¿Qué pasa cuando te vas de un bar sin pagar?
Hemos dejado atrás un mes lleno de ‘simpas’ cuantiosos, exóticos y surrealistas. Y todos nos hemos reído mucho. ¿Pero qué pasa con lo ‘simpas’ de bajo perfil? A la hostelería ya no le hacen tanta gracia.
Aprovechando el fragor de una conga masiva, los 120 invitados a un bautizo en el hotel-restaurante Carmen de Bembimbre (León) se volatilizaron sin abonar los 2.000 euros de la cuenta. Una fuga épica al ritmo de algún hit pachanguero, cubata en mano y sin que los empleados se percataran de la fechoría. Ríete de Ocean’s Eleven.
No es el único golpe que se le atribuye al Rat Pack de los ‘simpas’ bercianos. Dado el punch mediático de la conga salvaje, el restaurante El Rincón de Pepín (Ponferrada) denunció también una escena parecida: los 200 invitados de una boda pusieron pies en polvorosa a la hora de los chupitos y se ahorraron una factura de 10.000 euros. Días después, detenían al supuesto cabecilla de esta delirante trama.
Y hay más. A la semana siguiente, en Cádiz, arrestaban también a los artífices de otro ‘simpa’ colosal: una boda con 400 invitados y un servicio de catering sin pagar que ascendía a 30.000 euros. Y ahí va otra: no hace mucho caía en manos de la justicia un señor que se había hospedado en 13 hoteles de lujo de Madrid sin desembolsar un solo euro. Dejad que respire.
Merced a la conga -el elemento diferencial que convierte la tropelía en noticiable-, los ‘simpas’ más extremos y exóticos se han cobrado sus 15 minutos de fama durante el mes de marzo en todos los medios, especialmente en la voraz prensa digital. A pesar de tan inusitado interés, los ‘simpas’ de esta magnitud, aunque en aumento, siguen siendo exóticos. Y jamás podrán compararse a la machada del gourmet suizo Pascal Henry, que un día contará a sus nietos que hizo un ‘simpa’ en El Bulli, esfumándose de Cala Montjoi como si fuera Jason Bourne después de sustraerle un microchip ultrasecreto a Ferran Adrià.
Los pocos chefs de prestigio que han vivido un simpa en restaurantes de alta cocina, con toda seguridad utilizarán la historia para amenizar cenas con amigos y echarse unas risas, pero cuando preguntas en restaurantes, cafeterías y bares de cariz popular, el tono del relato cambia. En los establecimientos de perfil más bajo, la hostelería sufre el ‘simpa’ con asiduidad y en silencio, como las hemorroides.
La eterna picaresca
Me dirijo al Café de l’Òpera y al Café Zurich de Barcelona, ambos con amplias terrazas en la parte más céntrica de Barcelona, y compruebo las fugas están a la orden del día, según palabras de sus trabajadores. “Aprovechan que la terraza está muy separada del recinto y cuando entra el camarero, al que tienen controlado, ellos se van. Suele ser gente joven, a menudo grupos”, comenta un camarero de Cafè de l’Òpera.
Las fechorías aisladas son de poca cuantía, pero cuando las sumas y echas cuentas, aprecias que las pérdidas no son ninguna estupidez. Aunque a los españoles nos lo siga pareciendo. Porque el ‘simpa’ tiene un efecto curioso en nuestra cultura. No nos parece un delito del que avergonzarnos; de hecho, viendo cómo abordaron las cadenas de televisión el caso de la conga de León, cualquiera diría que lo consideramos una travesura descacharrante.
“El ‘simpa’ es muy típico de la cultura mediterránea. Nos hace gracia. El otro día vi la noticia del caso de León por la tele y de fondo ¡ponían música de cabaret! En Bruselas, por ejemplo, hacer un ‘simpa’ es algo bochornoso. Una deshonra. Nadie se atrevería a reconocerlo en público y menos a bromear con ello. En España es una fechoría socialmente aceptada, de hecho hay gente que cuelga sus ‘simpas’ en Youtube. Es un fenómeno que afecta a uno de cada dos restaurantes y que con la llegada de la primavera se intensificará”, asegura Francisco Canals, uno de los periodistas españoles que más sabe de picaresca.
