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Sánchez planea una campaña para captar votos más allá de la izquierda

La idea central es “la mejor España frente a la peor derecha”

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el miércoles en el Congreso.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el miércoles en el Congreso.Samuel Sánchez

Está costando mucho digerir el shock. Los datos que manejaba La Moncloa fallaron estrepitosamente. Pero después de unos días de desconcierto, Pedro Sánchez y su equipo preparan ya una campaña en la que se juegan todo. Le han dado muchas vueltas, han mantenido intensas discusiones sobre posibles enfoques y empieza a haber ideas claras, que el lunes tomarán forma.

Lo de estos primeros días, con un discurso de Sánchez muy duro contra la derecha y algunos vídeos del PSOE contra el PP era, según fuentes del Gobierno, un primer paso para intentar mantener el ánimo interno. “El que piense que vamos a una campaña en negativo para parar a la extrema derecha, quedándonos solo en el rincón de la izquierda, se equivoca. Vamos a una campaña para grandes mayorías, como ha hecho siempre el PSOE”, señalan en el equipo de Sánchez. La idea central ya la está marcando el presidente del Gobierno en sus mensajes de las últimas horas: “La mejor España frente a la peor derecha”.

Es decir, una síntesis de los dos tipos de campaña: una de reivindicación del Gobierno y otra de ataque a la alternativa, colocando al PP con Vox como un mismo bloque, “la derecha extrema y la extrema derecha”, según el discurso de Sánchez. No es que no vaya a haber mensajes en negativo contra el PP, que los habrá, pero no será una campaña como la del PSOE en 1996, con aquella imagen tan recordada del dóberman asimilado a José María Aznar. Pero sobre todo, insisten varios miembros del Gobierno y de la cúpula del PSOE consultados, no será una campaña centrada solo en la izquierda sino en la movilización de una mayoría amplia, la que ha permitido al PSOE gobernar 29 de los últimos 41 años, desde su primer éxito en 1982.

Nadie en La Moncloa ni en el PSOE oculta que la situación es muy compleja, que no son favoritos, que la ola de movilización extraordinaria de la derecha ayuda mucho al PP y a Vox y les pone las cosas fáciles. Pero Sánchez y los suyos van a intentar dar un vuelco en las siete semanas que tienen por delante. La clave es la movilización. El bloque de derecha está totalmente decidido a ir a las urnas, el de izquierda mucho menos. En el PSOE confían en que en las generales vota mucha más gente que en autonómicas —una diferencia de 10 puntos— porque los ciudadanos se implican más.

Los socialistas y el bloque de Yolanda Díaz, que tiene que cerrar un acuerdo en pocos días, necesitan que esa movilización extra en generales sea sobre todo de progresistas si quieren tener alguna posibilidad. Mirando al pasado, la clave es saber si estamos en un escenario como el de 2011, cuando el PSOE se hundió en municipales y no se recuperó en las generales, lo que abrió la puerta a la mayoría absoluta del PP, o el de 2008, cuando los socialistas se recuperaron después de perder las municipales y lograron ganar los generales.

Después de una derrota como la del domingo pasado con una campaña en positivo centrada en la gestión y la economía, que fue un fracaso, ha habido estos días discusiones internas sobre la necesidad de aparcar la economía para ir a una campaña muy política centrada en frenar a la derecha. Pero la conclusión que se abre paso no es esta. Con unos resultados económicos muy positivos, con 20,8 millones de ocupados por primera vez en la historia, Sánchez no quiere renunciar a la economía. Al contrario, será uno de los ejes de la campaña. Esta vez llega en julio, así que nadie está pensando en una ronda clásica de grandes mítines, sino algo mucho más televisivo y en redes, con el máximo número de debates posible, siempre que el PP quiera. Y ahí jugará un papel muy relevante Nadia Calviño, la vicepresidenta económica.

