Sara García Alonso, astronauta y bióloga molecular: “Vuelve a haber un rechazo hacia la ciencia”
La científica reivindica que se aprovechen fenómenos como el eclipse total de 2026 para hacer divulgación y combatir la desinformación


Cuando la astronauta Sara García Alonso mira al cielo, dice que ve “preguntas que buscan respuestas para abrir nuevas preguntas”. “Me hace sentir pequeña, por la inmensidad, pero a la vez, protegida y a salvo”, contó ayer en Barcelona durante su intervención en la jornada Catalunya mira al cel, organizada por el Govern en Barcelona para promocionar la estrategia científica alrededor del eclipse total que se verá el próximo verano en España.
García Alonso (León, 36 años) es bióloga molecular en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, pero hace tres años su vida dio un giro cuando fue seleccionada por la Agencia Espacial Europea para formar parte del cuerpo de reserva del nuevo equipo de astronautas —otro leonés, Pablo Álvarez, entró en el grupo titular—. Desde entonces, la investigadora compagina su labor científica en busca de fármacos contra el cáncer de pulmón y de páncreas con períodos de entrenamiento dentro de programa de formación de astronautas de la agencia europea.
Y guarda tiempo, además, para la divulgación. A través de sus redes sociales —tiene 260.000 seguidores en Instagram—, en conferencias, charlas y allá donde se le requiera. En una entrevista con EL PAÍS poco antes del arranque de la jornada científica, García Alonso reivindica la urgencia de divulgar la ciencia, de salir del laboratorio y pisar la calle para contar lo que hacen.
Sobre el melón de la desinformación y cómo están permeando teorías pseudocientíficas en la sociedad, la científica propone un ejercicio de empatía. Bailar, en lugar de boxear, con las personas que tienen estas opiniones. Y aprovechar las oportunidades, como el foco mediático que hay sobre los nuevos astronautas españoles o el fenómeno de los eclipses de 2026, para revitalizar el mensaje científico. “Si surge una oportunidad para inculcar ese gusanillo a las nuevas generaciones y ese interés por la ciencia, es de recibo y legítimo aprovecharlo. No fue decisión de nadie que haya un eclipse total en 2026, pero cogiendo esas pequeñas piezas junto con todo lo que está evolucionando el sector espacial, es una buena oportunidad para revivir un poco esa fascinación por el espacio que se sentía más en la década de los setenta, con todo el programa Apolo, y aprovechar para hacer divulgación y para que la gente se interese por la ciencia”, defiende.
Pregunta. ¿Hace falta sacar la ciencia del laboratorio?
Respuesta. Sin duda. Es algo en lo que los propios científicos quizá hemos cometido un error: si no somos capaces de comunicar lo que hacemos y por qué lo hacemos, se puede entender que la sociedad lo vea como algo muy alejado a ellos. Hay que hacer ese esfuerzo de traducción, de utilizar un lenguaje no tan técnico y que la gente vea que todo lo que tenemos a día de hoy se basa en investigación y desarrollo y en la aplicación de la innovación.
P. ¿A los científicos les cuesta bajar a la calle?
R. Sí, cuesta. Porque la labor de investigación es un trabajo muy vocacional y que requiere muchísimas horas. Los científicos vivimos un poco aislados en esa burbuja en el laboratorio y a la hora de hacer esa traducción somos tan meticulosos que tenemos un poco de miedo a perder rigor por traducir a otro tipo de palabras.
P. ¿Corren malos tiempos para la ciencia?
R. Creo que tenemos que seguir trabajando bastante en fomentar este tipo de carreras, precisamente por el panorama social que estamos viviendo con las redes sociales y el exceso de información, que hace que se deje de percibir cuál es veraz y cuál es falsa. Conviven bulos y desinformación con datos reales y creo que la gente está bastante perdida sobre qué es cierto y qué no es cierto. Y muchas veces elegimos las explicaciones simples que podemos comprender o las que nos interpelan a nivel emocional más que las complejas que te puede ofrecer la ciencia, lo que hace que se genere un rechazo a la ciencia.
Parecía que se había abierto una campaña de que todo el mundo apoyaba la ciencia, especialmente en casos como la pandemia. Y ahora siento que vuelve a haber un rechazo, y que opiniones y hechos se confunden demasiado a menudo. No podemos dejar que eso pase. Una sociedad informada con noticias veraces es una sociedad más libre y ahora mismo se está generando confusión.
P. A propósito de la desinformación, el Centro de Estudios de Opinión de Cataluña sacó recientemente una encuesta sobre desinformación y posverdad: el 25% de la gente cree que el Sars-cov-2 fue creado en un laboratorio como arma biológica, uno de cada cinco personas considera que las vacunas hacen más mal que bien y que las farmacéuticas lo esconden; el 42% de la población cree que las autoridades exageran los peligros de algunas enfermedades por intereses económicos. ¿La batalla por la verdad está perdida?

