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La reinserción imposible de Miguel Ricart

Nueve años después de salir de prisión, el único condenado por el asesinato de las niñas de Alcàsser ha vuelto a ser detenido: hacía de recadero en un narcopiso de Barcelona

Miguel Ricart, después de su condena por los crímenes de Alcàsser.Vídeo: Europa Press

Justo cuando se cumplen tres décadas de los asesinatos de las niñas de Alcàsser (Valencia), el único condenado por matar a Míriam, Toñi y Desirée ha vuelto a la primera línea informativa. Miguel Ricart fue detenido el martes 20 por los Mossos d’Esquadra en un narcopiso del barrio del Raval, en Barcelona. Allí hacía de hombre de los recados de una organización criminal a cambio de droga. “Le vino muy grande que lo dejaran en la calle”, opina la monja Lucía Caram, que ha estado en contacto con él desde entonces. Ricart fue puesto en libertad de forma repentina en 2013, después de que la justicia anulase la doctrina Parot, que había alargado la estancia en prisión de decenas de reclusos. Pero la suya parece una reinserción imposible, envuelto como ha estado los últimos años en la paranoia de ser reconocido, la enfermedad mental y la adicción a las drogas.

Ricart no tiene relación con su familia, y la controvertida religiosa Caram ha sido casi su único contacto de referencia todo este tiempo, según cuenta ella misma. En una huida sin rumbo, el hombre acabó en Cataluña, escapando de las cámaras. Las imágenes de su salida de la cárcel de Herrera de la Mancha (Ciudad Real) en 2013 habían dado la vuelta al país, y no podía pasar demasiado tiempo en un sitio sin que se desatase el pánico al ser reconocido. Los Mossos le pidieron entonces a Caram que le encontrase un lugar de acogida. “Lo perseguía la prensa, y también la gente, algunos para matarlo”, recuerda la monja por teléfono. Finalmente, logró que una entidad religiosa lo acogiese en Francia, en unas instalaciones para personas sin techo.

Hasta ese momento, Ricart, que ahora tiene 53 años, había pasado prácticamente la mitad de su vida en prisión. En sus más de dos décadas entre rejas, El Rubio, como lo conocían en su pueblo, pasó por diferentes cárceles hasta llegar a la de Herrera de la Mancha, donde recibió la noticia de su puesta en libertad hace nueve años. En este penal, conocido porque en su día concentró a la mayoría de los reclusos de ETA, Ricart estuvo al principio en el módulo de aislamiento, clasificado en el primer grado, el más duro. “Se hizo así por su seguridad. A este tipo de internos tan mediáticos y con este tipo de delitos hay que protegerlos de los otros presos, que pueden intentar agredirlos”, recuerda un funcionario de prisiones destinado en este penal y que pide mantener el anonimato.

Miguel Ricart era un recluso “correcto y educado en el trato con los funcionarios, que no provocó ningún incidente” y que, tal vez por miedo, durante mucho tiempo renunció a salir al patio, cuenta este mismo funcionario. “Se tiró meses sin salir y terminó estando muy pálido porque no le daba el sol”, rememora. Siempre sin dinero, no podía comprar nada. “Nadie le llevaba ropa y no tenía ni para tabaco. Alguna vez le vimos recoger del suelo del patio las colillas para fumárselas”. Un segundo funcionario coincide: “Para sus gastos, tenía el poco dinero que le daba el sacerdote que asiste a los presos”. Tras salir de aislamiento, pasó a un módulo en el que coincidió con otro preso mediático: Juan Manuel Valentín, condenado por el asesinato, en 1992 —el mismo año del crimen de Alcàsser—, de la niña Olga Sangrador. “Se llevaban bien y, de hecho, hacían juntos labores de limpieza”, dice este trabajador.

