Illa: cambiarlo todo sin romper nada
Poner orden en los Mossos será solo un primer reto para el nuevo ‘president’ dentro de una estructura de la Generalitat que ha actuado en simbiosis total con el ‘procés’
Más de uno respiró aliviado en Cataluña el pasado jueves cuando, en pleno debate de investidura, Salvador Illa deslizó que no pretende hacer borrón y cuenta nueva. “No he venido a desmontar nada”, dijo, para a continuación matizar que “aprovechará” todo lo que pueda de los gobiernos que le han precedido. Consciente de que una década y media de inestabilidad ha acabado con la paciencia de los catalanes y que ahora toca aportar certezas y no más elecciones anticipadas, Illa no pretende enmendarlo todo. Tampoco tendría lógica. Al fin y al cabo, el PSC ha aprobado presupuestos de Pere Aragonès, ha llegado a acuerdos sobre política lingüística y social, y no tiene una línea económica muy diferente a la de sus predecesores, incluidos sus rivales de Junts. Pero una cosa es no ponerlo todo patas arriba y otra muy diferente dejar que las cosas sigan igual. Hacerlo sería peligroso para la propia supervivencia del nuevo Govern en una Generalitat que fue creada y diseñada a imagen y semejanza de Convergència i Unió, y que ha actuado durante una década larga en perfecta simbiosis con el movimiento independentista.
Uno de los problemas que tuvieron Pasqual Maragall y José Montilla cuando presidieron la Generalitat es que no supieron dar en el clavo para desarticular determinadas estructuras clientelares creadas por años de gobiernos de CiU e inercias del nacionalismo. Y eso que venían advertidos por Marta Ferrusola, la esposa de Jordi Pujol recientemente fallecida, que al perder CiU el poder no pudo evitar verbalizar que se sentía como “si nos hubieran entrado a robar en casa”. La versión actualizada de esta frase la pronunció el portavoz de Junts, Albert Batet, en el debate de investidura del pasado jueves, cuando dio por hecho que Illa y los socialistas van a “desnacionalizar” Cataluña, como si solo un partido nacionalista fuera capaz de defender los intereses de los catalanes.
Batet no está solo en estos planteamientos. Lo mismo piensan miles de funcionarios y trabajadores públicos, algunos de empresas tan sensibles como la radiotelevisión catalana. Una década larga de procés ha servido para que entidades privadas como la Assemblea Nacional Catalana se hayan acostumbrado a pasear por la Generalitat como si ésta fuera una extensión de su sede social y hayan colonizado los medios públicos como si lo único razonable en Cataluña fuera ser independentista.
A todas estas inercias se enfrentará Salvador Illa si pretende aplicar un verdadero programa renovador en el Gobierno catalán. La primera misión que tendrá será poner orden al desbarajuste en el que han quedado sumidos los Mossos d’Esquadra tras el ridículo de la no detención de Puigdemont. Pero el caos en el cuerpo venía de antes y se ejemplifica en detalles, como cuando nadie fue capaz de impedir que agentes teóricamente de vacaciones dieran apoyo al expresidente en el extranjero en materia de seguridad. Ello explica que los tres detenidos hasta ahora por ayudar a la fuga de Puigdemont sean precisamente tres agentes del cuerpo, uno de ellos dedicado a tareas tan delicadas como la protección de otro expresidente, Quim Torra.
Poner orden en los Mossos será toda una prueba de fuego, como también puede ser un reto comenzar a dar un trato igualitario a entidades sociales no independentistas que hasta ahora han sido ignoradas. Igualmente complicado será decidir si se sigue regando indiscriminadamente con dinero público los medios de comunicación privados que el Govern ha privilegiado como altavoces del procés. Cambiar las inercias será difícil, y más teniendo que pactar Illa todas sus políticas con Esquerra Republicana en el Parlament. Pero se abre una nueva etapa y el president tiene en sus manos decidir hasta dónde quiere llegar.
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