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Junts ante su Congreso más resultadista y dual

La reprimenda de la jefatura a Laura Borràs por su metedura de pata con el posible apoyo a una moción de censura del PP marca el guion del inminente congreso político del partido

Carles Puigdemont y Jordi Turull conversan, junto a Míriam Nogueras y Josep Rius.
Carles Puigdemont y Jordi Turull conversan, junto a Míriam Nogueras y Josep Rius.Gianluca Battista
Marc Rovira

El expresident Carles Puigdemont y Jordi Turull hace meses que imponen el voto de silencio en Junts per Catalunya. Han establecido que el hermetismo sea una prioridad a la hora de tomar las decisiones que fijan el rumbo de la marca posconvergente. El cuchicheo es el hilo musical de los altavoces del partido y solo se altera si el expresidente de la Generalitat se pone a escribir una de sus reflexiones en las redes sociales o bien cuando Turull, secretario general, tiene a bien conceder alguna entrevista. No hay excepciones. Lo comprobó la propia presidenta de la formación, Laura Borràs, al afirmar esta semana que Junts podría apoyar una moción de censura del PP y Vox para desbancar a Pedro Sánchez: “Absolutamente, nada es descartable”, dijo. Al poco, Turull salió al quite para corregirla: “Pura fantasía”, sentenció.

Junts afronta a partir del viernes su congreso político con varios frentes abiertos en el Congreso de los Diputados, y existe el convencimiento de que solo hay posibilidades de arañar alguna ganancia si se mantiene abierta una línea de negociación con el PSOE. Una táctica resultadista que se torna en un todos al ataque cuando Junts juega como local en su cancha de Cataluña: en el Parlament no hay nada que hablar con los socialistas.

En la sede central de JuntsxCat en Barcelona, cerca de la Sagrada Familia, hay una sala de juntas con capacidad para dar asiento a una treintena de personas, y la casa donde vive Carles Puigdemont en Waterloo (Bélgica) consta de 500 metros cuadrados. Pese a la amplitud, en la ejecutiva de Junts se sabe que el núcleo de personas con capacidad para decidir cabe dentro de un taxi.

Puigdemont lleva meses manifestando en público que tiene la intención de “abrir el espectro” para acoger a todas las sensibilidades del independentismo, pero aplica un cerrojazo en la sala de control del partido. Combina la idea de la transversalidad de su marca con una organización vertical del mando. Él en la cúspide y asistido de un escueto grupo de colaboradores, donde destacan Jordi Turull, secretario general, y Josep Rius, portavoz y vicepresidente del partido. Puigdemont también tiene conexión directa con Míriam Nogueras, portavoz del partido en el Congreso de los Diputados. En este sentido, cobró especial relevancia el rápido desmentido de Nogueras a las manifestaciones de Borràs, sobre el apoyo a una posible moción de censura impulsada por el PP: “Nosotros no estamos aquí. La respuesta es no”.

Nogueras es la encargada de hacer de correa de transmisión de Puigdemont con el Gobierno de Sánchez. En juego está el efectivo despliegue de la ley de amnistía y otros asuntos que el partido independentista lleva meses dando por cerrados. Es el caso de la presunta transferencia a Cataluña de las competencias en materia de inmigración, el reconocimiento del catalán en la Unión Europea o la concreción de los temas que Junts y el PSOE supuestamente negocian periódicamente en Suiza, bajo la supervisión de un verificador internacional.

Junts reitera que piensa vender caro cada sí que conceda al Gobierno en el Congreso de los Diputados. Negociar “pieza a pieza”, repite Nogueras. No hay nada gratis, pero se parte de la base de que un acercamiento con el PP es un precio impagable, si hay que meter a Vox en la misma cuenta.

En el Parlament de Cataluña, el portavoz de Vox pidió formalmente a Junts que “se moje” y reconoció que el partido de ultraderecha está a favor de la moción de censura contra Sánchez “sea con quien sea”. Sin embargo, en la Cámara catalana Junts trata de usar a Vox como munición para atacar al PSC y a Salvador Illa. Albert Batet, presidente del grupo parlamentario de Junts, ha acusado esta semana a los socialistas de “haber votado 42 veces” junto al PP y Vox en el último debate de política general. El reproche forma parte de la estrategia ofensiva que aplica el partido para desgastar al Govern y revela el doble rasero que aplica la formación de Puigdemont para competir en cada escenario: en Madrid, el PSOE es la menos mala de las opciones, mientras en Cataluña el Gobierno del PSC es “débil” y “sucursalista”, además de tener una inclinación “españolista” que lo empareja al PP y a Vox.

La lista de Puigdemont quedó en segundo lugar en las elecciones catalanas del 12 de mayo, con siete escaños menos que el PSC. Pero Junts reniega de presentarse como “oposición” y prefiere publicitarse como la “alternativa”. Una pirueta semántica para marcar distancias con el Ejecutivo socialista y perseguir una polarización que le pueda resultar rentable cuando las urnas se vuelvan a sacar del armario. Una vez que la pretendida unidad del independentismo ha quedado en nada, y con Esquerra Republicana hecha trizas por las peleas internas, Puigdemont trata de reivindicar a su partido como la herramienta más útil para reavivar los rescoldos del procés independentista. Una suerte de coche escoba donde se pueda montar todo aquel que quiera seguir enarbolando la estelada y arrojarla contra el PSC.

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