“No era especialmente dicharachero”, añade este empleado, que recuerda que las conversaciones con él casi siempre giraban sobre el fútbol y que no le gustaba hablar del triple asesinato por el que fue condenado y que nunca admitió haber cometido (sí lo hizo antes del juicio, pero luego se retractó, alegando torturas). Tampoco recibía visitas. Ni siquiera pidió permisos de salida, convencido de que no se los darían. “Durante un tiempo se encargó de repartir la comida a los otros presos”, señala este funcionario. También estuvo, muy al final, en los talleres productivos de la cárcel, donde los reclusos hacen trabajos para empresas externas a cambio de un sueldo. Cuando el 29 de noviembre de 2013 le comunicaron su excarcelación, “no se lo creía”, rememora la misma fuente. A las cinco y media de la tarde, abandonó la cárcel con la cabeza cubierta y cogió un taxi. Nadie —salvo los periodistas— lo esperaba en la puerta.

“Salió limpio de prisión”, asegura Caram en alusión al consumo de drogas de Ricart, que permaneció “entre cinco y seis años” en Francia, según la religiosa. Fueron unos años de estabilidad, hasta que la entidad religiosa que lo acogía cambió de gestores y Ricart tuvo que marcharse. La monja lo ayudó en trámites diarios que le complicaban el regreso a una vida en libertad. “Tenía el DNI y el carné de conducir de camión caducados”, recuerda, sobre el único oficio que podría haber ejercido. “Todo eran impedimentos”.

De regreso a España, estuvo un tiempo en un municipio cercano a la Comunidad Valenciana y de allí se fue a Madrid. “Empezó a rayarse”, asegura Caram, en referencia a la sensación de que lo perseguían y lo habían reconocido. La policía lo identificó en un narcopiso del barrio madrileño de Carabanchel, y de nuevo su cara volvió a estar en las televisiones. Es entonces cuando Ricart viajó a Barcelona, donde recibió la ayuda de otra entidad religiosa. Ya había empezado a trapichear para poder consumir, en una situación complicada en la que combinaba “delirios persecutorios y adicción”, cuenta un trabajador de esa organización, que decidió informar a los Mossos, “por él y por la sociedad”.

Miguel Ricart es trasladado a la Audiencia de Valencia a declarar como acusado por el crimen de Alcàsser (Valencia) en febrero de 1995.
Miguel Ricart es trasladado a la Audiencia de Valencia a declarar como acusado por el crimen de Alcàsser (Valencia) en febrero de 1995.

“Él no ha puesto de su parte”, se queja uno de los religiosos que ha apoyado a Ricart. “No ha hecho un proceso de reinserción. Sigue estando mal. Es un toxicómano y un enfermo mental”, dice, y resume: “Alguien que no ha logrado entrar en un proceso de sanación”. Nunca admitió haber cometido los crímenes, y no se ha tratado psicológicamente. “Todo está relacionado con lo que hizo: la droga es una vía para salir adelante”, considera este religioso. Ricart, dice, lleva más de un año “hundido, con un consumo fortísimo”.

“Cumplía con sus horarios, se levantaba a las cinco de la mañana...”, repasa Caram, sobre los momentos en los que Ricart salía adelante. Pero cuando fue cumpliendo años y comenzaron los achaques de salud, la cosa se torció. Cuenta, como ejemplo, que tenía mal la boca pero no acudía al dentista, convencido de que lo reconocerían y no le querrían atender. La religiosa asegura que le ayudó a presentar una solicitud en Valencia de cambio de nombre, pero que nunca fue atendida.

El miércoles, Ricart quedó en libertad de nuevo después de declarar ante el juez. Caram le recomendó que pidiese a su abogado que lo internasen en su psiquiátrico. “¿Me estás diciendo que estoy loco?”, asegura que le respondió.

Tanto ella como las entidades que le daban apoyo en Barcelona sostienen que Ricart habría estado mejor en prisión que de nuevo en la calle. “No tiene para comer, no tiene para dormir, no tiene teléfono... Es una irresponsabilidad”, resume la monja, señalando también la nueva alarma social que puede crearse. “Entiendo la rabia y el odio contra él, me hago cargo, pero es un enfermo mental vagando por la calle”, añade. “Ahora es muy difícil encontrarle acogida. Nos piden que lo saquemos de España, pero es muy complicado”, se queja otro religioso. “Quienes han creado el problema que lo solucionen”, concluye.

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