A Costa da Morte abre al mundo el cementerio vanguardista donde nadie pudo ser enterrado
El camposanto que diseñó el arquitecto César Portela junto al cabo Fisterra dejará atrás 25 años de abandono y acogerá urnas de cenizas de vecinos del municipio y foráneos
Cuando el arquitecto César Portela diseñó en los noventa un cementerio público y laico en el municipio de Fisterra, intuyó el riesgo que corría. “Sabía que no era un cementerio normal, que tenía una intención y, por tanto, un riesgo. Pero era lo que el sitio pedía”, explica el premio Nacional de Arquitectura 1999. El creador pontevedrés concibió un camposanto sin muros, en un acantilado de A Costa da Morte y junto al cabo del fin del mundo, conformado por cubos de granito con 12 nichos cada uno que miran de frente al mar. Los desperdigó a lo largo de los senderos naturales que transitaban agricultores y pescadores desde quién sabe cuándo. Su obra fue finalista del Premio Mies Van der Rohe en 2003 y es considerada un hito en la arquitectura funeraria europea, pero en Fisterra desencadenó un movimiento opositor liderado por el párroco de entonces y nunca se terminó. El Ayuntamiento impulsa ahora un proyecto para resucitar el espacio como un columbario para el descanso eterno de las cenizas de vecinos y foráneos.
Son 14 bloques a solo dos kilómetros y medio del faro al que peregrinan cada año miles de caminantes. Las tumbas miran al Atlántico y al monte Pindo, la montaña sagrada de los celtas. Su construcción se aprobó en 1997 con una inversión prevista de 360.000 euros. Al año siguiente comenzaron las obras, pero avanzaron lentamente arrastrando problemas presupuestarios y constructivos. Al final, quedaron a medias. La necrópolis iba a tener 450 nichos y solo se ejecutaron 168. Acabó invadida por la maleza y ha sido utilizada por turistas como alojamiento para pasar la noche. Uno de ellos se quedó incluso varios meses y, según cuenta Portela, llegó a escribirle un correo electrónico reclamándole calefacción en los nichos.
En estas dos décadas, el arquitecto no ha dejado de recibir llamadas de personas interesadas en enterrarse allí. Al Ayuntamiento de Fisterra también han llegado este tipo de consultas. En sus cubos han ido incluso apareciendo urnas con cenizas, depositadas por visionarios del proyecto puesto ahora en marcha. Portela cree que esta “presión” es la que ha llevado al gobierno local a resucitar su obra como columbario. A él la idea le parece “bien”. “Siempre tuvimos interés en poner a andar el cementerio”, explica el alcalde, el socialista José Marcote, que en 2015 acabó con 16 años de dominio del PP. “Estuvimos piensa que piensa y hemos encontrado una salida sencilla, ahora que la incineración ha ganado protagonismo”.
Fisterra tramita una ordenanza municipal para convertir los nichos del camposanto pensados para féretros en depósitos de cenizas. Sus responsables calculan que en los 150 huecos cabrán un millar de urnas. Podrán solicitar plaza vecinos y foráneos. El espacio reservado para cada uno de estos dos grupos “dependerá de la demanda, será flexible”, señala Marcote, y las zonas que se irán ocupando progresivamente las marcará la regulación en trámite, no se podrá elegir ubicación. En estos momentos, se está elaborando el estudio económico que marcará los precios. La ordenanza debe ser luego aprobada en pleno y se someterá a alegaciones.
No está claro que la reactivación del camposanto esté cerrada antes de las elecciones municipales de mayo. El proyecto también incluye unas obras para limpiar de maleza el espacio y adecentar el acceso, para las que el gobierno local está buscando subvenciones. “Los tiempos de la Administración son tediosos y nuestro secretario está de trabajo hasta arriba. Además, celebramos plenos cada dos meses”, señala el alcalde sobre los plazos.
El cementerio civil de Fisterra es la obra más incomprendida de Portela, autor de construcciones como la estación de autobuses de Córdoba -por la que recibió el Premio Nacional-, el Museo do Mar de Galicia o la torre de control del aeropuerto egipcio de Sharm al-Sheij. Pese a la decisión del gobierno local de dejarla inacabada, alegando que le disgustaba a los vecinos, la necrópolis fue finalista de los premios Mies Van der Rohe y del Premio Europeo Philippe Rotthier. Portela, de 85 años, señala que diseñó el camposanto con el “respeto” debido a los muertos, pero teniendo muy en cuenta también que es un espacio “que visitan los vivos”. Lo ideó pensando en que los visitantes disfrutasen de un “paisaje maravilloso” y en que las tumbas pudiesen acoger a vecinos ateos, agnósticos y de todas las religiones. Todo ello fundido con la naturaleza. “Pensé que lo ideal era que los únicos muros fueran el cielo, el mar y la tierra. Y eso algún detractor lo explotó diciendo que sería invadido por bichos y animales”, lamenta el arquitecto.
“Hubo una mezcla de religión, política y rechazo social inducido”
El cementerio civil de Fisterra nunca se inauguró. La obra se impulsó con un gobierno de izquierdas en el Ayuntamiento y fue el PP el que la paró. Lo hizo el exalcalde popular José Manuel Traba, tras sustituir a otro regidor de su partido que murió de forma repentina. Traba aducía que a los vecinos de Fisterra no les gustaba para su descanso eterno, pero tampoco lo abrió a muertos de fuera. Los críticos alegaban que estaba muy alejado del núcleo urbano, en contraste con el camposanto tradicional y católico, el de la parroquia de Santa María das Areas.
“La ley obliga a situar los cementerios a un mínimo de 500 metros de distancia de las casas y el único lugar que en Fisterra cumplía esa condición era ese”, rememora José Fernando Carrillo Ugarte, exregidor del CDS entre 1991 y 1995 y actual presidente de la asociación de vecinos Costa da Morte de Fisterra. Formó parte del gobierno local que aprobó el proyecto y considera que la reconversión en columbario es “una solución buena, aunque no suponga terminar la obra”. “Al menos los 30 millones de pesetas [180.000 euros] invertidos ahí tendrán una rentabilidad”, aduce.
Los defensores del proyecto de Portela creen que detrás del movimiento opositor se escondían intereses económicos, ya que entonces la compraventa de nichos del cementerio parroquial estaba en auge y el nuevo espacio pretendía imponer unos precios públicos y tasados. “Hubo una mezcla de religión, política y rechazo social inducido por ciertos intereses. Hubo cambio político y los que vinieron lo dejaron morir”, apunta el actual regidor socialista en alusión al PP.
Ahora los muertos en Fisterra ya no tienen donde ir. El camposanto de Santa María das Areas está hasta los topes. “Hay una necesidad de espacio y esta alternativa ayudará a descongestionar, al menos a quienes quieran ser incinerados”, destaca el regidor. El diseño del cementerio a través de cubos ubicados al pie de los senderos naturales del acantilado permite ampliarlo “indefinidamente”, explica su autor. “Decidí aprovechar esos caminos porque están muy bien hechos por los agricultores, pescadores y mariscadores, tienen la pendiente adecuada para poder transitarlos”, esgrime Portela. El alcalde da por superadas las pegas vecinales de antaño: “Que los cementerios estén lejos de la población y de las iglesias es ahora normal, pero en los noventa no. La gente va evolucionando”. Coincide con él el exregidor y líder vecinal Carrillo: “Tampoco hay ya la rivalidad de entonces entre laico y religioso”.
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