Lo mejor de Dagoll Dagom en un “grandes éxitos” muy apto para nostálgicos
La compañía arranca la conmemoración de su 50º aniversario, que supone la disolución del grupo, con un espectáculo en el Grec de repaso de sus grandes números musicales
¿Qué gran momento de Dagoll Dagom nos viene a la cabeza al pensar en el grupo, una de las compañías independientes que pusieron tan alto el listón del teatro catalán y que cumple cincuenta años? Así a bote pronto, el barquito acunado por una habanera cantada por Sisa y el despiadado ladrón asesino que duda entra la soga, la pistoleta o la navaja (Pepe Rubianes), de Antaviana (1978); la discusión con Papá Noel porque” en esta casa somos de Reyes de toda la vida” del mismo espectáculo. La coca andante (“¡oh, la coca!”) de La nit de Sant Joan (1981) y el delicioso número de los progres: ella, Inmaculada (Anna Briansó), con sus andares deslavazados y aquel capazo enorme del que sacaba una pila de libros (seguramente Marcuse, Fromm y Herman Hesse) y una caja de Tampax; él, Roger (Joan Lluís Bozzo), tarareando No serem moguts y denostando “la hipocresía lúdica institucionalizada” de la verbena. El lío del traductor inepto que provoca una crisis política en una cumbre internacional de Glups! (1983), o la inmortal canción sobre Corto Maltés (“vine amb mi al paradís promès als adventurers”). El verdugo (Ferran Rañé) de El Mikado (1986) y su “pi-piu”. El himno de los piratas cantado a pleno pulmón (“¡las velas se inflararán!”) en las jarcias del barco corsario de Mar i Cel (1988), claro. Los duelos a espada de Scaramouche, coreografiados por el gran maestro Esperanza… Tantas cosas, medio siglo de espectáculos, de musicales, de ingenio, diversión y talento escénico; toda una vida.
Ahora, el jueves, en otra noche que promete ser inolvidable, en el festival Grec de Barcelona, en el anfiteatro de Montjuïc escenario de muchos de sus éxitos (Antaviana, Glups!, El Mikado…), Dagoll Dagom ofrece un primer gran broche de cierre a su carrera (el definitivo será el remake de Mar i Cel en una nueva producción que se estrenará a mediados de septiembre en el Teatro Victòria, donde hará temporada). Este primer guiño de adiós y disparo de salida de los actos que conmemorarán los 50 años y la despedida de la compañía, es una gala titulada La gran nit de Dagoll Dagom, en la que se hace un repaso a las mejores escenas de los musicales de la compañía, unas veinte en total, con 27 actores que han formado parte del grupo (entre ellos invitados muy especiales) y música en directo a cargo de 40 instrumentistas y un coro (Original Soundtrack Orquestra). El espectáculo, que se representará también los días 12 y 13, lo pone en escena el especialista en musicales Daniel Anglès con dirección musical de Joan Vives y dirección coreográfica de Ariadna Peya. Entre los artistas que actuarán, Rañé, Nina, Pep Cruz, Àngels Gonyalons, Ivan Labanda, Carlos Gramaje, Roger Berruezo, Mercè Martínez o Ana San Martín. Para la ocasión se recuperará el vestuario de las producciones originales, con un total de cien figurines de todas las épocas de la compañía. Se aprovechará la ocasión para presentar a los protagonistas del Mar i Cel nuevo, Alèxia Pascual (Blanca) y Jordi Garreta (Saïd).
Para hablar del espectáculo y de lo que significa en la trayectoria de Dagoll Dagom, se reúnen con este diario los tres directores históricos de la compañía desde 1977, Anna Rosa Cisquella, Miquel Periel (que dirigirán ambos el nuevo Mar i Cel, ya con cien mil entradas vendidas) y Joan Lluís Bozzo. La entrevista a tres bandas tiene lugar en el vestíbulo del teatro Poliorama y Periel, Cisquella y Bozzo llegan por este orden, el último preocupado porque se ha dejado la llave en el coche. “Es un grandes éxitos, efectivamente, y un homenaje a nosotros, la gran noche del autobombo”, señala Bozzo, cuyo tono sarcástico resulta ya casi entrañable y al que cuando se trata de recordar el largo pasado de Dagoll Dagom, en el que, además de dirigir, tantos y tan buenos papeles ha interpretado, no puedes sino mirar con compartida nostalgia. “Es un agradecimiento al público, a la gente que nos ha seguido, y han respondido muy bien: está todo sold out, se vendieron las 6.000 entradas en dos días”, añade Cisquella. “La gente que vio de joven esos espectáculos añora reencontrase con ellos”. Y Periel continúa con un suspiro: “Son números que forman parte de nuestras vidas”.
