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El día que Pere Aragonès dijo basta

El Gobierno catalán se encamina hacia la ruptura si Junts no cede a última hora ante una ERC que ya no teme mostrar la puerta de salida

El presidente catalán Pere Aragonès vuelve a su despacho, el pasado miércoles, tras anunciar la destitución de su 'número dos'Foto: ALBERT GARCIA

Pocas cosas han marcado más la política catalana desde la Transición que la siempre tóxica relación entre los dos principales partidos nacionalistas. Desde que en 1980 Jordi Pujol alcanzara la presidencia de la Generalitat gracias a los votos de ERC, los republicanos han votado hasta seis veces la investidura de un presidente de CiU, primero, o de Junts per Catalunya después. Y su sensación posterior siempre ha sido agridulce por haberse visto arrinconados de los núcleos de decisión y haber sido tratados como menores de edad por el partido que durante 30 años lideró el nacionalismo desde el centroderecha.

La Esquerra de Pere Aragonès se ha cansado de ser un partido subalterno. En términos que se entienden muy bien en la Cataluña menos urbana, su tradicional granero de votos, ya no quiere ser el masover a merced de l’amo (el aparcero a merced del amo). El empoderamiento republicano frente al espacio de la antigua CDC lo fortifican los triunfos electorales; una digestión más analítica de lo ocurrido en 2017, y, claro, tener la presidencia de la Generalitat, explica Manel Lucas, autor de Breve Historia de ERC (Catarata). Y ese talante ha llegado al culmen esta semana, cuando el president ha señalado el camino de salida del Gobierno a Junts si no abandona sus posiciones maximalistas, deja de torpedear la vía del diálogo y reconoce la autoridad de la formación que, aunque sea por un escaño, ganó las elecciones de 2021 dentro del bloque secesionista. Mucho tendrá que rectificar Junts, en público y en privado, si no quiere verse fuera, teniendo que dejar los altavoces institucionales, el rédito electoral de la obra de Gobierno y más de 250 altos cargos, muy bien pagados, en la Administración.

La legislatura se inició con Junts humillando políticamente a sus socios, con el president en la diana. Llevaron los plazos al límite y le hicieron tragar el sapo de un pleno de investidura frustrada. Pese a los esfuerzos para reducir el ruido interno y constante que marcó al Ejecutivo que lideró Torra (su número dos era Aragonès), las miradas de reojo nunca cesaron y los choques fueron duros: por la mesa de diálogo (el republicano impuso un veto a Junts para designar delegados que no eran consellers); por temas sectoriales como la ampliación del aeropuerto, o políticos, como permitir la suspensión de Laura Borràs en el Parlament.

Pero la gota que ha colmado el vaso comenzó a formarse antes del verano y cayó el martes, en el Debate de Política General en el Parlament. En una maniobra imposible de entender entre socios de Govern, Junts exigió a Aragonès que se sometiera a una cuestión de confianza si no era capaz de dar garantías de que se cumplirán tres puntos centrales en el eje independentista del Acuerdo de Govern y que se cerraron en falso en su día, ante la posibilidad de repetición electoral.

Se trata de la puesta en marcha de un Estado Mayor del independentismo (ERC quiere evitar que acabe en manos del llamado Consell de la República, que lidera Carles Puigdemont); una coordinación de acción en el Congreso, donde ERC tiene 13 diputados y Junts, 4, y que la autodeterminación sea la única materia de la mesa de diálogo.

Aunque había algunos intentos de acercamiento para ponerlos en marcha —la realidad es que las estrategias opuestas de Junts (confrontación) y ERC (jugar con su influencia numérica en las Cortes) hacen imposible llegar a un acuerdo— los liderados por Laura Borràs optaron por lanzar la bomba de la moción de confianza en el debate parlamentario del martes. Al día siguiente, el president respondió fulminando a su número dos, Jordi Puigneró, el cargo más alto de Junts en el Ejecutivo. Le acusó de deslealtad por no informarle de los planes de Junts, que afectan a la institucionalidad.

Geometría variable

Junts, que preguntará a su militancia este jueves y viernes si hay que seguir en la coalición, respondió el viernes al descabezamiento de Puigneró con una propuesta para que se pongan en marcha los tres puntos pendientes. Fueron necesarias 10 horas de reunión para un acuerdo con pocos desarrollos y en el que, para sorpresa de varios miembros de la cúpula, se pide además que se restituya al ahora exvicepresident.

Aragonès rechazó ayer de plano la propuesta. “Junts ha de tomar una decisión ya [sobre su continuidad en el Ejecutivo], y si no lo hace, la tomaré yo”, sentenció en una entrevista a La Vanguardia. Por primera vez, muestra a sus socios directamente la puerta de salida. En las filas republicanas se ven capaces de navegar una temporada con un Gobierno en minoría. Tienen 33 diputados, la mayoría está en 68. El PSC se muestra dispuesto a colaborar externamente pero, hasta ahora, ERC ignora en cada pleno su mano tendida. La ayuda hipotecaría la presión en el Congreso. “El momento político y la crisis social ayuda a que nadie se ponga de perfil”, defiende una voz autorizada de los republicanos. Habría poco margen con Junts después de que Aragonès les dijera basta.


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