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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nunca está seco a gusto de todos

Es también un gesto más de la pinza que, entre ambos, tratan de hacerle en Catalunya a Esquerra Republicana, débil en su raquítico apoyo parlamentario

El líder del PSC, Salvador Illa, se cruza con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (i), durante una sesión plenaria en el Parlament.
El líder del PSC, Salvador Illa, se cruza con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonès (i), durante una sesión plenaria en el Parlament.Toni Albir (EFE)
Manel Lucas Giralt

Tan pronto terminó la sesión de control al Govern en el Parlament, el socialista Salvador Illa se levantó y se acercó a su homólogo de Junts per Catalunya, Albert Batet. Sólo unos minutos antes, el líder del PSC apoyaba una propuesta del neoconvergente para que los jefes parlamentarios estudien salidas a la sequía. La coincidencia supone un síntoma de esa nueva etapa de entendimiento -con sus más y sus menos- entre dos partidos que hace sólo unos meses se negaban toda legitimidad. Y es también un gesto más de la pinza que, entre ambos, tratan de hacerle en Catalunya a Esquerra Republicana, débil en su raquítico apoyo parlamentario. Cada uno con su estilo: Illa tratando de vender imagen de hombre de Estado -de nación sin Estado, vaya-, y Batet con ironía –”no sé cómo lo ocultará esto el nuevo viceconseller de Estrategia y Comunicación [Salvador Sabrià, azote de JxC]”- y, por qué no decirlo, también con una dosis consecuente de cinismo: “nosotros no entraremos en un pim-pam-pum, como han hecho otros grupos políticos.”

Lo cierto es que la sequía está resultando difícil de transitar para el president Pere Aragonès, acusado de imprevisión por no haber tomado suficientes medidas, como construir desaladoras, avanzar en la regeneración de aguas residuales o habilitar trasvases. Aunque muchas de estas actuaciones podrían haberse puesto en marcha en anteriores gobiernos, y fueron posponiéndose mientras seguía lloviendo. En el caso de los trasvases, además, hay que tener en cuenta la inevitable conflictividad que resulta de sacar el agua de una parte del territorio para llevarla a otro; con el agravante, en el caso del Ebro, de abonar la teoría de que se está despojando a una zona ya de por sí deprimida para abastecer a la opulenta área Metropolitana de Barcelona. Vaya, que si nunca llueve a gusto de todos, qué no pasará si ni siquiera llueve.

La oposición ha alternado la sequía con la protesta de los agricultores para tratar de poner al Govern contra las cuerdas: David Mascort, conseller de Acció Climàtica, Alimentació i Agenda Rural tuvo que devolver tantos balones como Aragonès. La derecha no independentista aprovechó para meter en el mismo saco de reproches otras medidas políticas, con mejor o peor maña: tuvo gracia Lorena Roldán (PP) al vincular sequía y catalán en Netflix -”tras sus grandes medidas, con el tiempo que ahorremos sin ducharnos podremos ver Harry Potter i les relíquies de la mort”-, mientras que el calzador xenófobo de Ignacio Garriga (Vox) sigue tan torpe como siempre –”nunca antes he visto un Gobierno tan desconectado de los problemas de los catalanes. Ustedes están alejados de la creciente preocupación sobre la inseguridad o la islamización…” Pere Aragonès acusó al partido ultra de usar la “ignorancia como objetivo político”, curiosamente en el mismo instante en que, en el Congreso de los Diputados, Pedro Sánchez le soltaba a Santiago Abascal: “tal vez no se ha enterado de las cosas que hemos ido aprobando en el Gobierno.” Los Pedros-Els Peres una vez más en sintonía.

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