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Prisión para el ‘gastrojeta’ de Alicante, detenido 20 veces por comer en restaurantes sin pagar la cuenta

Uno de los tres juzgados que le han citado este jueves ha decretado su encarcelamiento por reiteración de un delito leve

Restaurantes Alicante Sinpa
El hombre de 50 años con apariencia de turista del este adinerado y especialista en sentarse a la mesa de buenos restaurantes que luego evita pagar, durante el juicio tras su vigésimo arresto.MORELL (EFE)
Rafa Burgos

De primero, siempre ensaladilla rusa. Regada con whisky. De segundo, un buen plato contundente y caro, como entrecot o arroz con bogavante. Y más whisky. Y de postre, esperar con uno o dos vasos de whisky, preferiblemente de la marca White Label, a que llegue la policía, porque no piensa pagar la consumición. Este es método que sigue habitualmente Aidas J., un ciudadano lituano afincado en Alicante, que ha sido arrestado en 20 ocasiones por el mismo motivo desde finales de 2022 y al que se conoce como el gastrojeta. La última detención tuvo lugar esta semana, por una cuenta de 34,85 euros correspondiente a una paella de marisco para uno y dos bebidas, una de ellas doble, en un restaurante de la Calle Mayor, destino habitual de turistas. Y, pese a que hasta ahora evitaba las multas de la justicia, por delitos leves de estafa, sus reiterados desacatos ante los tribunales le han costado su ingreso en prisión, según han adelantado a EL PAÍS fuentes conocedoras del caso. Hoy ha pasado consecutivamente por tres banquillos, los de los juzgados de instrucción 9, 4 y 5. El titular de este último lo ha metido entre rejas por reiteración de delito leve.

Aidas J. tiene buen aspecto, nada sospechoso, tal como adelantó ayer Efe. Parece el típico turista ruso que no habla español, aunque los agentes que han tratado con él creen que lo entiende. Es simpático y amable. Viste bien, “incluso con ropa de marca”, informa la Policía Nacional. Su uniforme consta de pantalones largos de color gris, zapatillas de trekking y un chaleco. Nada hace sospechar que no pueda hacerse cargo de las cuentas de los establecimientos que le sirven, que a lo largo de su historial han fluctuado entre los más de 30 y los 70 euros. Entra en los restaurantes, mezcla varios idiomas y gestos para pedir platos de la carta y después suelta la bomba. No va a pagar. En una ocasión fingió un desvanecimiento, recuerdan las fuentes consultadas. “Se echó al suelo, hizo como si le doliera el pecho y comenzó a temblar”, llegó a recibir asistencia sanitaria y fue ingresado en un hospital. “A la segunda vez que lo intentó le dijimos que no lo hiciera más”, señalan. Es obediente y nunca pone problemas a los agentes que acuden a arrestarlo, ni siquiera cuando se le ha ido la mano con los whiskys. “Sonríe, se queda tranquilo, se ve impune”, comentan. Así que, efectivamente, no lo volvió a hacer hasta ayer, cuando los dueños de El buen comer, sus últimas víctimas, pretendieron hacerle pagar. Pero mientras Aidas se sentaba el suelo, Moisés Doménech, propietario del establecimiento, llamó a la Policía.

La vigésima detención, “ocho durante los últimos meses de 2022 y 12 en lo que va de 2023″, especifican las fuentes, puede convertirse en el fin de su artimaña. Primero, por el ingreso en prisión tras soliviantar a varios juzgados, a los que acude en cuanto se le arresta porque no tiene domicilio conocido ni se le conocen familiares que puedan responder por él. Al tratarse de delitos leves, tan solo se le imponen multas de pequeña cuantía “que nunca paga”. Tampoco acude a las citaciones judiciales. Pasa la noche en el calabozo y se va. Hasta hoy. Pero una vez que deje de estar obligado a someterse a los menús que sirven las instituciones penitenciarias, en los que previsiblemente solo podrá beber agua, tampoco lo va a tener fácil. Doménech contó a Efe que ha hecho varias fotos al indeseado comensal y que se las ha pasado a sus compañeros de la Asociación Provincial de Hostelería (Apeha), para que lo tengan bien presente. Tendrá que variar su recorrido, siempre entre restaurantes del casco histórico y las proximidades del puerto de Alicante. “Una vez lo pillamos en la playa de San Juan”, zona situada a casi 9 kilómetros, pero perteneciente al término municipal, rememora la policía. Y también pretendió irse sin pagar de una barraca de las fiestas locales, las Hogueras. Siempre sin complejos. Sin alterarse. Y con varios whiskys encima.

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