El independentismo encara la recta final del 23-J con el vértigo de la desmovilización
Junts y ERC escenifican cierta tregua en sus reproches para buscar reconectar con unos votantes que parecen penalizar las broncas internas
En la noche electoral del 28-M se encendieron todas las alarmas en los partidos independentistas catalanes. Los comicios municipales certificaron una incesante sangría de votos dentro de ese bloque, tras llegar a rozar los dos millones de votos en los años duros del procés. La reconexión con su electorado era la base para afrontar los nuevos comicios y, pese a que nadie quiere caer en el derrotismo, hay cierto vértigo en la recta final. De momento, todos se conjuran para evitar las batallas internas públicas que, concuerdan en Esquerra Republicana y Junts per Catalunya, alejan a los votantes.
En los comicios de mayo, Junts se recuperó tímidamente del batacazo de 2015, cuando el espacio neoconvergente ya había obtenido su peor resultado electoral de la historia. La CUP se dejó casi 50.000 votos por el camino. Pero fueron los republicanos los que pusieron rostro a la debacle: uno de cada tres de sus votantes no votó, unos 300.000 sufragios menos. La convocatoria del adelanto electoral, además de la complejidad propia de unas elecciones en pleno verano, cogió a las formaciones secesionistas con el paso cambiado y con poco margen para analizar a fondo el porqué de la desmovilización.
Uno de los primeros ajustes en el discurso por parte de ERC fue darle más volumen a las peticiones de unidad independentista. Se trata de un concepto que siempre ha sido usado como arma arrojadiza en el secesionismo pero que, aceptan en esas formaciones, tiene un valor especial en un momento electoral. Junts, ERC y CUP tienen recetas opuestas sobre qué se ha de hacer en el Congreso de los Diputados pero comparten un diagnóstico: les penaliza la imagen pública de estar siempre a la bronca o enfrascados en sus batallas internas.
De ahí que, más allá de la esperable lógica de confrontación electoral, se haya aparcado el tono más agrio de otros momentos para dar cierta imagen de unidad. Una estrategia que ha logrado sobrevivir el debate de los pactos postelectorales y que tuvo su ejemplo más representativo en el intento de Junts y ERC de conformar un gobierno de coalición en Barcelona. Una jugada que fracasó por el pacto alternativo entre socialistas, comunes y el PP, que justificó su voto para evitar justamente que el independentismo se quedara con la alcaldía de la capital catalana.
Sobre el papel, esa supuesta “operación de Estado” contra el secesionismo o el riesgo de que Vox tenga posibilidades de imponer su agenda contra la escuela en catalán, el autogobierno o laminar avances sociales apuntalaba el discurso de campaña de los independentistas. Pero una cosa es la nitidez en el discurso político y otra es que tenga efectos en la movilización electoral. Pese a llevar días interpelando en los actos sobre el catalán, aceptan en las filas republicanas, solo ha sido hasta que el Ejecutivo municipal de PP y Vox en Burriana (Castellón) vetó publicaciones como Cavall Fort de la biblioteca municipal que ven cierto despertar del electorado más allá de los estrictos límites del partido.
Los grandes partidos independentistas, además, han tenido que lidiar contra campañas que abogan por la abstención como voto protesta. Se trata de una idea que incluso llegó a defender la dirección de la Assemblea Nacional Catalana (ANC) pero que posteriormente se descartó en una votación de los afiliados. El propio expresident Carles Puigdemont, que el pasado fin de semana bajó a la arena de la campaña, se estrenó abogando por la movilización.
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