Los jóvenes se diluyen en la Diada: “Ahora nos preocupa el acceso a la vivienda, no la independencia”

Jugar a los personajes (adivinar la identidad de un individuo con un número limitado de preguntas binarias) es el plan de esta tarde para Sandra y Mireia. Sentadas en unas escaleras de la plaza de Pons i Clerch de Barcelona, a apenas 150 metros del recorrido de la manifestación de la Diada, apuran unos batidos mientras ven pasar el goteo constante de ciudadanos que acuden a la llamada de la ANC. Ellas ni se inmutan. A diferencia de otros años, hoy la Diada no va con ellas.

“Nosotros vivimos con mucha intensidad el procés en su momento”, explica Sandra, “pero ahora tengo un sentimiento como de decepción, de que esto no va conmigo. Los jóvenes ahora tenemos otros problemas más prioritarios”, sentencia esta joven nacida en Lleida hace 26 años. Asegura que los partidos políticos siguen apostando por la independencia como su proyecto principal cuando, entiende, su generación no encuentra soluciones a unos problemas estructurales. “No tenemos acceso a una vivienda de propiedad y tenemos que dedicar una gran parte del sueldo a los alquileres”, lamenta. “Los programas políticos en las elecciones siguen vendiendo la independencia como el punto número uno; y ahora no es así, deberían estar en el punto cuatro o el ocho” asegura esta profesional de la consultoría que se siente cada vez menos independentista. “Cuando hubo el boom, en 2017, me identifiqué con los movimientos sociales, pero ahora... ahora no”

Mireia asiente. Tiene 24 años y admite que sigue “poco” la política. Originaria del Delta del Ebro, asegura que a lo largo de su vida la independencia ha sido un tema de conversación familiar y que se apuntaba siempre a las reivindicaciones, pero que ahora no le seduce a ella ni a buena parte de su núcleo social. “Quizás participan las personas vinculadas a entidades sociales y juveniles, pero nuestra generación participa menos”.

Un repaso de 500 metros en el recorrido que une la estación de Francia y Arc de Triomf parece avalar la idea de que el colectivo de menos de 35 años no lidera las reivindicaciones. Según el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), el CIS catalán, el apoyo a la independencia entre las personas de 18 y 35 años ha pasado del 52% al 40% desde finales de 2017, una caída mayor que el del global de Cataluña (del 48,7% al 40%). El anterior barómetro era aún peor, con un apoyo del 37,8%.

Heura apura su vaso en una terraza del Born antes de acercarse a la manifestación. Tiene 24 años y admite que el colectivo parece huérfano de liderazgos. “Hemos crecido con el procés. En 2017 yo tenía 16 años y nuestros padres habían hecho todo el trabajo de base. Nosotros nos lo encontramos hecho, y ahora; tras todo lo que ha ocurrido, la división y todo, debe volver a hacerse. Nosotros éramos adolescentes dispuestos a actuar y a ejecutar, pero no hemos aprendido qué es lo que se tiene que hacer para volver a empezar”.

A su lado, Ivet, maestra de 25 años, recuerda que la noche del 1 de octubre del 2017 fue a dormir a un pabellón de su Girona natal para proteger los puntos de votación. Y que visto cómo ha evolucionado la política catalana, existe un desapego generalizado. “Hicimos barricadas, escondimos las urnas; el 3 de octubre salimos con los tractores... Si con todo aquello no conseguimos nada, te queda una sensación de frustración que creo que aún permanece”, comparte.

Los estudios revelan que entre las generaciones nacidas en democracia aumentan las simpatías a los modelos autoritarios. ¿Puede existir un desapego similar con la independencia entre las generaciones crecidas en el procés? “Puede ser que los jóvenes no valoren todo esto proceso”, entiende Teresa, septuagenaria de Sants, que asiste a la manifestación con un grupo de amigos de entre 72 y 77 años. “Nosotros vivimos la prohibición del catalán, la dictadura, la enseñanza solo en castellano, la falta de libertades... Estamos aquí por todo esto”, comparte. “Quizás los jóvenes se han cansado de seguir esperando. Cada vez vienen menos, es verdad”, dice, al tiempo que una de sus amigas le pregunta por sus hijas: ¿Por qué no han venido? “No podían”, responde Teresa. “Creo”.

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