El rapero Morad y los bloques de La Florida
Detrás de esta historia lo que hay es un barrio atrapado en una pobreza crónica, enquistada y sin esperanza
Es el barrio más denso de Europa: 44.000 habitantes en menos de un kilómetro cuadrado. Pisos de 40 metros en los que viven varias familias, una renta media de 8.600 euros al año y una de las tasas de paro juvenil y abandono escolar más altas de España. Ese es el barrio de La Florida de L’Hospitalet, que en las últimas semanas ha escalado como un meteorito a las pantallas de la televisión por un conflicto muy singular -el pulso que mantienen la policía y el rapero Morad por el control del espacio público- y con muchas aristas, en el que se combinan la falta de horizonte de los jóvenes del barrio, las expectativas frustradas de sus antiguos habitantes y un factor disruptivo nuevo: la capacidad de las redes sociales para crear referentes y liderazgos.
El barrio está dividido en torno a la figura de uno de sus vecinos, el rapero Morad El Khattouti, un chaval de 23 años de ascendencia marroquí que se reivindica, desafiante, como un mec de la rue, un chico de la calle. Comenzó a componer a los 14 años canciones inspiradas en su barrio y sus amigos, con la policía como el gran villano de un sistema que les rechaza y les expulsa. Sucede que Morad se ha convertido en la imagen misma del éxito: llena conciertos, tiene millones de seguidores, su canción “Pelele” acumula más de 50 millones de reproducciones y con sus letras rebeldes gana más de un millón de euros al año. Pero a diferencia de otros, él no ha huido. Al revés: ha convertido a su barrio y a sus compañeros de calle en los protagonistas de sus exitosos videoclips.
Reparte dinero, cuida a sus amigos y cuando quiere, se apodera de la calle, para gran disgusto de aquellos primeros inmigrantes procedentes de toda España que a finales de los cincuenta ocuparon los famosos Bloques de Onésimo Redondo construidos por el franquismo para los barraquistas del Somorrostro. El sueño de esos primeros inmigrantes era adecentar el barrio, conseguir equipamientos y, con el tiempo, tener una jubilación tranquila con el futuro de sus hijos encarrilado. Pero las cosas se han torcido. Tres crisis consecutivas han roto todos los sueños, el barrio se ha degradado aún más y ha llegado una nueva inmigración extranjera que ya representa el 60% de la población, de la que Morad y sus compañeros son la parte más visible y ruidosa.
A finales de octubre, en la enésima protesta de los vecinos por el ruido nocturno, intervino la policía y Morad, que ya tenía un historial de incidentes, se enfrentó a los agentes. Según el atestado, amenazó con quemar el barrio si no se iban. Aquella noche ardieron contenedores y coches, el rapero fue detenido, una juez decretó que no se acercara al barrio y ahora los otros chicos de la calle se manifiestan para exigir que le dejen volver. Puede que todo quede en un incidente puntual, y puede que no. La cuestión es si en lo que ha ocurrido late la misma conflictividad de jóvenes airados sin arraigo que incendió las banlieues de París o las calles de Tottenham hace unos años. Hasta qué punto el enfrentamiento entre viejos y nuevos inmigrantes es la expresión equivocada de una impotencia y un malestar que pueden escalar en un estallido de conflictividad social. Los bloques de Onésimo Redondo eran pobres en los años sesenta y hoy los Bloques La Florida lo son aún más, sin que el plan de Barrios y los programas municipales lo hayan podido evitar. Detrás de esta historia lo que hay es un barrio atrapado en una pobreza crónica, enquistada y sin esperanza.
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