Cisquella explica que la idea ha sido brindar un homenaje a los espectadores y a los actores que han sustentado la carrera de Dagoll Dagom. Entre los primeros, recuerda, estaba Daniel Anglès, que descubrió el musical viendo de jovencito El Mikado y se dijo: “Yo quiero hacer esto”. Cisquella apunta que el director es un gran conocedor de Dagoll Dagom, “así que con él y Joan Vives, el músico que más ha estado a nuestro lado y el que nos llevó al musical, empezamos a repasar espectáculos y juntos seleccionamos suits de cada uno. Nos pareció bonitos que el reparto estuviera formado por actores y actrices que han sido miembros de la la compañía en distintos momentos de su historia. Ferran Rañé hará el pi-piu, por supuesto”.
En total, calculan los directores, han pasado por la compañía unos 300 intérpretes. Más estadísticas: en el medio siglo de existencia, Dagoll Dagom han hecho 34 espectáculos, 23 de ellos musicales, con un total de 8.300 funciones a las que han asistido más de 4.750.000 espectadores. Jaume Sisa, que no anda muy fino (arrastra problemas de la vista), no estará en la gala, pero sí su voz. “Ha grabado algo muy especial para la ocasión”, apunta Cisquella.
“Da un poco de vértigo”, reflexiona Periel sobre el revival dagolldagomiano; “es un macro recuerdo de toda tu vida”. Y Cisquella dice: “Ves pasar las personas y los hechos de tu vida a través de este espectáculo, es una sensación bonita y nostálgica también”. Con su seny característico, la directora añade: “Afortunadamete, la mayoría tiene buen recuerdo de la compañía. Siempre hemos sido una compañía familiar, para cada montaje formábamos una familia. Visto con el tiempo todo parece haber sido amable. Algunos artistas nos comentan que fueron luego a parar a compañías más draconianas, con un sentido más industrial o empresarial”. Bozzo, que sigue preocupado por la llave de su coche, interviene: “La creación es lo que más nos ha identificado. Siempre hemos hechos espectáculos de creación. Ahora lo que hay es sobre todo franquicia de musicales extranjeros”. Bozzo recuerda que ya se ha jubilado. Mientras que Cisquella dice que para ella ha sido una gran satisfacción poder dirigir, el año pasado, el último espectáculo de creación de Dagoll Dagom (antes del repris final), L’alegria que passa, basado en una obra de Santiago Rusiñol, “y demostrar que un clásico catalán pede convertirse en un éxito moderno”.
La gran pregunta: ¿por qué lo dejan? “¿Qué no nos ves?”, señala Bozzo. “Dagoll tiene 50 años, pero yo 71″. “Es un fin de etapa”, apunta Periel. “Comediants ya se han marchado. Joglars aún estiran la pata y La Cubana”, reflexiona Cisquella. “Todos hemos sobrevivido muchos años, lo que es insólito; las artes escénicas han cambiado mucho, consolidar y mantener una compañía es muy difícil, hacer El Mikado como lo hicimos, con 12 actores y música en directo, todo privado, es imposible”. Pues parecía que Dagoll Dagom tenían más facilidades que otras compañías independientes, caían bien a las instituciones. “La fama de convergentes, ¿no?”, tercia Bozzo; “de que Pujol apoyaba Mar i Cel. Pero piensa que luego hicimos Flor de nit, el musical con texto de Manolo Vázquez Montalbán y nos tacharon de Psuqueros”. “El problema con nosotros es que mucha gente en este país arruga la nariz ante el teatro popular”, zanja Cisquella; “creen que la cultura ha de ser elitista y que lo que gusta a muchos es una mierda”. Y Bozzo: “Se decía de Cien años de soledad: no puede ser bueno algo que todos valoran”. “Veníamos de la democratización de la cultura, del teatro para todos”, recuerda Cisquella. “Un teatro popular de calidad, ese era nuestro lema”, dice Periel como si mirara desde las gradas del Grec del 76.
Bozzo aparta de un manotazo las ensoñaciones. “Mira la edad de los muertos, y calcula lo que te queda”, señala levantando la mano como para escribir en el aire el mane tecel fares babilonio y descubriendo entonces, con sorpresa, que tiene en la palma la llave de su coche. “Esta fiesta, esta gala”, reconduce Cisquella, “en el despacho nos dijeron si estábamos locos, con el trabajo que teníamos con el nuevo Mar i Cel”. “La primera propuesta era hacer una sóla función en el Sant Jordi”, dice Bozzo sin dejar de mirar extrañado su llave. “Un gran chimpúm. Y eso va a ser finalmente lo del Grec”. “Con las canciones más representativas y que más nos apetecían”, recalca Cisquella, que apunta que venderán un vinilo doble en el mismo anfiteatro con la grabación.
