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“¡La Feliu está viva!”

Hace 25 años que secuestraron a la farmacéutica de Olot. Pasó 492 días en un zulo, a oscuras, donde no cabía de pie. Hasta su liberación, casi todos la daban por muerta

Rebeca Carranco
Maria Àngels Feliu tras su liberación paseando por Olot.
Maria Àngels Feliu tras su liberación paseando por Olot.Joan Sánchez

A las cinco de la mañana sonó el teléfono de pared que sus padres tenían en el comedor. “¡Que está viva! ¡Que está viva!”. Carlos Quílez, que entonces tenía 27 años, no daba crédito a lo que le contaba un guardia civil. “¿En serio?”, repetía el periodista. “Que sí, joder, que sí, que la tengo delante”. Acto seguido, Quílez llamó a su jefe y repitió el mensaje: “¡La Feliu, la Feliu! ¡Que está viva!”. La farmacéutica de Olot, Maria Àngels Feliu, llevaba un año, cinco meses y siete días secuestrada. Casi todo el mundo, incluso la justicia, la daba por muerta.

“Es la única vez que he tenido el honor de parar la programación prevista para hacer un flash de entrada, a las cinco y pico de la mañana, ante la mirada atenta de mis padres”, recuerda Quílez por teléfono, cuando se cumplen 25 años del secuestro más largo de España cometido por delincuentes comunes. Entonces trabajaba en la Cadena SER y fue el primer periodista en contarlo. “Es de las noticias más bonitas que he dado”.

Casi a la misma hora, en este caso junto a una cama en Girona, sonaba otro teléfono: el del forense Narcís Bardalet. “Pensé que era como un sueño, quizá una broma que alguien me quería gastar”, evoca. Pero no. Al otro lado del aparato hablaba el fiscal Carlos Ganzenmuller, que llevaba el caso, y le pedía que reconociese a la farmacéutica. La habían encontrado a las tres y media de la madrugada en una gasolinera en Lliçà de Vall, harapienta, con una manta a los hombros, y con dos monedas de 100 pesetas con las que intentaba comprar una Coca-cola en una máquina.

La farmacéutica fue trasladada primero al hospital de Sant Pau, en Barcelona. Bardalet la reconoció ya en su casa, en Olot. “Mi informe fue contundente: pasó todo ese tiempo sin ducharse, sin cortarse las uñas, sin depilarse, sin tener una mínima higiene…”. Estaba en los huesos, desnutrida, sufría fotofobia, con la piel blanca por el tiempo pasado sin que le diese la luz del sol, y con rascadas por las picaduras de los insectos. Caminaba con dificultad.

Feliu pasó 492 días casi a oscuras, en un lugar húmedo y terroso, donde no cabía de pie. A partir del cuarto mes, le permitían caminar 20 minutos al día por el sótano donde estaba su zulo, que hoy en día es un garaje, en el número 8 del pasaje de Pujals, en Sant Pere de Torelló. Es una zona tranquila de casas adosadas, en un pueblo del interior de Cataluña, de poco más de 2400 habitantes, a 35 kilómetros de Olot, donde fue secuestrada la noche del 20 de noviembre de 1992, cuando salía de su farmacia, y a 65 de Lliçà de Vall, donde fue liberada, el 27 de marzo de 1994.

Esa mañana, el abogado Carles Monguilod miraba TV-3 con su entonces mujer cuando explicaron que habían liberado a la farmacéutica. Era Domingo de Ramos. “Yo sabía que estaba viva porque la familia pidió a los secuestradores una prueba”, recuerda el letrado, que más tarde asumió la defensa de Feliu. Consistía en que les confirmasen el apelativo cariñoso de pequeña de la farmacéutica: Netol. Los secuestradores acertaron el nombre, que solo les pudo decir ella, pero la noticia nunca trascendió a los medios de comunicación.

Ni siquiera el magistrado Fernando Lacaba —ponente posteriormente de la sentencia que condenó a los cinco acusados a penas de hasta 22 años de cárcel — estuvo seguro de que la farmacéutica seguía con vida hasta que lo vio en televisión. “Me causó una grata impresión saberlo”, cuenta el juez. Aunque no quería dejarse llevar por lo que contaban los realities, en plena eclosión con el caso de las niñas de Alcàsser, admite que se temía lo peor. “Cuanto más tiempo pasaba, más negativo era. Con ETA sabíamos que o pagabas o te mataba. De este secuestro, no se sabía nada”.

Y es que a Maria Àngels Feliu la secuestraron seis individuos solo por ser de una familia adinerada. Ramon Ullastre, vigilante municipal de Sant Pere de Torelló, fue el cerebro. Le ayudó su mujer, Montserrat Teixidor, dos policías locales de Olot, Antoni Guirado, y Josep Zambrano, que se suicidó, y dos personas más, Sebastià Comas, alias Iñaki, quien la liberó, y Josep Lluís Paz, alias Pato. Todos viven hoy en libertad.

La investigación del caso estuvo plagada de errores, y dos personas ingresaron en prisión preventiva acusados del asesinato de la farmacéutica, que nunca ocurrió. Hasta su liberación, casi nadie creyó que siguiese viva. Feliu fue secuestrada cuando tenía 34 años, y tres hijos de entre dos y cinco años. La liberaron cuando iba a cumplir 36. Hoy, a sus 59 años, Maria Àngels Feliu lleva una vida normal en Olot, donde regenta una farmacia.

Siete peldaños de madera hasta el infierno

"Era aquí", enseña el nuevo propietario de la casa donde permaneció secuestrada la farmacéutica (la compró en julio a un banco), tocando una pared de cemento, con unas líneas en rosa y azul que dibujan una puerta. El cerebro del secuestro, Ramon Ullastre, y antiguo dueño de la vivienda, lo tapó cuando supo que Sebastià Comas, alias Iñaki, el cuidador de la farmacéutica, tuvo un arranque de compasión y la liberó por su cuenta. Tuvo tiempo de hacerlo: la Guardia Civil tardó más de seis años en detenerlos, en marzo de 1999.

Siete peldaños de madera comunican el zulo con la cocina de la casa, donde durante 17 meses Ullastre y su mujer comieron, mientras a sus pies estaba encerrada a oscuras la farmacéutica. El agujero era un armario empotrado, que medía 150 centímetros de ancho por 160 de alto y 160 de largo, sin luz natural o eléctrica, con solo un colchón para dormir.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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