Barcelona como daño colateral
Los comunes no se han aplicado las exigencias que hacían a otros partidos para aprobar los presupuestos cuando gobernaba Ada Colau
Entre pactar para influir y atrincherarse para marcar perfil, los comunes de Ada Colau y Jéssica Albiach se han inclinado por la segunda opción. El no a los Presupuestos de Pere Aragonès por un asunto cuestionable pero extrapresupuestario como el proyecto de Hard Rock en Tarragona marca un antes y un después en la estrategia que En Comú Podem ha seguido en Cataluña los últimos años. A base de votos a favor y de abstenciones, los comunes permitieron la aprobación de las cuentas de la Generalitat de 2022 y de 2003, cuando el proyecto Hard Rock ya estaba encima de la mesa. Y hasta permitieron que Quim Torra tuviera sus cuentas en 2020.
Son muchas las causas que han provocado este cambio de forma de proceder pero, objetivamente, la gran diferencia de ahora respecto al periodo 2020-2023 es que Ada Colau ya no es alcaldesa de Barcelona y no necesita aprobar Presupuestos. En esta ocasión, los comunes no han sentido el apremio de aplicarse las apelaciones a la “responsabilidad” que la exalcaldesa lanzó en el pasado cuando necesitaba -y logró- los votos del PSC y de Esquerra Republicana. El partido de Colau y Albiach -y del ministro Ernest Urtasun, no lo olvidemos- tampoco parece muy afectado por los problemas que la falta de presupuestos catalanes genera en Barcelona ya sea en lo referente a la ampliación de la red de metro o la construcción de vivienda pública.
El resultado del estropicio son 2.400 millones menos de inversiones en el conjunto de Cataluña y un impacto de 650 millones sobre las finanzas de Barcelona. No todo este dinero estará perdido, claro está. Para eso están las ampliaciones de crédito y los decretos de urgencia. Pero la falta de presupuestos es una piedra en el zapato para cualquier Gobierno que quiera hacer inversiones. Y este 2024 no los tendrá ni el Gobierno central ni la Generalitat. En Barcelona, muy probablemente se podrá sortear gracias a la fórmula de la cuestión de confianza, pero sacar adelante unas cuentas por falta de mayoría alternativa no es lo más recomendable que le puede pasar a Jaume Collboni el primer año de su mandato.
Nadie sabe si el Hard Rock de Tarragona acabará siendo una realidad. Para muchos es un proyecto trasnochado que poco o nada tiene que ver con el modelo de país que dicen defender la mayor parte de partidos. Además, es cuanto menos sorprendente el secretismo que rodea todo el proyecto y el silencio de sus impulsores. Pero una cosa está clara: si el Hard Rock se queda en un dibujo sobre el papel no será por la sobreactuada oposición de los comunes, sino por el hartazgo de sus promotores, cansados de esperar unos permisos que no llegan. Lo que sí es seguro es que Barcelona, Cataluña y el resto de España habrán pagado los platos rotos.
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