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ELECCIONES 23J
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Qué tal lo han hecho las encuestas? Juicio y reivindicación

La mayoría de sondeos exageraron la fuerza de la derecha. Nuestra predicción avisó de que la no mayoría del PP y Vox era bien probable (40%). Y aunque la izquierda sorprendió por su buen resultado, el CIS volvió a sobrestimarla

Kiko Llaneras

Hoy defiendo la utilidad de las encuestas más allá de esta volátil noche electoral. De hecho, he realizado el ejercicio de escribir la esencia de este texto durante la tarde del domingo, antes de que se conociesen los resultados. Es ya una costumbre que me ayuda a razonar sin derrotismo ni euforia demoscópica: reivindicaré la utilidad de los sondeos en cualquier caso.

¿Qué tal lo han hecho? Regular.

El promedio ha acertado el orden de los grandes partidos y la distancia entre las formaciones tradicionales y sus perseguidores. El error medio ha sido 1,2 puntos, que es bastante mejor que la media histórica (1,9). Pero ha sobrestimado mucho a la derecha (que gana por un punto y no por seis) y se ha quedado corto con el PSOE. A favor de los sondeos hay que decir que —al menos en conjunto— habían dejado el resultado muy abierto. Mi última predicción, basada en un promedio de buenas encuestas y en su precisión histórica, daba un 60% de posibilidades a la mayoría de derechas; un 16% a un éxito de la izquierda que le permitiese gobernar con sus apoyos de 2019; y un 23% de que no pasase ni una cosa ni otra, y que cayésemos en una situación casi de bloqueo. La realidad eligió ese lugar intermedio.

Ese era el escenario más probable, según la encuesta de 40dB. que publicó este periódico el lunes pasado. Su sondeo ha estado bastante preciso: daba 173 escaños a la suma del PP y Vox, que se han quedado en unos 169 asientos. Los mayores errores los han cometido encuestadoras que tenían esa suma por encima de 180. Las discrepancias entre unos y otros en cierto modo hicieron mi trabajo más sencillo, porque es más fácil explicar la incertidumbre cuando hay disparidad de criterios. Otras veces no fue así. En el fallo más recordado esta década, cuando en 2016 no se produjo el sorpasso de Podemos al PSOE, resultó problemático que todas las encuestas lo diesen como probable. Daba igual que no fuese por mucha diferencia en votos; ese consenso de empresas demoscópicas transmitió una falsa sensación de certeza.

El CIS merece una atención separada.

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La izquierda lo ha hecho bastante mejor de lo previsto por el resto de sondeos, pero incluso así el CIS sigue sesgado. Su estimación ha sido tan precisa como el promedio —con un error medio de 1,16 puntos por partido, frente al 1,2—. Pero su desviación va en la dirección previsible: ha vuelto a exagerar la fuerza de la suma de izquierdas. Desde la llegada de José Félix Tezanos a la dirección del CIS, el centro ha sobrestimado los votos de la izquierda en 36 de 37 elecciones. Para que su modelo se demostrase correcto debería acertar media docena de veces seguidas.

El valor de los sondeos

¿Por qué reivindico las encuestas? Primero, porque ofrecen información. La última semana nos alecciona sobre lo que pasa cuando se apagan los sondeos de cabeceras rigurosas: la alternativa no es un silencio reflexivo y pacífico, sino ruido, bulos e intoxicación interesada. Sin encuestas, todos los partidos dirían que van ganando; todos asegurarían tener un escaño en juego en tu provincia; todos serían voto útil.

Los sondeos los popularizaron los medios de comunicación estadounidenses para ofrecer datos que fuesen un contrapoder a los políticos. Datos transparentes —una apuesta que en este periódico hemos redoblado en este ciclo—, independientes y rigurosos. Esa misión sigue siendo nuestra.

Segundo, porque las encuestas hacen las elecciones un poco más previsibles. Gracias a ellas sabemos qué es posible, probable o muy raro; y es legítimo que algunos ciudadanos usen esa información para actuar. Para emitir un voto útil o para movilizarse y frenar un partido que no quieren ver en las instituciones. Al final, todo el sistema democrático se puede ver como un embudo: millones de personas diferentes conciliamos nuestras diferencias hasta acordar un Gobierno y ciertas leyes. Las buenas encuestas tienen un papel en ese proceso.

¿Un tercer motivo? Los lectores quieren tener encuestas, para ellos trabajamos y a ellos nos debemos.

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Sobre la firma

Kiko Llaneras
Es periodista de datos en EL PAÍS y doctor en ingeniería. Antes de llegar al periódico en 2016 era profesor en la Universitat de Girona y en la Politécnica de Valencia. Escribe una newsletter semanal, con explicaciones y gráficos del día a día, y acaba de publicar el libro ‘Piensa claro: Ocho reglas para descifrar el mundo’.

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