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Ella mantiene su perfil de independiente y no ha querido ir en las listas —tampoco fue en 2019— pero es la cara económica más visible del proyecto de Sánchez y desde La Moncloa la enviarán al máximo número posible de debates económicos. El PP en principio debería enviar a su responsable de Economía, Juan Bravo, pero también podría hacerlo con Luis Garicano, ex de Ciudadanos, el último fichaje de Alberto Núñez Feijóo. Para el PSOE es fundamental que haya muchos debates, y Sánchez estará dispuesto a los que sean necesarios, pero depende del PP. En España no hay nada tasado, al contrario que en otros países, y es habitual que el favorito, en este caso el PP, trate de hacer los mínimos posibles.

El PP tiene una campaña en negativo muy clara: derogar el sanchismo, echar a Sánchez. Sánchez o España. Alberto Núñez Feijóo, que llegó a la política nacional con la idea de centrar la oposición en economía y mantener un perfil diferente al de Pablo Casado, más moderado, ha ido poco a poco convenciéndose de que lo que más moviliza y aglutina a la derecha es quitar a Sánchez de en medio. El antisanchismo es ya un fenómeno político de primera magnitud.

Por eso, frente a esa ola, la campaña del PSOE tratará de descomponer el antisanchismo y sobre todo evitar ese plebiscito que ha sido tan exitoso para el PP en las autonómicas. “No es Sánchez o España. Sánchez también es España, todos lo somos. Es Sánchez o Feijóo. Esa es la verdadera discusión. Ellos no quieren eso porque saben que no tienen un candidato fuerte. Pero esa es la gran pregunta de las elecciones y no la van a poder evitar. Sánchez o Feijóo. La España de Sánchez, para nosotros la mejor España, o la España de Feijóo y Vox”, resumen fuentes de La Moncloa.

Otro de los elementos importantes que empiezan a clarificarse en la campaña es que ya queda completamente atrás la idea de la coalición como elemento electoral. Durante varios meses, Sánchez apostó por colocar el debate entre dos coaliciones, la suya con Yolanda Díaz y la de Feijóo con Santiago Abascal. El presidente nunca llegó a romper la coalición, como le pedían algunos en el PSOE, pero al disolver las Cortes de facto la ha dejado en un segundo plano. Los ministros siguen siéndolo, nadie ha salido del Gobierno, pero ahora el protagonismo pasa a los partidos y cada uno hará la guerra por su cuenta.

No es previsible una batalla abierta entre Sánchez y Díaz, que nadie entendería por sus perfiles, ni llamadas explícitas del presidente al voto útil, pero el PSOE intentará ocupar el máximo espacio de su socio, como hizo José Luis Rodríguez Zapatero en 2008 con IU.

En La Moncloa también confían en que el domingo, con un resultado desastroso para la izquierda, en buena parte por el fraccionamiento del voto —se pone mucho el ejemplo de Huesca, donde cinco grupos tenían el 20% del voto entre ellos, pero no lograron representación y abrieron la puerta al PP-Vox— sea un acicate para que se agrupe todo el bloque alrededor de Yolanda Díaz. Si hay dispersión de nuevo, será casi imposible una mayoría.

No será, por tanto, una campaña solo en negativo, con el único argumento de “que viene la ultraderecha”, esa alerta antifascista que ya ha fracasado en el pasado, pero el equipo de Sánchez sí tiene claro que han cometido un grave error al no responder a muchos de los bulos estilo trumpista que se han extendido. Y esta vez sí piensan hacerlo. Ponen un ejemplo. Como les parecía absurdo, en el Gobierno no han entrado a discutir los bulos sobre la okupación. Los obviaron. “Y ahora vemos que hay mucha gente que piensa que la ley de vivienda les va a dar títulos de propiedad a los okupas. Cuando eso no es así. Ahora sí entraremos. Y también a explicar que el problema del mercado inmobiliario en España no es la okupación, sino los altos precios de la vivienda y del alquiler”, resumen en el Ejecutivo.

“En cualquier caso no vamos a tirar a la basura la gestión. No vamos a hacer una campaña solo de gestión, pero no vamos a despreciarla. Tenemos mucho que exhibir”, insisten en el PSOE.

