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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Abejas

El Centre del Carme de Cultura Contemporània o la editorial Sembra Llibres rescatan del olvido las vidas de mujeres invisibilizadas

Paco Cerdà
La exposición 'Les victòries cal saber veure-les', del Centre del Carme en València. En la imagen, Virtudes Cuevas, una de las protagonistas de la muestra.
La exposición 'Les victòries cal saber veure-les', del Centre del Carme en València. En la imagen, Virtudes Cuevas, una de las protagonistas de la muestra.

El baile. La chica no tiene nombre. O mejor: a nadie le importa su nombre. Es una sin nombre. Levanta, viste, lava, alimenta, acompaña y acuesta a un anciano con cuidados subcontratados y cariños externalizados. Así, cada día. Le pagan cien euros a la semana. Lo ha calculado: la hora le sale a dos euros. Es que no podemos pagarte más, le mienten, y ella hace como si se lo creyese. El otro día, en el rellano, la chica parecía triste. Era domingo. Una amiga de su país —a nadie le importa qué país; otra sin nombre de un sin país— había venido. Tenían baile por la tarde. Un baile de domingo a diez mil kilómetros de casa: viva estampa de la nostalgia. Sin embargo, el plan se había frustrado. La familia —la de los cien euros a la semana— la requirió.

Sabían que era su día libre y lo sentían mucho. Pero tenía que ir a la casa. A darle la cena. A acostarlo.

La puerta de siempre. El silencio de siempre. Monotonía de fiesta tras los cristales. Dos euros una hora. Dos euros otra hora. Adiós a un domingo de bachata y olvido.

La melancolía en una tarde de domingo es un lujo de clase.

La lucha. Todos conocen a Lenin, casi nadie a Aleksandra Kollontai. Era burguesa. Su camino estaba trazado: sería obediente, se casaría con alguien de su estatus, sería una madre sumisa y guardaría de los hijos y la casa. Pero el plan se frustró. Se casó por amor, fue una revolucionaria soviética y una pionera del feminismo socialista. Ahora, la editorial valenciana Sembra Llibres ha publicado su primera traducción a nuestra lengua: L’amor de les abelles obreres, un viaje muy humano por las vidas y los sentimientos de tantas mujeres humildes y explotadas, invisibles para cualquier revolución, que deciden asumir la lucha por sus derechos. El aborto, la maternidad, la prostitución como única salida, el amor bajo la concepción capitalista, los cuidados, la sexualidad. Es una oda íntima a la Mujer Nueva de hace un siglo, aquella revolución inconclusa siempre pendiente. Es “lo personal es político”, en versión hoz y martillo. Subrayo dos líneas, página 81: “Se’n va anar. Però el seu esguard em persegueix. Exigeix respostes, mou a l’acció. A construir, sí, però també a lluitar”.

Las victorias. Entro en el Centre del Carme de Cultura Contemporània de València. Hay una exposición muy política (a ver cuánto duran). Se titula Les victòries cal saber veure-les y es un viaje por las luchas ciudadanas de tantas abejas obreras sin nombre.

Está el uniforme que Virtudes Cuevas vestía en el campo de concentración alemán de Ravensbrüch, el infierno de las mujeres.

Está la sombra de Ángeles Calatayud al recibir en Manises, 10 de abril del 39, la carta de su marido, encerrado en Albatera, que pedía avales de Falange para ser liberado y firmaba al pie de la carta “Viva Franco y arriba España”.

Está la unión de las mujeres trabajadoras en la Hermandad de las cigarreras, las filadores de Velluters y las espardenyeres de Elx.

Está el programa del Moviment Democràtic de Dones del País Valencià, de 1976, ya crítico con la prostitución.

Está Margarida Borràs, primera mujer trans en València, que fue ahorcada en la Plaça del Mercat de València en el año 1460. Vestida de hombre. Y con los genitales al aire.

Está la genealogía borrada de tantas feministas del siglo XIX como Amalia Carvia, periodista de El Pueblo, masona y librepensadora, represaliada por el primer franquismo y fallecida en València en 1949.

Todas eran abejas. Ninguna tenía nombre.

Las victorias hay que saber verlas. Las luchas pendientes también.

A veces, los domingos, asoman por el rellano de una escalera.

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