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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sant Romà de Sau o el fracaso de la política

Los restos de la iglesia románica afloran con la sequía, un problema con efectos de largo plazo que los políticos rehúyen

Pantano Sau
Aspecto del pantano de Sau el pasado mes de marzo.Gianluca Battista
Pablo Salvador Coderch

Sant Romà de Sau, una Iglesia románica lombarda del siglo XI, fue abandonada a las aguas del pantano epónimo en 1962. Desde entonces, parte de la torre de su campanario sobresale, pero en años de sequía, como este, reaparece del todo, casi intacta. Es una atracción turística, perversa y acondicionada para seguir a la vista: entre 1996 y 1997 la torre fue rellenada con hormigón para evitar su derrumbamiento. Esta primavera de 2023, tantas gentes viajan para verla que las autoridades han tenido que controlar el acceso al lugar. Confieso que no me apetece ir y quiero creer que, si el pantano hubiera sido construido una o dos generaciones más tarde, el campanario habría sido trasladado a lugar seguro. No fue así y la torre es hoy famosa por mancillada, un pesar hormigonado.

Hay ciudades enteras sumergidas bajo las aguas, como Sicheng, en China, bajo el Lago Qiandao, un embalse, otro destino turístico al cual acuden muchísimas personas para ver el que llaman Lago de las Mil Islas, islotes que antes fueron cimas de montañas sumergidas en 1957. Y así, bastante otras: Baiae, en Italia, víctima de un volcán, Port Royal, en Jamaica, de un terremoto, o Heracleion, en Egipto, que se hundió en el mar.

Distingo entre ciudades sumergidas, las cuales respeto, y atracciones contemporáneas bajo el mar, que no me merecen mucho aprecio. Si me preguntan por qué, les sugiero que echen un vistazo a páginas de internet sobre estatuas sumergidas para hacer bonito (como, por ejemplo, “9 Fascinating Underwater Statues to See”, o “Underwater statues in the world. Top 10 Sculptures”) y constatarán al instante que las esculturas de referencia son mayormente un espanto kitsch, esto es, una cursilería horrorosa.

En la ciudad de Barcelona suelen caer anualmente algo más de 600 litros de agua lluvia, pero en 2021 y 2022 fueron casi la mitad y 2023 está siendo el de la peor sequía que recuerdo desde que, en 2008, un inefable conseller de Medio Ambiente se planteara públicamente la posibilidad de traer agua al Área Metropolitana de Barcelona en barcos cisterna. Al fin no hizo falta, pues acabó por llover.

En Cataluña, las cuencas internas del Ter y del Llobregat son frecuentemente deficitarias, no así la del Ebro, una razón más para acodarse con los vecinos de Aragón, que nos sostenemos los unos a los otros. Más aún cuando no llueve.

Los trasvases son polémicos, como ocurrió en el caso del trasvase del Ter a Barcelona, que en Girona siempre generó oposición grande; en el otro extremo, los ingenieros de caminos reclaman trasvases en red, los ecologistas se oponen a casi todo, los agricultores quieren seguir regando y la alternativa de construir plantas desalinizadoras es muy cara; los políticos rehúyen el largo plazo por poco rentable electoralmente. Pero las sequías volverán y la próxima vez habremos de estar preparados.

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Y es que Sant Romà merecía mejor suerte que la de haber quedado para la posteridad como uno de los monumentos hormigonados y hundidos bajo las aguas más famosos del mundo.

Pablo Salvador Coderch es catedrático emérito de derecho civil en la Universitat Pompeu Fabra

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