Fallas 2021: una ofrenda emocionante y sin el calor del público por la covid
Las falleras han desfilado con mascarilla, ramos de temporada y una plaza sin ambiente de fiesta
El reloj marcaba las cuatro y media de la tarde, el calor caía a plomo, y la plaza de la Mare de Déu de Valencia estaba inusitadamente vacía y silenciosa, sin mesas ni sillas, ni turistas. Faltaba media hora para que comenzase la ofrenda a la Virgen de los Desamparados en esta atípica edición de la fiesta y los falleros no veían el momento de reencontrarse con la imagen de la patrona después de más de dos años y medio de ausencia. “Vamos a echar de menos al público pero creo que conforme entren en la plaza y vean a la Geperudeta se les va a olvidar todo...”, decía Cristina Estévez, miembro de la Junta Central Fallera (JCF), de uno de los actos más emotivos de todo el programa de fiestas.
La pandemia no solo les ha obligado a cambiar de fecha y a constreñir los actos por seguridad sanitaria; sino que ha alterado lo que es la ofrenda tradicional. Las filas son de cuatro personas en lugar de las cinco de otros años, todos llevan la mascarilla porque es la norma sanitaria para desfilar, y el recorrido está “bunkerizado”, es decir, sin público, para evitar las aglomeraciones de gente y el riesgo de contagio. El recorrido también es diferente debido a las obras de reforma de la plaza de la Reina, y las comisiones que antes entraban por la calle de la Paz lo hacen ahora por la del Mar. Y las que desfilaban por San Vicente entran por las calles de Quart y Caballeros.
Había un cálculo aproximado de asistentes pero la última semana y media se ha apuntado mucha más gente y es difícil ofrecer una cifra concreta. Las flores, elemento central de la ofrenda, han cambiado con la estación; por eso la JCF ha dado total libertad a las comisiones a la hora de elegir los ramos que, en su mayoría, son de margaritas o lirium. “Por la economía de las fallas y para que las floristas pudieran sutirlas”, añade Estévez. “Lo que sí hemos pedido hoy es que todo el mundo trajera los ramos blancos para hacer la parte frontal del manto, que este año no tendrá dibujo, solo colorido”. Cristina, vestida de fallera, solo enmudece y traga las lágrimas cuando le preguntas por su sentir personal en un día como hoy. “Es que ha costado mucho, es eso”, dice con un hilo de voz.
A pocos metros, cerca de una treintena de vestidors —los que recogen los ramos y encaramados al cadafal de la virgen y componen el manto— rompen el silencio de la plaza con un grito de ánimo antes de empezar el trabajo: “Vestidors, tots a una veu. Visca la Mare de Déu”, es su grito de faena. Rafael Chordá, jefe de la colla de vestidors apostilla que para ellos es todo igual que en marzo. “Ahora bien no sabemos lo que vendrá ni en cantida ni de color. Haremos lo que podamos, lo más digno”, apunta después de 42 años haciendo el trabajo. “La ofrenda es un acto muy emotivo de normal pero este año será mucho más, vamos a ver muchas lágrimas. Las circunstancias mandan y la gente entrará, alguna con dolor, otra feliz, pero toda con lágrimas”, describe. Uno de los vestidors ha puesto el primer ramo en la estructura de madera de la virgen.
Tres años de espera
La primera comisión que entra en la plaza es la de Maestro Rodrigo-General Avilés, al ritmo de Valencia, la composición del maestro Padilla. Y efectivamente aparecen las lágrimas, son inevitables y además contagiosas. “Llevamos casi tres años desde que fuimos nombradas en 2019, esperando este momento y estamos muy emocionadas”, cuenta mientras coge aliento para hablar Ana Navarro, fallera mayor de esta comisión. “Somos las primeras falleras mayores de la covid que pasamos ante la Mare de Déu”, añade esta empresaria de la hostelería. A su lado, Cecilia Urquijo, la fallera mayor infantil, de 12 años, reconoce que cuando ha pisado la plaza ha pasado todo muy rápido pero ha sido muy emocionante. “Tenía muchas ganas y ha sido bonito. Lo único es que se echa de menos a la gente porque te anima mucho durante el recorrido”, concluye Cecilia.
Los alrededores de la plaza de la Virgen estaban blindados de vallas y de policía para evitar que el público se acercase como otros años. Turistas extranjeros no entendían que los agentes no les dejaran pasar y discutían enfadados. Conforme avanzaba la tarde, el público se buscaba la vida por callejones que no estaban cortados y en vías como la de Serranos, una de las salidas establecidas para las comisiones, se mezclaban por fin falleros y público.
Simone y Simone, una pareja de italianos residentes en Madrid, contemplan sentados sobre un murete de la plaza de L’Almoina desfilar a las falleras que llegan desde la calle de las Avellanas. Están de vacaciones en la capital valenciana y se han encontrado con la fiesta. La conocían por televisión pero ahora que la han visto en directo, ella está encantada de que no haya codazos ni multitudes. Han estado en una mascletà y se alojan en el barrio de Russafa. “Que España tenga una parte tan moderna y a la vez una tradición tan bonita, es fantástico. Da gusto que sea una fiesta para todos, no importa cuantos años tengas”, concluye.
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