Los tres directores se deslizan al unísono por el tobogán de la nostalgia. Bozzo lo disimula con datos tecnológicos: “En Antaviana íbamos con dos altavoces Vieta de entonces y 40 v. por canal. Ahora vamos con 8.000. Y de luces, Antaviana tenía solo 18 focos, ahora con 200 no haríamos. En Glups!, las partes habladas eran sin micro y en La nit de Sant Joan tuvimos los dos primeros inalámbricos, que valían una fortuna, 300.000 pesetas cada uno. El vendedor dijo que no se iba del teatro hasta que no le pagáramos en efectivo. Y en la representación, cuando había un silencio entraba por los micros la emisora de la Guardia Urbana”.
Dicen que ellos tres aparecerán en algún momento de la noche. Y se ponen a recordar. La escena de Glups! en la que el cuñado de derechas le espeta al progre el chiste de los 60.000 jardineros contratados por Felipe González (“para cuidar de los 10 millones de capullos que lo han votado”). “Cada espectador tendrá sus momentos favoritos”, señala Periel. “A mí me hace mucha ilusión la cantidad de gente que vamos a poner en el escenario”, anota Cisquella. “Veremos algo que no se ha visto”, asegura Bozzo. ¿Y cómo van a caperar la nostalgia brutal que traerá consigo la noche? “Un buen Trankimazin lo arregla todo”, dice Bozzo. “O un Lexatin”, aporta Periel. Lo que hace entrar en un debate sobre las sustancias en el mundo actoral de entonces y acerca de si los actores de ahora se cuidan más. “Entonces teníamos un compromiso más colectivo”, se pone seria Cisquella. “Lo de ahora es más una lucha individual. Teníamos la sensación de que formábamos parte de un grupo, una asamblea por usar la palabra de entonces, teníamos ideología y esa voluntad de lo popular”.
Joan Ollé formó parte de Dagoll Dagom, de hecho lo fundó él en 1974, cuando estrenaron su primer montaje Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (Bozzo, Cisquella y Periel se convierten en el equipo de dirección de la compañía en 1977 con No hablaré en clase). ¿Habrá alguna mención al director, fallecido en 2022 mientras luchaba por limpiar su nombre de las acusaciones de abusos en el Institut del Teatre? “No haremos mención a los muertos, sería un capítulo muy largo”, zanja Bozzo. “Ollé se marchó de la compañía en 1977 y a partir de entonces el contacto fue muy esporádico”, prosigue. “Él tenía una actitud muy distante y crítica con el grupo, pensaba que nos iríamos a la mierda con Antaviana y resultó ser un gran éxito, el empujón definitivo”, añade Cisquella. “Creo que le dio rabia y sintió celos”. Ninguno de los tres quiere hablar del tema de las acusaciones que llevaron a Ollé a quejarse de “linchamiento público”.
Bozzo reflexiona sobre el nuevo panorama de relaciones en el mundo escénico: “Había mucho abuso de poder desde tiempo inmemorial en el teatro, algo repulsivo en lo que es en esencia una relación laboral. Lo hemos visto mucho: el director convertido en líder sectario, me repugna profundamente”. Cisquella matiza: “Dicho esto, a veces se está extrapolando que para la más mínima implicación emocional, ya no sexual, en el escenario hay que pedir permiso, y venimos de un teatro en el que el mejor director era el que conseguía hacer llorar con más realismo a los intérpretes. Probablemente el problema es que están chocando tradiciones y generaciones distintas”. Bozzo se muestra mucho más intransigente y entablan una discusión que observa Periel con aire cansado. Cisquella apunta que, sea como sea, se ha visto en la necesidad de advertir a las actrices jóvenes de Mar i Cel de la violencia de las escenas de rapto y violación.
¿Momentos favoritos? “De Antaviana y de Mar i Cel”, responde Bozzo. “También algunos de nuestras series de televisión Oh, Europa! y La memòria dels Cargols”. “La disfrutamos mucho”, acuerda de esta última Cisquella, “Fue una reconstrucción de la historia de Cataluña en clave de comedia”. La directora recuerda también Antaviana y que “no sabíamos qué saldría, ni nosotros ni Pere Calders, era totalmente una apuesta”. “Acabó siendo una noche mágica”, resume Periel.
La conversación deriva hacia otros momentos del pasado. La tragedia del Sida y los agujeros que abrió en las filas de la gente de teatro, la polémica del Teatre Nacional de Catalunya (TNC), el “mito” de que Flotats calentaba la voz antes de actuar, y tantas otras cosas… “Se llama senilidad”, concluye Bozzo poniendo fin al ataque de recuerdos.
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