César Orquín: el discutido héroe anarquista que salvó a 400 españoles de los nazis
Una investigación convertida en documental recupera la figura del valenciano en el campo de Mauthausen y rebate el relato comunista que le acusó de colaboracionista y de cientos de muertes
El preso 5.087 de Mauthausen, César Orquín Serra, no fue uno más en el campo de concentración nazi al que se entraba por la puerta y del que generalmente se salía muerto por la chimenea. El aparato comunista, que ha controlado durante décadas el relato de lo que pasó entre aquellas vallas, le presentó como un colaborador de las SS, que habría sido responsable indirecto de la muerte de cientos de presos. El investigador Guillem Llin, 64 años, rebate esas acusaciones y defiende que se trata del “mayor héroe de cualquier nacionalidad” que surgió en aquel infierno porque lideró una operación que permitió salvarse a más de 400 deportados sin apenas tener bajas. “Nadie ha hecho algo igual, al menos que se sepa”, sostiene.
Después de tres años de indagaciones, el libro que Llin escribió en 2020 junto con el historiador y periodista Carles Senso se ha convertido ahora en documental, todo con la ayuda de la familia de Orquín. Dirigido por Albert Montón, 44 años, e impulsado por el Taller d’Audiovisuals de la Universitat de València, El Kapo se estrena este domingo en España en el festival DocsValencia. “Cuando me lo propusieron no tenía ni idea y eso es lo que más me sorprendió”, apunta Montón. “Aquí hay dos historias, una lo que hizo y otra lo que ha pasado en los 75 años siguientes. Por lo que ha hablado, parece que ha habido un secuestro de la memoria de la deportación por parte de unos supervivientes y del partido comunista”, apunta.
Nacido en València en 1914 y muerto en 1988 en Mendoza (Argentina), Orquín fue el hijo no reconocido de un burgués con una de sus criadas. El padre pagó su educación, incluida equitación o idiomas. Tuvo también cierto contacto con algunos hermanastros, como los afamados músicos Amparo y José Iturbi, que acabó siendo una estrella de Hollywood.
Acostumbrado a moverse entre dos mundos, la vida de Orquín fue de película. Tras el golpe de estado de Franco, se unió a las comunistas Brigadas Internacionales pese a ser afiliado de la CNT. Herido en Teruel, cruzó la frontera en 1939 y acabó en la Compañía de Trabajadores Extranjeros con la que combatió a los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Tras ser hecho preso, fue trasladado en diciembre de 1940 a Mauthausen, el campo de los considerados no recuperables.
Orquin era anarquista y, según le describen, vanidoso, fabulador, decidido y muy inteligente. Además, hablaba alemán. Era la mezcla perfecta para despertar suspicacias pero también para encontrar un camino para salir de allí con vida, aunque eso supusiera negociar con el diablo. “Allí mandaban los nazis así que con quien tenía que hablar para conseguir mejorar la vida de los suyos y sacarlos con vida era con ellos”, sostiene Llin.
Seis meses después de llegar consiguió que se creara bajo su liderazgo una cuadrilla de cerca de 400 presos a los que se trasladó al campo de Vöcklabrock para hacer trabajos para el estado. “En un lugar ignominioso tuvo la cabeza fría para ver la realidad y tramar una solución para entre 400 y 500 deportados. Que se sepa, nadie lo había hecho antes. No había ningún kommando de trabajo externo hasta que él sale con el primero. Es algo excepcional. Era un negociador bestial. Supo jugar muy bien sus cartas”, recalca.
Aquel fue el primer destino y el más amable que tuvo el Kommando César, como se le conoció después. Más comida, menos guardias, vallas sin electrificar y ciertos lujos como tabaco. Después les trasladaron a Ternberg, donde construyeron una central eléctrica, y a Reld-Zipf.
Esas condiciones tenían un precio: el propio Orquín era quien como oberkapo imponía con dureza la disciplina entre los suyos. “Mostraba una actitud poco condescendiente con los deportados, porque lo que no quería era que fueran los nazis los que impusieran la disciplina. Hacía algo de teatro pero también les decía ‘vale más que yo os dé un tortazo a que ellos os abran la cabeza’. Lo controlaba todo. Cada noche cerraba el barracón de sus hombres. Quería que pudieran descansar sin que les molestaran. Nadie salía ni entraba”, explica. Orquín aprovechaba su privilegiada posición y muchas noches se iba a dormir a casa de su nueva novia.
Defiende Senso que la clave para analizar la importancia de Orquín era saber cuántos de sus hombres murieron y a eso se puso Llin. Meses de contrastar listados le permitieron dar con un número. De los más de 430 deportados que tuvo bajo sus órdenes sólo murieron 12 (y varios de ellos en accidentes laborales). La cifra supone un 2′75%, cuando la mortandad en Mathausen superaba el 65%. Esa fue su gesta.
Acabada la guerra, empezó a conocerse qué había pasado dentro de los campos y el relato, señala Llin, lo controlaron los comunistas puesto que ellos se habían hecho con el control de los mismos. Lo hicieron, sostiene el documental, negociando en algunos casos con sus captores, que era de lo que acusaban a Orquín. “Lo dominaban todo pero nunca pudieron controlarle a él. Iba por libre y por eso después fueron a por él desde el minuto 1″, afirma el investigador.
No solo se silenció su logro. Se le acusó de dejar morir en Mauthausen a presos que ya no podían trabajar al ritmo exigido y de entregar una lista de un centenar republicanos para que fueran trasladados al subcampo de Gusen, con condiciones aún más duras. El dirigente comunista Mariano Constante, preso en Mauthausen entre 1941 y 1945 y uno de los divulgadores más conocidos de la vida en los campos de concentración, fue quien más hizo por manchar la reputación de Orquin, al que definió en uno de sus libros como “preso de derecho común y provocador”. En otro, apuntó que “el siniestro César entregó al comandante de las SS la lista de los comunistas y simpatizantes”.
“Las mayores vejaciones, barbaridades y ataques que me ha dicho (sobre él) un deportado me las ha dicho Mariano Constante y se pueden resumir en una: era un vendido a los nazis y hacía lo que le pedían”, señala en el documental el investigador Adrián Blas, de la Asociación Amical Mauthausen. En cambio, otros de los deportados que estuvieron en sus comandos defendieron a Orquín desde el principio por la importancia valenciano en su salvación, como recoge el documental.
Tras revisar ficha a ficha, Llin defiende que ninguno de los presos que regresó a Mauthaisen murió y que tampoco lo hicieron los 96 de Gusen. “Pero es que además en ese último traslado había presos de otros comandos. Era imposible que eso lo decidiera él”, defiende.
Orquín se casó con su novia y se asentó en Austria, pero al ver crecer la presión comunista se trasladó a Argentina. Primero se instaló en Buenos Aires, pero, según cuenta Llin, le llegó que un tal Secretario Martínez lo buscaba para cargárselo, lo que le hizo irse a la recóndita Mendoza. Tocaba comerse la vanidad que pudiera tener. “Supo en cada momento el papel que tenía que jugar. Cuando vio que tenía las de perder ante un partido comunista que gozaba de mucha credibilidad, supo agachar la cabeza y apartarse. Nunca sacó pecho”, explica. Locutor de radio, publicista u profesor, Orquín tuvo una vida activa, siempre pendiente de si alguien venía a por él. Dejó dicho que al morir nadie abriera más el libro de su vida, pero su hija y Llin decidieron desobedecerle para rescatar su hazaña.
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