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NACIONALISMOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nacionalismo en Cataluña y en Ucrania: diferencias y semejanzas

Si la democracia catalana pasa por España para llegar a Europa, en Ucrania debe eludir forzosamente a Rusia para alcanzar la libertad europea

Ucranios intentan pasar por debajo de un puente destruido en Irpin, cerca de Kiev.
Ucranios intentan pasar por debajo de un puente destruido en Irpin, cerca de Kiev.Luis de Vega
Lluís Bassets

Hay comparaciones odiosas y otras útiles, o al menos sugerentes. Pudiera serlo la que cabe hacer entre Ucrania y Cataluña, donde lo más clarificador no son las obvias semejanzas, sino las diferencias.

En ambos países una parte de la población, más o menos notable cuantitativamente y más o menos constante en su evolución, considera que pertenece a una nación con derecho a gobernarse ella misma e incluso establecerse como estado independiente reconocido internacionalmente. En los dos hay quien lo impugna, tanto entre sus propios ciudadanos como en el exterior, hasta negar incluso su existencia diferenciada y su identidad.

Veamos las diferencias. De territorio, delimitado y antiguo como principado medieval el de Cataluña, fluctuante e incluso innominado hasta el siglo XVIII el de Ucrania. De población: hay catalanes desde hace siglos, mientras que los ucranianos lo son recientemente; antes fueron cosacos, rusinos, rutenos, pequeñorusos, soviéticos... La lengua catalana persiste y se ha recuperado a partir de su rica literatura medieval, mientras que la ucraniana no toma cuerpo hasta el despertar de los pueblos en el siglo XIX. Cataluña surgió de un condado medieval con dinastía propia, barcelonesa primero y luego aragonesa, mientras que Ucrania jamás ha poseído dinastía, ni entidad política, hasta 1918 como resultado de la revolución bolchevique. La primera fue uno de los territorios integrados primero en la corona hispánica y luego estuvo en la fundación del proyecto de Estado liberal en las Cortes de Cádiz en 1812, con solo un intervalo bajo soberanía francesa, entre 1640 y 1652; mientras que la segunda ha sido campo de disputa entre imperios: otomano, ruso, lituano-polaco, sueco, austro-húngaro, alemán y soviético. Finalmente, la religión: única y católica en Cataluña desde la expulsión de los judíos en 1492 y de los moriscos en 1610, y variada en Ucrania (ortodoxia, catolicismo, islam, judaísmo) hasta hoy mismo, a pesar del Holocausto y del ateísmo soviético como religión de Estado.

Con estos datos, un remoto e ignorante observador no podría entender nada de lo que ha sucedido en el siglo XXI. Le faltaría la historia del siglo XX y la geopolítica. No es lo mismo un pequeño territorio enclavado entre dos viejas naciones que fueron imperiales y ahora son europeas y democráticas, y otro ancho y abierto donde se disputa la hegemonía sobre el orden centroeuropeo y su población debe optar entre un imperio federalizante, voluntario y liberal y otro centralista, coactivo y autocrático. Nadie se exige sacrificios a sí mismo que no valgan la pena. Si la democracia catalana pasa por España para llegar a Europa, en Ucrania debe eludir forzosamente a Rusia para alcanzar la libertad europea. No son comparables ni las naciones ni sus nacionalismos y diversos son los caminos de la autodeterminación, interna en un caso y externa en el otro, ambas hacia el mismo destino de paz, ciudadanía, libertad y democracia. El año que va a empezar será tanto más feliz cuanto más cerca se encuentren ambas de este ideal europeo.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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