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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Buenos propósitos

El mundo se apunta al gimnasio cada año con las cumbres del clima, e inmediatamente olvida que es miembro del club

Energias renovables
La instalación de energía fotovoltaica, tanto para autoconsumo como de parques, ha experimentado en la Comunidad Valenciana un crecimiento exponencial en los últimos tres años.Kai Försterling (EFE)

Es un tópico escuchar estos días proclamas de que “ahora sí, este año me apunto al gimnasio”. O quizás, en una realista variación de lo anterior, “Este año sí que iré al gimnasio”, reconociendo una membresía infrautilizada en ocasiones anteriores.

Esta situación se asemeja a los buenos propósitos de año nuevo respecto al medio ambiente. Nos parece que es suficiente con inscribirnos en un club. Es decir, con declarar la emergencia climática y repetir mucho el sintagma, deslavazándolo hasta su completa banalización. Con presentar planes y estrategias, objetivos a 2030, acuerdos de los que poco sabemos más allá de la pompa y el boato que los rodean. El mundo se apunta al gimnasio cada año con las cumbres del clima, e inmediatamente olvida que es miembro del club. De poco vale ejercitar unos pocos músculos a desgana y a destiempo si nos fallan las piernas y nos damos un atracón de bollería industrial a escondidas.

¿Y en el País Valenciano? Formamos parte del club de las promesas de año nuevo, aunque otra cosa es que nuestro programa de entrenamiento sea el adecuado. Al menos, y eso es positivo, hemos tenido por fin un conato de debate sobre las energías renovables que venía larvándose desde hacía meses. Debemos agradecérselo especialmente a Compromís y también al PSPV, que han demostrado que es una cuestión central en su agenda política, por la que están dispuestos a confrontar con cierta brusquedad y adoptar medidas drásticas. Otra cosa han sido los errores no forzados y el tremendo e inexplicable retraso con el que lo han explicitado, pero al menos hemos llegado a un escenario en esta legislatura en el que la lucha frente a la emergencia climática ha trascendido, por fin, discursos y hashtag.

La ausencia de consenso no es negativa. Demuestra que esto no es una cuestión de datos en frío y ciencia en mayúsculas; nada relativo a la política lo es. Pretender que el curso de acción de un gobierno sea dirigido por verdades científicas es saber muy poco de ciencia, y aún menos de política. El concepto de verdad es escurridizo y no pocas veces perverso. Escribe el físico Carlo Rovelli: “La ciencia no es la Depositaria de la Verdad, pero se apoya en el convencimiento de que no hay Depositaria de la Verdad”.

Uno de los padres de la sociología, Max Weber, separaba claramente la objetividad del conocimiento científico y la irracionalidad esencial de los órdenes de valores. “La ciencia no nos ayuda a fundamentar las elecciones de valores, sino a calcular los medios más efectivos para servirlos”. Remarca Guillem Calaforra, en el prólogo de La ciencia y la política de Weber, que “la política es quizás el ámbito donde la tragedia de las elecciones excluyentes se presenta de manera más grave, desgarradora y llena de peligros”.

Con todo ello tenemos los mimbres de un debate profundo sobre qué es y a dónde queremos que nos dirija la transición ecológica, que va mucho más allá de la energética. Un debate que no se ha producido en el seno de la ciudadanía, salvo excepciones locales; tan sólo hemos visto encontronazos en el plano político y mediático. Nuestro propósito para 2023 debería ser pues que trascendiera estas fronteras, e implicase a la sociedad en su conjunto. Que discutiésemos sobre cómo valoramos el paisaje, los suelos, los ecosistemas, nuestro modo de vida. Sobre las renuncias que estamos dispuestos a hacer. Que evaluásemos nuestro uso de energía, cómo la repartimos, quién se beneficia. Nada de ello puede deducirse de forma automática con cálculos sobre la eficiencia de paneles solares y la potencia a instalar.

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