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Govern de Cataluña
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los rasguños de la soledad

Republicanos y diputados de Junts per Catalunya han estrenado nuevo estado en el ‘Parlament’ y se les ha notado mucho más cómodos

Manel Lucas Giralt
Pere Aragones
El 'president' de la Generalitat, Pere Aragonès, durante la sesión de control en el Parlament, este miércoles.David Zorrakino (Europa Press)

El divorcio ha hecho felices a los divorciados. Ya suele pasar, liberarse de un vínculo agobiante se vive como un gran alivio. Si hago caso a una persona con cargo relevante de Esquerra Republicana, se ha vivido incluso con euforia: por fin libres. Felicidad, pues. A corto plazo, claro. Este miércoles, en el Parlament, republicanos y diputados de Junts per Catalunya estrenaban nuevo estado -así, en minúscula - y se les notaba mucho más cómodos.

Con placer poco disimulado, la portavoz juntista Mònica Sales o el diputado Ramon Tremosa presionaban al conseller de Empresa, Roger Torrent, abandonando la contención que han debido mantener mientras eran socios. No olvidemos que Torrent entró en la categoría de traidor a la causa cuando, siendo presidente del Parlament, rechazó investir telemáticamente a Carles Puigdemont. De poco sirve que esté imputado por facilitar un debate sobre la monarquía.

Por supuesto, el jefe de filas de Junts, Albert Batet, estaba encantado de acusar al president Pere Aragonès de haber «abandonado el proceso de independencia»: por fin lo he soltado, se estaría diciendo. También se le notaba satisfecho mientras repasaba antiguos comentarios poco independentistas de algunos de los nuevos consellers.

Pere Aragonès tampoco parecía acusar anímicamente el trauma de la separación. Al contrario, presentó su nuevo Gobierno con convicción, pese a que lo apoyan 33 parlamentarios de un total de 135. Eso sí, hizo una defensa de la geometría variable –”avanzaremos proyecto a proyecto, medida a medida”- y tiró de ironía implícita con este detalle a sus exsocios: “Estar en la oposición es cómodo, pero poco útil. Pero no entraré en reproches.” La nueva situación de minoría absoluta, lejos de achicarlo, lo impulsó a una cierta épica: “Asumo que, cuando toca abrir camino, quien va delante es quien debe apartar las zarzas, y sufre más rasguños”.

Los rasguños no han ablandado a la oposición, que con inédita unanimidad ha querido poner en evidencia la soledad del presidente. La transversalidad de la crítica es tal que desde bancos del PSC se puede llegar a sentir comprensión por la oposición de la CUP. Eso sí, socialistas y comunes se sienten necesarios, y lo han hecho saber: si quieren negociar un presupuesto, aquí están ellos.

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A día de hoy, Aragonés sigue insistiendo en que las cuentas deberían estar apoyadas por JxC, ya que los empezó a redactar su conseller Jaume Giró. Es una ficción. “Si te vas de un Gobierno, no vas a apoyarle los presupuestos a los cuatro días”, comentaba hace unos días en privado un dirigente juntista.

Entre ERC y el PSC ha habido hasta el momento un muro, construido sobre todo por Oriol Junqueras, persistente en su resentimiento: “Se desgastaron las manos de aplaudir nuestro encarcelamiento”, decía hace unas semanas. No ha sido nunca el tono de Aragonès.

Sea con quien sea que se vayan a negociar los presupuestos, queda poco tiempo, apenas 15 días si han de estar aprobados el uno de enero de 2023. La alternativa, prorrogar los de este año, sería un rasguño importante a las primeras de cambio.

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