Pedro Horrach vuelve a la fiscalía tras el ‘caso Nóos’: “Fue un juicio moral, yo estaba en un procedimiento penal”
Pedro Horrach, que lideró la investigación contra Iñaki Urdangarin, está destinado en Olot desde diciembre


Con el mismo paso ágil con el que se le veía entrar en la Audiencia en Palma, Pedro Horrach cruza la puerta del austero edificio de los juzgados de Olot (Girona). En su tierra, el mallorquín corría detrás de corruptos empresarios, políticos e incluso el yerno de un rey; en la Cataluña interior ve faltas, robos y demasiadas agresiones sexuales. “No sabía nada de Olot”, reconoce este fiscal de 59 años, que saboreó las mieles de la popularidad cuando acusó a Urdangarin de malversación, y mordió el polvo cuando defendió la inocencia de la infanta Cristina. En casi un año, ha logrado adaptarse a la cerrazón que gobierna la llanura volcánica de la Garrotxa. “Paseo bastante, hago alfarería, y me he apuntado al gimnasio, aún no sé por qué”, ríe. También se ha inscrito en la biblioteca municipal, donde todavía no ha llegado el nuevo libro del ya jubilado juez José Castro, El caso Nóos (Roca Editorial). Aunque tampoco tiene intención de leerlo. “Siempre me ha acusado de dejarlo vendido. Es la misma historia que ya he negado mil veces”, dice, sobre su divorcio con el instructor del caso más mediático que ha pasado por sus manos.
El nuevo destino gerundense de Horrach al reincorporarse a la Fiscalía, tras más de siete años de excedencia, se debe a un error: desconocía los pormenores de las incompatibilidades por haber ejercido como abogado. Durante dos años, no puede ser fiscal en el mismo lugar donde constaba como colegiado. Y, sin saberlo, escogió Palma como primera opción, lo que le llevó al final de todo de la lista. “Me tocó Olot, y aquí vine”, describe. “Solo lo conocía por la farmacéutica Feliu [secuestrada en los 90 durante 492 días], por un celador que había matado a 11 personas [Joan Vila]. Y después supe de otro [Pere Puig] que pegó tiros a cuatro personas… Y pensé: espero que no pase nada”, desea, en su pequeño despacho, como fiscal decano de la sección territorial de Olot. De él dependen Olot, Puigcerdà y Ripoll. Hasta el momento, la polémica alcaldesa ultra Sílvia Orriols no le ha dado mucho trabajo.
Horrach es el único de los cuatro fiscales de la zona que tiene más de 30 años. Y el único que reside en el mismo Olot (39.000 habitantes). “Me planteé si vivía en Girona, como todos mis compañeros. Pero son dos horas de coche para ir y venir”. Conducir cada día todo ese rato le daba “una pereza loca”. “Además, no me suelo despertar muy pronto, y pensé: llegaré tarde siempre”, bromea. Él se apaña en un piso céntrico, y se mueve a pie en su pequeño radio de actuación. “Los fines de semana voy mucho a Mallorca, en ferry, y veo a mi padre y mi madre”, resume, sobre su nueva y apacible vida.

Nada que ver con los ajetreados años del caso Nóos, de los que arrastra “la etiqueta de monárquico”. “A pesar de mis esfuerzos, no me la he podido quitar de encima”, lamenta, sobre la impopularidad que le acarreó oponerse a la imputación de la infanta Cristina, que administraba una de las empresas de su entonces esposo, Iñaki Urdangarin. “Fue un juicio moral, ético, pero yo estaba en un procedimiento penal”, se queja, sobre los debates que se abrieron. “No lo llevé muy bien, porque nadie se puede sustraer a la imagen pública que tiene”, concede, sobre una controversia que le perseguía allí donde fuese. “Pasamos de ser casi héroes, gente bien considerada públicamente por llevar temas anticorrupción, a sentir conversaciones en el bar de ‘¿cómo es posible?, ¿este tío qué hace?, ¡¿cómo no va a saberlo la Infanta?!”.
En aquellos años, llegó a recibir cartas anónimas. “Eran muy simples, escritas a mano, y me decían hijo de puta, cabrón, gilipollas… Alguna era una especie de testamento, que me acusaba de haber roto con todos los principios éticos”, recuerda. “Pasé de ser el perro del gobierno socialista [por todos los casos de corrupción que había llevado contra el PP en Baleares], a ser un monárquico empedernido”. Pero nada de aquello le hizo cambiar de opinión. Ni entonces, ni ahora. Horrach se mantiene firme: obró según su propio criterio, sin presiones de sus superiores, aunque es consciente de que siempre será el fiscal que no quiso imputar a la Infanta. “Bueno, ¿qué he de hacer? Paciencia”, se dice a sí mismo, con la serenidad que permite el paso del tiempo.
Lo único que todavía le enerva de manera notoria [durante la entrevista suelta algunos exabruptos que pide que no se transcriban] es el papel que jugó el sindicato Manos Limpias en el caso Nóos. “Grandes progresistas como Castro resulta que han de utilizar a Manos Limpias, un sindicato de ultraderecha, franquista, para más señas, para sentar a la Infanta en el banquillo”, critica. Y sigue: “Me decepcioné y me sigue decepcionando. ¿Cómo es posible que se pueda permitir que un sindicato de ultraderecha esté legalizado, y que después sirva de palanca para que los tribunales actúen?”.
Una palanca que funciona en la actualidad. Manos Limpias acusa y promueve casos como el de la esposa del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, Begoña Gómez, y el de su hermano, David Sánchez. Y también el del jefe de Horrach, el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz… “Mi sensación es que no es delictivo. Que no tiene entidad suficiente que justifique que lo sometan a un procedimiento penal”, opina Horrach. “El problema es cómo se puede permitir que un fiscal general en el cargo sea sometido a un juicio, siendo aún fiscal general del Estado”, considera. Por ello, sostiene que García Ortiz “debería dimitir, al menos provisionalmente, mientras se tramita el juicio” porque “condiciona toda la actuación de la institución”. “Salvo esto, mi sensación es que no va a ser condenado”, analiza.

Y lo dice con el aplomo de quien nunca se ha escondido de los medios de comunicación. “Si no existiese la prensa no existiría la corrupción porque no se destaparía”, reflexiona. Y los define además como una salvaguarda: “En el momento en que un medio de comunicación se hace eco de un tema de corrupción, evitas ataques directos o indirectos a la policía que investiga, al fiscal y al juez instructor”. Por eso no entiende el miedo, cada vez mayor, a tratar con los periodistas. “Los fiscales deben hablar con la prensa. Lo malo es no hablar. Muchos fiscales no quieren. Muchos jueces, tampoco quieren. ¿Entonces quién tiene que hablar? ¿Cómo comunicas las cosas?”, se pregunta.
Con su regreso a la Fiscalía, Horrach cierra una etapa de más de siete años como abogado, en los que ha defendido desde narcos a grandes empresarios. “Estaba agotado”, repite. Calcula que en Olot seguirá al menos hasta finales del año que viene, cuando espera regresar a Palma, encargado de temas ordinarios, con la intención de jubilarse en poco tiempo. Mientras tanto, su ilusión es la nueva casa que construye en Costitx, su pueblo natal, y, sobre todo, la eminente llegada de su primer nieto. En retrospectiva, solo cambiaría una cosa en su trayectoria: “La obsesión. Si no eres obsesivo con las cosas, no llegas. Pero la obsesión te quema”. La suerte es que esa fijación también forma ya parte del pasado: “Ahora lo único que deseo es tener para tiempo para mí”.
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