Ganas de orden en Cataluña
Una gran mayoría de catalanes reclama volver a escenarios alejados de la confrontación identitaria, pero no está claro cuántos partidos sabrán leer este mensaje
Hace diez días la voz más aclamada por el independentismo irredento, la exconsejera Clara Ponsatí, volvió a Cataluña para ser detenida y puesta en libertad en cuestión de horas no sin antes organizar un espectáculo mediático para denunciar la “persecución” del Estado hacia los secesionistas. Pese a las llamadas a través de sus redes y medios afines, apenas 300 personas acudieron a los juzgados a reclamar su liberación que, por otra parte, tenía garantizada por la reciente modificación del Código Penal. Tampoco hubo manifestaciones masivas cuando, un día después, se conoció la condena de la presidenta de Junts, Laura Borràs, que en breve será desalojada definitivamente del Parlamento de Catalunya por un caso de corrupción. Los de Ponsatí y Borràs son seguramente los ejemplos más claros de que Cataluña, o al menos una inmensa mayoría de catalanes, han pasado página del escenario de agitación permanente que se vivió durante los años del procés.
No es que los catalanes que eran independentistas hayan dejado de serlo, ni que hayan abandonado sus aspiraciones. Simplemente ven la secesión como un objetivo razonable sin visos de ser una realidad durante la próxima década. Así lo refleja el sondeo hecho público este viernes por el Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat. Un 43% de los encuestados se siguen declarando independentistas pero solo uno de cada diez considera viable el objetivo en los próximos diez años. Las posiciones extremas también se han desinflamado. Ya solo un 9% apuesta por la independencia unilateral y una cifra similar lo hace por mantener la unidad de España sin negociación. Si a ello le sumamos que el debate público está, como en el resto del país, en la subida de precios, la carestía de la vivienda y los problemas con los servicios públicos, los partidos comienzan a verlo claro: toca hablar de las cosas del comer.
Dos formaciones políticas parecen estar beneficiándose de esta nueva situación. En el ámbito constitucionalista es el PSC quien se beneficia de ello. Su líder, Salvador Illa, procura centrar el debate lejos de los asuntos identitarios. Sin hurgar demasiado en las heridas de quienes, sintiéndose cerca de postulados independentistas, apuestan por un escenario abierto a la negociación y, por tanto lejos del choque. En posiciones soberanistas el ganador sigue siendo ERC que, pese los envites de sus eternos rivales de Junts, sigue reivindicando la utilidad de sus negociaciones con el Gobierno por más que estas no acerquen la independencia. Nadie quiere vivir permanentemente enfadado, y los dos partidos parecen entender el mensaje. Pero socialistas y republicanos no están solos en este nuevo escenario. También en Junts per Catalunya se alzan voces como la de Xavier Trias que reclaman abordar los debates del día a día dejando a un lado los discursos más radicales. Y no les falta razón a tenor de los datos, que sostienen que el 50% de sus votantes apuesta por una vía independentista pactada, lejos de lo que predican Carles Puigdemont y Laura Borràs.
Tras diez años montados en una montaña rusa parece que una mayoría de catalanes quiere volver al orden, o a lo que pueda significar esta palabra en la desorientada Europa de 2023. Quieren hacerlo sin necesidad de renunciar a ideales como la independencia, pero con orden al fin y al cabo. Saber leer esta nueva realidad será clave para llevarse el gato al agua en las próximas elecciones. Falta ver cuántos partidos están preparados para ello.
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