Acudo a Canals, porque ha estudiado con meticulosidad el universo del ‘simpa’. La experiencia le dice que existen auténticos artistas en esto de dejar facturas en el éter. “Hay reclamadores profesionales que saben cómo y dónde reclamar para que el propietario del local acabe perdonándoles la factura. También hay expertos que analizan la escena: saben qué mesas están más cerca de la salida y estudian las costumbres de los camareros para cogerlos con la guardia baja. Luego están los que tienen ingeniosos inventos, como terrones de azúcar con bichos dentro o ratas teledirigidas. Y la gente que utiliza una aplicación de móvil que te hace una llamada urgente para que puedas salir corriendo del local con justificación”, destaca el periodista.
Lo más llamativo es que el perfil del pícaro no es el de alguien con problemas económicos. “Se equivocan los que atribuyen este fenómeno a gente necesitada, la mayoría de los ‘simpas’ los llevan a cabo personas que pueden pagarse la comida. Gente de clase media. Y los que dicen que es una travesura de jóvenes, deberían saber que cada vez hay más casos de ‘simpas’ seniors, personas mayores que juegan con su aparente fragilidad para no levantar sospechas y utilizan trucos como atar el perrito fuera del local para salir un momento y desaparecer”, asegura el periodista.
Así pues, la noticia alarmante no debería ser tanto una conga de 2.000 euros como la dificultad extrema para evitar el derrame sostenido que supone para la hostelería el ‘simpa’ de perfil bajo. Ubicada en un terreno legal blando, esta práctica viene con un extra de impunidad irresistible para el caradura. El castigo más severo es que el propietario saque a pasear el garrote, porque nadie en su sano juicio iría a una comisaría a denunciar un ‘simpa’ de, pongamos, 60 o 70 euros. Canals lo tiene claro: “No es una prioridad para la policía, y no te saldrá nunca a cuenta denunciarlo. Por eso, muchos bares asumen estas pérdidas como gastos extra y ya está. Se resignan. Y en algunos sitios los camareros tienen que asumir esas pérdidas.”
‘Simpas’ impunes
Con estas afirmaciones resonando en mi cabeza, me pongo en contacto con Antonio Menéndez, abogado que opera en Barcelona y conoce a fondo casos de esta índole. Quiero saber qué me pasaría si hiciera un simpa de 50 euros y me cazaran. “Irte sin pagar es una estafa. El problema para el perjudicado es la cuantía. En realidad, es una trastada para el pobre propietario. En el supuesto de que te pillen por un simpa de menos de 400 euros, la pena que te puede caer es una multa, si no tienes antecedentes. La cosa va por días y la multa variará en función de tus capacidades económicas. ¿Lo normal? 6 euros por día. Pongamos que es una pena de 30 días, pues te saldría a 180 euros. Eso si te cogen claro”, comenta el letrado.
Cabe preguntarse si le queda algún consuelo a la víctima del ‘simpa’. Actualmente, es una situación ganadora para el estafador desde casi todos los ángulos. “Al menos, ahora al estafador le quedan antecedentes penales. Antes podías hacer todos los simpas que te dieran la gana y no quedaba rastro de tus fechorías”, asegura Menéndez. “Ahora, los antecedentes pueden hacer que la pena suba si eres reincidente. No obstante, lo normal en estos casos es que no pase nada. Aparte de lo que diga la Ley, está el tema del perjudicado: para un ‘simpa’ de 50 euros no se buscará un abogado…, un abogado que además tendrá que pagar. No tendrá derecho a justicia gratuita, porque tiene un negocio. ¿Crees que este señor irá a la policía a perder toda una tarde para que luego le digan que no le servirá de nada? Las denuncias de ‘simpas’ de baja cuantía son muy, pero que muy exóticas.”
Quizás por eso, muchos restaurantes de alto nivel solo aceptan reservas y piden un dinero de entrada vía tarjeta de crédito. Y algunos bares y comercios pequeños han optado por dispositivos en los que hay que soltar el dinero antes de consumir. No obstante, dichos dispositivos se han revelado como un fracaso, pues van contra el trato presencial, importantísimo para el consumidor español. Según el abogado, la situación puede resumirse así: “Me cuesta tanto reclamar que, para lo que voy a sacar, si saco algo, no vale la pena.”
¿Qué se puede hacer entonces? Sufrir los ‘simpas’ de baja intensidad en silencio. O quizás confiar en la capacidad de arrepentimiento del listillo. Aunque parezca increíble, a mediados de marzo leíamos la noticia en casi todos los medios: un cliente se marchó de un bar de Ávila sin abonar la comida. 17 días después, el establecimiento recibía una carta empapada de sentimiento de culpa con 20 euros para cubrir los gastos. A veces, el mundo puede ser un lugar maravilloso.
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