R. No suena muy esperanzador cuando das estos datos [ríe]. Como científica me frustra bastante cuando opiniones que la ciencia ha desacreditado durante tanto tiempo, vuelven a estar sobre la mesa. Pensé que eran capítulos que ya habíamos pasado y veo que hay que volver a desempolvar esos libros y justificar otra vez cosas que ya estaban más que demostradas. Me frustra, pero he reflexionado mucho al respecto y denostar a la gente que piensa y que opina de esa manera no sirve de nada porque lo que vas a conseguir es que se aferren más en sus propias opiniones.
Quizá hay que escuchar, ver de dónde viene esa creencia, por qué nos aferramos tanto a ese tipo de opiniones y, entre todos, intentar argumentar, pero no desde la confrontación. En lugar de iniciar un combate de boxeo, vamos a bailar, vamos a entendernos, a fluir las dos personas. Y vamos a ver cómo te puedo exponer otras formas de la realidad en la que tú no habías reparado, o cómo te puedo hacer ver que no tenemos el conocimiento absoluto, que hay muchos matices y muchas variables que se nos escapan y, por lo tanto, tenemos que ser muy cautos, muy precavidos a la hora de hacer verdades absolutas. Siempre abogaré por el método científico, porque se basa en un método, hay unas reglas del juego, es falsable, y eso es algo que no todas las opiniones y posverdades pueden decir.
P. Para hacer eso, uno necesita tiempo, más que alguien que plantean un “creo que”, sin más. En un momento en el que la atención está tan atomizada, ¿cómo la retiene para que le escuchen?
R. Hay que hacer un ejercicio de empatía, intentar entender a tu interlocutor y el lenguaje que maneja. Adaptarte a eso e intentar crear un marco común de reglas del juego para poder debatir en los mismos términos. Hay que llegar a un consenso primero de cómo podemos debatir o cómo podemos al menos generar el sentido de la duda. Pero es una batalla dura y efectivamente requiere de paciencia y no todo el mundo está dispuesto. Es un baile difícil.
P. Ahora están apareciendo influencers sin formación científica que lanzan ideas seudocientíficas. Futbolistas y actrices que propagan bulos, como que los aviones nos fumigan, por ejemplo. ¿Cómo se toma usted esos discursos?
R. Me parece muy irresponsable que personas cuya voz es escuchada y que influyen y que pueden ser un espejo en el que muchas personas se miren, hagan tan a la ligera este ejercicio de airear sus opiniones sin basarse en datos. Está bien cuestionarse las cosas, eso no lo voy a criticar, pero hay que poner ciertos límites. La realidad que conocemos se basa en años y años de estudio, de ir aportando al conocimiento. No podemos tirar milenios de conocimiento por tierra.
Toda la inversión que se hace en el espacio es precisamente para solucionar los problemas que tenemos en la Tierra"
P. ¿Los golpes y giros de la Administración Trump a la NASA pueden pasar factura a los avances en la exploración espacial?
R. Si se recortan los presupuestos destinados a ciencia, muchos proyectos científicos que buscan precisamente avanzar en esos ámbitos se van a ver afectados. Estamos en un momento de muchísima incertidumbre. La exploración espacial se basa en la colaboración entre agencias, entonces, claro que va a impactar, también de cara a misiones robóticas y vuelos tripulados. Hay que ver hasta qué punto Europa tiene autonomía, resiliencia y capacidad de seguir adelante y de seguir promoviendo proyectos científicos.
P. Alguien puede pensar que, con la que está cayendo aquí abajo, como para pensar en lo que ocurre ahí arriba. ¿Qué le diría?
R. Prácticamente toda la inversión que se hace en el espacio es precisamente para solucionar los problemas que tenemos aquí en la Tierra. Todos los satélites que hay relacionados con observación de la Tierra, por ejemplo, sirven para temas de seguridad, ya no solo para monitorizar la salud de nuestro planeta y combatir la crisis climática, sino a nivel de tráfico aéreo, marítimo y terrestre, de prevención de desastres naturales… Eso de base. Luego, si lo llevo a la investigación biomédica, el poder hacer investigación en condiciones de microgravedad que no se pueden reproducir en la Tierra, abre un sinfín de posibilidades: por ejemplo, un astronauta en una misión de seis meses tiene una degeneración ósea 10 veces superior al peor caso que se da en la Tierra, que sería una mujer menopáusica o una persona anciana; entonces, estudiando esa osteoporosis se pueden desarrollar nuevos medicamentos.
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