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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La segunda hora federal en Cataluña

El federalismo pasa ahora por diseñar un nuevo modelo de financiación, que inevitablemente ha de ser para Cataluña y para las demás comunidades

El presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa, a su llegada al Comité Federal de su partido este sábado en Madrid.
El presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa, a su llegada al Comité Federal de su partido este sábado en Madrid.JUANJO MARTÍN (EFE)
Enric Company

Desde su creación en 1976, el PSC viene ofreciendo el federalismo como alternativa al nacionalismo en la sociedad catalana. Es su ideal como fórmula de organización político-administrativa. Después de la década larga de inflamación nacionalista, los electores han apoyado la oferta del PSC y han colocado a los federalistas al frente de la Generalitat y de las principales administraciones municipales del país, incluida la de su capital, Barcelona. Esto ha sucedido en una coyuntura en la que, además, el Gobierno de España lleva seis años en manos del socialista Pedro Sánchez.

Es la segunda vez desde el fin del franquismo en la que el PSC se halla al frente de todas las principales instituciones catalanas. La primera fue entre 2003-2010, cuando Pasqual Maragall y José Montilla accedieron a la Presidencia de la Generalitat, Joan Clos y Jordi Hereu fueron alcaldes de Barcelona y, a partir de 2004, el PSC tuvo varios ministros en los gobiernos del PSOE presididos por José Luis Rodríguez Zapatero.

En aquella etapa, los socialistas dirigían una coalición parlamentaria y de gobierno formada por las tres fuerzas de la izquierda catalana, el propio PSC más ERC e Iniciativa-Verds. Ahora Salvador Illa dirige un gobierno monocolor, que está en minoría en el Parlament pero apoyado desde fuera por las otras dos fuerzas de izquierdas. En la misma situación está el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni. El PSC acumula así una enorme parte del poder institucional catalán, pero en condiciones de debilidad que no permiten aventuras.

Los socialistas parecen haber tomado buena nota de lo sucedido en Cataluña en lo que va de siglo. La gran oferta política en 2003 del convencido federalista Pasqual Maragall fue la renovación y ampliación del autogobierno mediante un nuevo Estatuto de Autonomía. El empeño terminó frustrándose en 2010 a manos del Tribunal Constitucional, al cabo de una agotadora pugna contra el conservadurismo encarnado por el PP. Fue una derrota del conjunto de la izquierda catalana y española.

Los federalistas quedaron entonces fuera de combate y a partir de 2010 el escenario político catalán quedó en manos de los nacionalistas. A su vez, estos pronto fueron hegemonizados por su fracción independentista y se lanzaron a un pulso con los gobiernos de España, en manos del PP. Lo perdieron, sus dirigentes fueron a parar a la cárcel y el exilio y en las elecciones de mayo de este año quedaron en minoría en el Parlament.

El nuevo presidente catalán encarna el retorno de los federalistas tras 15 años de ostracismo. La oferta de Salvador Illa se caracteriza por ser modesta. Huye de las grandes formulaciones, de la retórica sobre la salvación de la patria y ofrece mano tendida a derecha e izquierda. Se presenta como un humilde político obsesionado por el buen funcionamiento de la Administración y la policía, por la mejora de los servicios públicos y el apoyo a los empresarios. Por reducir las listas de espera de la sanidad, mejorar las comunicaciones y la enseñanza pública y recuperar los atrasos de todo tipo registrados durante la década de turbulencias políticas. En esta etapa, el federalismo ofrece esto. Y ese federalismo pasa ahora por diseñar un nuevo modelo de financiación, que inevitablemente ha de ser para Cataluña y para las demás comunidades. Por eso la batalla va a ser tan dura.

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