Lo que no está claro es qué harán con la propia imagen del presidente, porque la derecha se ha centrado en él para generar desgaste y movilizar a la gente en su contra. No hay decisiones claras. La más relevante es la de llevar el debate al Sánchez-Feijóo para tratar de salir del Sánchez sí o no, que es mucho más fácil de gestionar para el PP.

En estos primeros días el PSOE también ha marcado una decisión política relevante para dirigirse a esa amplia mayoría de la que hablan en La Moncloa: los socialistas vascos han pactado con el PNV para cerrarle el paso a EH Bildu en Vitoria y la diputación de Guipúzcoa. Por ahí se fue buena parte de la campaña de las municipales, que giró más de 10 días alrededor de EH Bildu. Los socialistas insistían en que ya en 2019 impidieron que la formación de Arnaldo Otegi se hiciera con el Ayuntamiento de Pamplona y ahora volverán a hacerlo, pero no bastó: el asunto fue decisivo para romper la campaña diseñada por La Moncloa.

La gran duda ahora es en qué estado llegan los dos grandes partidos y sus aliados de bloque a la campaña. El PP y Vox parecen fuertes e inyectados de moral, convencidos de la victoria. En el PSOE hay aún mucho desconcierto, sobre todo en las autonomías y alcaldías que se han perdido. No será fácil hacer una campaña así, por eso también buscarán más debates que mítines. Algunos barones socialistas y ministros consultados admiten que será difícil movilizar, pero confían en que los votantes progresistas que se han quedado en casa entiendan que esta vez va en serio, que si no van a votar tendrán cuatro años con casi todo el poder en manos de la derecha y la ultraderecha.

La decisión del lunes de Sánchez, que casi nadie critica en su partido —aunque sí hay muchos reproches en privado a la campaña tan centrada en él y tan nacional, y al hecho de que hayan caído gobiernos bien valorados por culpa del castigo al presidente— sorprendió a casi todos dentro y fuera del PSOE. También a los politólogos, encargados de hacer sondeos y pronósticos. “La noche anterior”, explica el sociólogo Luis Arroyo, asesor habitual del PSOE, “estaba con gente muy cercana al presidente del Gobierno y nadie se olía esto”. Superada la sorpresa, José Pablo Ferrándiz, director de Estudios Políticos de Ipsos, lo tiene claro: “Era lo único que podía hacer. Lo contrario hubiera sido esperar seis meses con el PP pidiendo elecciones todos los días. Y creo que el presidente tenía miedo a que se produjera una rebelión interna en el partido. Con este golpe de efecto, anuló todo eso y favoreció que se dejara de hablar de la victoria del PP. Pulsar el botón rojo de las elecciones permite motivar emocionalmente a los suyos justo cuando el PP y Vox tienen que empezar a negociar”. Para Arroyo, sin embargo, se trata de un gesto de “solidaridad con sus cuadros”. “Les está diciendo que él también se la juega. Si algo se le puede reconocer a Sánchez es que es un tipo valiente, que arriesga, que prefiere perder con dignidad. Es un jugador de baloncesto, pide tiempo muerto cuando queda un minuto de partido y va perdiendo”.

La politóloga Cristina Monge cree que el adelanto es una mezcla de “audacia y temeridad”. “El país se acostó el domingo con la imagen de que había dado un vuelco a la derecha, aunque el cambio ha sido más institucional que electoral. Sin tiempo para reaccionar, meterse en unas generales es una temeridad. Pero esperar seis meses suponía que el PSOE se iba a abrir en canal mientras la oposición hacía una crítica salvaje, como mandan los manuales de comunicación populista, centrándose en Sánchez, la personificación de todos los males. Ahí es donde yo veo la audacia, porque con el adelanto frena la agonía, aplaza la crisis interna y obliga a sus socios por la izquierda a ponerse de acuerdo. Si gana la audacia o la temeridad lo veremos el 23 de julio”.

