen, pero serán cuatro veces más altos que los instalados hasta ahora en Galicia; se abrirán viales con capacidad para el transporte de los postes y las palas de los molinos; y se desplegarán otras instalaciones como las líneas de evacuación eléctrica. “Todo mi apoyo al pueblo de Sabucedo. Energía eólica sí, pero no así”, proclamaba al recoger su Goya en febrero el cineasta Rodrigo Sorogoyen, que filmó a los caballos para su película As Bestas.
El colectivo vecinal creado para luchar contra los planes de las energéticas que han sido bendecidos por el Gobierno del PP en Galicia —con Francisco Conde como conselleiro de Economía, antes de dejar el cargo para seguir los pasos de Feijóo en estas elecciones— prepara su ofensiva judicial junto a la Asociación Rapa das Bestas, la Comunidad de Montes de Quireza y el grupo ecologista Adega. La decisión se tomó al ver cómo el Consello de la Xunta aprobó la Declaración de Utilidad Pública (el paso definitivo, necesario para ejecutar las expropiaciones si los vecinos se niegan a vender) del polígono eólico Campo das Rosas, promovido por Naturgy. Esta es la compañía que más cerca está de entrar con sus máquinas en estos montes con manantiales, grabados rupestres y turberas que son hábitat de los caballos salvajes. “Pero también han sido autorizados los proyectos de Greenalia y Evergreen”, explica Rita Iglesias, integrante de Alarma na Terra de Montes, la asociación capitaneada por mujeres de la zona que ha logrado cambiar la “resignación” inicial de los vecinos por un arraigado sentimiento de “resistencia”.
“La nuestra no es una lucha ecologista, es una lucha por la supervivencia”, resume Iglesias, que se ha quedado atendiendo a la hora de comer el puesto informativo (también con folletos en inglés para los turistas y la prensa internacional que asiste a la Rapa) en el que se exponen los planes eólicos y se promueve una colecta para financiar las acciones judiciales. Mientras tanto, la presidenta del colectivo, Rocío García Valladares, y otra compañera se han marchado a dar una charla. “Que invadan estos montes es una aberración y un escándalo político contra el que también están los alcaldes del PP de la zona”, protesta la activista en medio del barullo del pueblo en fiesta, que esta vez está cubierto de pancartas reivindicativas y carteles contra los proyectos eólicos colgados de los balcones. “La gente se moviliza porque ahora ve que este es un peligro real para nuestro futuro, para nuestra vida... hay personas que pensaban restaurar sus casas y ahora lo único que quieren es venderlas”.
Varios vecinos mayores hablan de cuando una hidroeléctrica proyectó un pantano en el tardofranquismo. Al final, cuentan, el plan fue descartado por los riesgos técnicos que entrañaba “pero la gente que ya había vendido se marchó”. Según ellos, esta es “la razón por la que el sur de la comarca”, las faldas que caen hacia la cuenca del río Lérez, “está más despoblada que el norte”, la zona salpicada de aldeas que ahora cae dentro de los mapas del negocio del viento.
La población salvaje más grande del mundo
El peregrino californiano Steven Anderson se para un buen rato ante los carteles informativos de Alarma na Terra de Montes. “¿Quién es aquí la bestia?”, se pregunta después de sacar sus propias conclusiones sobre los planes eólicos para el “monte das bestas”. Mateo Álvaro, un jinete de 15 años que ha venido desde A Coruña al acontecimiento ecuestre sueña con que lo dejen entrar al curro con los potros, pero de momento se conforma con echar una mano guiando a las manadas desde el monte.
La tradición, que en Sabucedo se celebra desde mucho antes de 1779 (la fecha que consta de la construcción del “curro antiguo”, situado junto a la iglesia), presume de un fuerte relevo generacional, mientras la Asociación Rapa das Bestas defiende su técnica “libre de cuerdas y palos, solo con las manos”. La controversia que despiertan los curros gallegos entre algunos colectivos animalistas ha quedado eclipsada últimamente por la sombra de los gigantes del viento, contra los que se han significado en esta comarca los principales grupos ecologistas.
Según la Sociedade Galega de Historia Natural, no hay en el planeta ninguna población de caballo salvaje más grande que la de las “bestas” galaicas, conocidas también como garranos e identificadas por Felipe Bárcena, su mayor estudioso, como Equus ferus atlanticus. Estos resistentes cuadrúpedos, más peludos y más pequeños que los caballos domésticos, habitan el noroeste de la Península Ibérica desde hace 12.000 años y aunque viven en libertad limpiando el monte de maleza en una eterna campaña contraincendios, todos tienen dueño. En los años setenta, la población rondaba los 20.000 animales. Hoy se estima que son la mitad.
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