Canibalismo “por amor” en una cueva del Neolítico de Alicante
La excavación de la Cova del Randero de Pedreguer revela marcas de manipulación y dentelladas humanas en los huesos de dos niños en lo que podría ser un ritual funerario
La Cova del Randero de Pedreguer (Alicante, 8.558 habitantes) se utilizó hace unos 6.000 años, durante el Neolítico, como sede de la carnicería de la zona. Durante siglos, allí se asentaban pastores que cuidaban del ganado, lo manipulaban y comerciaban con la carne, según desvelan los restos de material cerámico, de utensilios de sílex y de huesos de fauna encontrados en una de sus salas. Pero el hallazgo en 2018 de una mandíbula humana, de un niño de entre 6 o 7 años, centró la mirada de los especialistas. Mostraba signos de que había sido procesado de igual forma que cualquier pieza de las ovejas y cabras que servían de alimento habitual. Y, además, presentaba marcas de dentelladas humanas. En 2021 afloró el cúbito de un recién nacido que presentaba las mismas señales de lo que parece ser un ritual funerario de canibalismo en el que no aparecen signos de violencia y que, según los investigadores, podría constituir un caso único en España.
“El consumo de carne humana de niños, sin violencia y en un contexto doméstico, es singular en el ámbito estatal”, asegura Rafael Martínez, jefe de Arqueología del Instituto Valenciano de Conservación, Restauración e Investigación (IVCR+i) de la Generalitat Valenciana, que ha colaborado en la excavación, sufragada por la Diputación de Alicante durante catorce años y codirigida por el conservador de prehistoria Jorge Soler y la arqueóloga Consuelo Roca de Togores. “Hay muestras de canibalismo de la misma época en zonas de Andalucía o en la Cova de Santa Maira, en Castell de Castells”, localidad cercana a Pedreguer, al norte de la provincia de Alicante, añade Soler. “Pero dado que se hallaron en un espacio de convivencia”, sin señales de sacrificios o golpes, “podríamos valorar que quizá estamos ante un gesto de amor”. Tampoco hay evidencia de “enfermedad” ni de “malnutrición”, prosigue Roca de Togores, porque los restos de animales son abundantes. “Todo indica que se trata de un ritual funerario”, apunta.
De los dos niños sometidos al ritual caníbal, el mayor “tenía 6 o 7 años y ya era considerado un adulto, porque a esa edad ya podía salir a pastorear”, dice Soler. Además de la mandíbula, ha aparecido una falange perteneciente al mismo individuo. Del bebé, “muerto poco después de nacer”, continúa Roca de Togores, “hemos encontrado una costilla, un cúbito y una tibia”. Las dentelladas humanas las identificó un equipo especializado en marcas de mordiscos en animales. “Las marcas están realizadas sobre hueso fresco”, señala Martínez, es decir, poco después de la muerte de los dos pequeños. “Son estigmas característicos, una evidencia clarísima de manipulación humana” con presencia “muy significativa en la Cova del Randero”. En la mandíbula infantil, las huellas de descarnado eran evidentes a simple vista. “Las marcas de sílex en hueso seco”, los de fallecidos, al menos, con varios días de antelación, “son muy diferentes a los de hueso fresco con colágeno”, subraya la investigadora de la Diputación.
El yacimiento, datado en torno al quinto milenio antes de Cristo, consta de una sala exterior y de varias salas interiores. “La de fuera estaba destinada al ganado”, explica Soler, “y las de dentro eran habitaciones de los pastores” que comerciaban con la carne mediante intercambios con otras comunidades. “No se usa durante todo el año”, comenta la arqueóloga, sino que los responsables del ganado, generalmente “pequeñas familias”, vivían “en aldeas próximas y pastoreaban y guardaban el ganado”. En los habitáculos interiores del Randero se han descubierto “el vaso cerámico, que tenía varios usos, como cocinar o dar luz a la estancia”, herramientas de sílex e incluso huellas de poste que podían servir para demarcar espacios.
Una de las zonas investigadas era “el basurero”, donde se acumulan todos los restos. “Ha aparecido material cerámico”, indica la arqueóloga, con una vasija entera como principal muestra histórica. “También utillaje y 3.600 restos de fauna doméstica y salvaje”, huesos “marcados con sílex para desarticular y descarnar”. Primero se separaban los huesos, luego se seccionaban los músculos para extraer las piezas de carne y, finalmente, se fracturaban los huesos para extraer la médula. “En el basurero hay también restos de al menos ocho individuos de varias edades y de ambos géneros”, indica Roca de Togores. Por el resto de galerías de la cueva se suman los restos de más de una veintena de cadáveres humanos. En ninguno de ellos aparecen rastros de manipulación, “lo que apunta a que el ritual de canibalismo no era para todo el mundo, no a todos se les enterraba igual”, opina la arqueóloga.
“No podemos juzgar con los ojos del presente los hechos del pasado”, advierte Soler, “quizá este sea un buen punto para empezar a pensar en las causas que llevaban a realizar rituales de este tipo”. La cueva, probablemente, quedará limitada al estudio arqueológico, sin apertura al público en general, porque “es muy difícil de musealizar”, según ha avanzado Soler en la rueda de prensa de presentación de las investigaciones en la que también han intervenido el presidente de la Diputación, Toni Pérez, el diputado de Cultura, Juan de Dios Navarro, y el alcalde de Pedreguer, Sergi Ferrús.
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