En cuanto a cómo debería ser la campaña electoral de la izquierda o qué errores de la pasada no debería repetir, los expertos consultados coinciden en que Sánchez se equivocó en “los anuncios” de las semanas previas al 28 de mayo —para Arroyo, algunos como el cine a dos euros para los mayores, eran “casi cómicos, cogidos por los pelos”—. Comparten que el batacazo ha sido más institucional que sociológico —el PSOE ha perdido, en conjunto, 400.000 votos en las municipales y el cambio de color de los gobiernos ha tenido que ver, en gran medida, con la estrepitosa caída de Podemos—, pero discrepan sobre cuál es la mejor estrategia a seguir porque el bloque no lo tiene fácil. “Los resultados del 28-M”, apunta Ferrándiz, “no han sido, viendo los datos, un castigo al Gobierno. Pero la izquierda tiende a la desmoralización y queda poco tiempo para la remontada. Creo que sería un error repetir el modelo del fascismo o libertad, centrarse en el miedo a la ultraderecha, porque se ha normalizado a Vox y a los gobiernos de coalición. Los votantes del PP no tienen problemas en pactar con el partido de Abascal y además están muy movilizados. Los votantes de izquierda siempre han necesitado un plus para ilusionarse y las campañas de resistencia, el ‘vótame a mí para que no salga el otro’, no funcionan. Hace falta algo más que el miedo, hablar de economía, de avances para la clase media y no tanto de propuestas muy de nicho, que es el fallo que a mi juicio comete Podemos”.

Monge hace un análisis similar: “Es necesario un componente emocional, que puede ser negativo o positivo. El negativo, es decir, el miedo a la ola reaccionaria, generalmente no funciona. Tiene que ser en positivo, poner el énfasis en las propuestas, pero va a ser muy difícil que la izquierda se abstraiga de este clima tan tóxico porque si la campaña autonómica y local ha sido dura esta lo va a ser mucho más. Para ganar, la izquierda necesita sacar de la abstención a un millón de votantes, lograr una movilización similar a la de 2008 con Zapatero. Tienen que combinar el miedo con la ilusión, pero eso es más difícil cuando llevas cuatro años gobernando que cuando puedes vender cambio desde la oposición”.

Arroyo cree que va a ser “una campaña muy polarizada”. “No se debería hacer una campaña personalista, sino de principios morales básicos, exponiendo los avances sociales que están en juego. Señalar que Vox es un peligro real, porque además no se van a pedir Defensa, sino el ministerio de Educación”. Arroyo no considera que ese miedo a Vox esté amortizado electoralmente. “Y la prueba es que Feijóo está intentando retrasar las negociaciones, ganando tiempo diciendo que decidan los territorios. Sabe que son un socio incómodo”.

Estas dudas que tienen los expertos son las mismas que recorren los pasillos de La Moncloa y de la sede del PSOE en la calle Ferraz, y también de algunos barones influyentes, que tratarán de lograr en las generales lo que no pudieron hacer en las autonómicas: resistir la ola de derecha e intentar como mínimo prepararse lo mejor posible para poder recuperar el poder dentro de cuatro años.

Pero en La Moncloa empiezan a ver claro el tipo de campaña que quieren, y será algo distinto a lo que se ha visto en las municipales, que claramente no ha funcionado, pero tampoco del estilo de los vídeos del PSOE de esta semana.

Esta vez Sánchez ya no tiene una segunda oportunidad. Necesita acertar y movilizar al electorado progresista y a esa amplia mayoría que alguna vez ha votado PSOE, aunque la palabra “centro” no entra en el vocabulario de La Moncloa, que no la usa nunca. Si falla, no solo saldrá de La Moncloa con una dura derrota, sino que dejará a la izquierda muy debilitada frente a una ola conservadora que recorre toda Europa y que los socialistas pretenden frenar en España como ha hecho en Portugal Antonio Costa, el gran resistente. Ahora queda por saber si Sánchez también lo logra o cae como otros líderes socialdemócratas europeos.

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